Extraña sucesión de infortunios que, poco a poco, fueron minando mi voluntad hasta transformar aquel viejo anhelo de triunfo en esta pacífica convivencia con el fracaso.

viernes, 28 de mayo de 2010

POTENTE GEN

Síntesis del post: Potente Gen, porque es viernes, y los viernes yo siempre subo un Potente Gen.

A lo nuestro sin más:

POTENTE GEN

Gen Legrand

Mirtha. Matriarca.

Marcela (Tinayre). Hija.

Juana (Viale). Nieta.

Mirtha, Marcela y Juana. Mujeres.

Los escucho en absoluto silencio.

Y ahora me voy contento. Ustedes ya saben por qué.



Tengan ustedes un glamoroso fin de semana.

viernes, 21 de mayo de 2010

POTENTE GEN

Síntesis del post: Potente Gen, porque es viernes, y los viernes yo siempre subo un Potente Gen.

Con los oprobiosos resultados de la última semana aún en carne viva, esta vez he tomado la decisión de buscar refugio en lo seguro. Aportaré una dosis de contundencia tal, que la banda de facinerosos que últimamente se dedica a interponer toda clase de argumentos falaces en orden a voltear los PG, se verá privada de ejercer esa artera práctica por miedo a ser sometida a un justiciero escarnio público.

Sí, como lo oyen. No miren para otro lado. Yoni aún posee su pequeño ejército de leales. La legión de la objetividad. La armada de la honestidad genética. Así que a mirar muy bien las baldosas donde se pisa.

Yo no soy rencoroso, por lo tanto solo recuerdo muy por encima los nombres de aquellos sediciosos que la última semana lograron voltear al Gen Law (Así, a vuelo de pájaro y, quizás, en orden de aparición, serían estos: Condesa sangrienta, Laura, A.R.N., Winter, Señor Carugo, Belugar, Gaucho, Gabriela, Any, Mona, Alelí, eMe, Samain, Fabiana, Mostro, Guada, Estrella, Señor Pablo, Ouchurus, Marina, Minombresabeahierba, Julieta, Marina mamá, María Luján, Passion, Señor F, Elvis y Rebeca). Pero bueno… no se preocupen. En realidad sería incapaz de poner un ojo minucioso sobre su proceder en esta y las próximas entregas.

Ahora a lo nuestro:

POTENTE GEN

Como bien acabo de decir, en esta ocasión pienso refugiarme en lo seguro. Sepan ustedes que, a pesar del apodo que han sabido conseguir en los medios audiovisuales y de sus simétricas carencias intelectuales, las elegidas de hoy no son mellizas. Son –simplemente- hermanas. Se llevan un año de diferencia.

Gen Xipolitakis

Victoria. Me suena que esta es la mayor, pero no pondría las manos en el fuego.

Stefanía. Me suena que esta es la menor, pero no pondría las manos en el fuego.

Stefanía y Victoria, en ese orden. De izquierda a derecha digo.

Stefanía y Victoria. No sé decir cuál es cuál.

Stefanía y Victoria. Me suena que la que muestra el traste es Victoria, pero no pondría las manos en... bueno... no sé.

Así es, mis queridos sediciosos. Las mellizas Xipolitakis son, en realidad, las hermanas Xipolitakis.

Creo, entiendo, intuyo, sospecho, que no necesito agregar una sola palabra más.

Los escucho.



Tengan ustedes un patriótico fin de semana.

martes, 18 de mayo de 2010

DECILE ALBERTO...

Síntesis del post: Desayuno. Mesa contigua. Monólogo. Reflexión.



Es muy temprano a la mañana y estoy en un bar. Tengo delante de mis ojos un café humeante y tres medialunas de grasa que pronto serán historia. La circunstancia por la cual estoy en este sitio es de poca o ninguna relevancia a los efectos de este artículo, así que sirvan estas líneas como una modesta introducción al tema que hoy nos ocupa.

“¿Y cuál es el tema que hoy nos ocupa?”, indagará usted con carita de no me aguanto los prolegómenos.

“La mesa contigua, naturalmente”, responderé yo con mi clásica sonrisa paternal.

“¿Y qué hay en la mesa contigua?”, insistirá usted con su no menos clásica actitud de niño de ocho años.

Espere un momento, no sea ansioso. Todo a su tiempo y armoniosamente. ¿Quiere una paleta?

De cualquier modo le voy a pintar con lujo de detalle el cuadro de situación en esa mesa, porque es indispensable para que la esencia de la historia le llegue al paladar con la debida potencia. Deberé aplicarme a una descripción minuciosa en orden a lograr que usted perciba, a través de mis impresiones, el sentir del protagonista. O lo que yo interpreto como el sentir del protagonista, que es casi lo mismo pero no es lo mismo. No sé si me entiende.

“¿Y quién es el protagonista?”, aventurará usted con los ojitos clavados en el piso porque sabe, muy en el fondo de su corazoncito, que ya me está conduciendo al terreno del mal humor.

“Basta, para usted no hay paleta”, sentenciaré yo con una lógica inapelable.

Y aparte después se le pueden mezclar los sabores en el paladar. Ahora deje de hacer pucheros y vayamos a lo nuestro, que el tiempo no me sobra.

En la mesa contigua hay tres personas. De un lado un matrimonio que sin duda habrá pasado, intuyo que en forma holgada, sus bodas de plata, y del otro una señora que se me antoja viuda o al menos emergente de un divorcio controvertido.

La voz cantante de la conversación la lleva la señora que está felizmente casada. Aunque para hacer honor a la verdad sería más apropiado hablar de un monólogo.

Parece que la señora –el matrimonio- estuvo recorriendo alguno de los grandes museos de Europa en fecha reciente. Y de eso va la conversación. El monólogo digo. No sé de qué museo se trata, pero es uno de los importantes. El Louvre, el Prado, el British. Da lo mismo. Lo importante es que tenés que ver ese cuadro, bichi. Es su obra maestra. A nosotros se nos cayó la mandíbula a los pies, pero si te fijás, en la misma galería hay un cuadrito chiquito que no será tan impactante a primera vista pero a nosotros nos pareció una hermosura total. Los colores, los contrastes, la distribución de las figuras. Decile Alberto…

Todas los segmentos explicativos culminan con un “decile Alberto…”; y Alberto, de más está decirlo, es el sufrido protagonista de nuestra historia. Sufrido para mí. Desde mi punto de vista. Según mi humilde interpretación. Pero sufrido al fin.

Decile Alberto…

Y Alberto no dice. Más bien asiente de un modo maquinal, con los ojos entrecerrados y los brazos cruzados sobre la barriga (prominente por cierto), como si le costara encadenar la memoria puntual con el ademán confirmatorio.

Ah, tenés que hacer el paseo en bote por el río. Decile Alberto…

Y Alberto avala. Convalida. Corrobora. Siempre desde el gesto o el monosílabo. Nunca más allá. Siempre recostado con los brazos cruzados sobre la barriga, como un patrón de estancia a la hora de la siesta.

Y por supuesto su proceder, cansino aunque diligente, denota costumbre. Permite adivinar un espíritu habituado a esos menesteres. Ducho en el arte de conformar sin comprometer demasiadas palabras.

Decile Alberto…

Y Alberto se debate en los rápidos de su memoria. Y no, no se acuerda de esa etapa oscura de Salvador Dalí. Y tampoco recuerda esa pintura específica, precisamente porque en ese momento, específico también, tenía los ojos adheridos a la zona oscura y turgente de aquella estudiante alemana que atendía embobada las precarias explicaciones de un guía gitano. Estúpido guía gitano. Joven, moreno y de graciosas y delicadas formas.

Decile Alberto…

Y Alberto asiente. Otra vez. Sabedor de que un culo joven y una pintura vieja tienen en común esa capacidad de emocionar. Esa belleza intrínseca. Ese afán de perpetuidad. Y que a cualidades idénticas, abstracta se torna la fuente, y poca o ninguna necesidad de mención la asiste.

La señora continúa con su monólogo y Alberto se retuerce el extremo del mostacho frotándolo entre la yema del dedo pulgar y el canto del dedo índice.

Cierro los ojos y me concentro.

“Decile Alberto…”, conmino siempre desde el pensamiento.

“Decile que te tiene harto. Que se calle la boca de una buena vez. Que la querés, que eso no va a cambiar nunca, pero no te acordás del puñetero cuadro de Dalí, y es mejor que no indaguemos en los porqués. Que querés irte a casa, a ver la fórmula uno. Que esta buena señora, viuda o divorciada, está aburridísima. Que más que el Louvre quiere saber dónde quedan las galerías Lafayette. Y que querés pedir la cuenta y dejar de perder el tiempo, que encima de todo no te sobra”.

Pero Alberto no dice. Se calla sin más. Y eso lo hace porque me lleva unos treinta años. Largos. Y me lo hace saber desde el gesto, desde el ademán, que por otra parte parece ser el lenguaje que mejor domina. Me dedica una media sonrisa entre compasiva y resignada, y paga la cuenta sin bajar la mirada para revisar.

“Decile Alberto…”, me digo ya más en tren humorístico. Y le clavo el colmillo a la primera medialuna de la mañana.




Tengan ustedes muy buenas noches.

viernes, 14 de mayo de 2010

POTENTE GEN

Síntesis del post: Potente Gen, porque es viernes, y los viernes yo siempre subo un Potente Gen.

No tengo absolutamente nada para decir en el día de la fecha, así que vayamos a lo nuestro sin más dilaciones.

POTENTE GEN

Gen Law

Maggie y Jude Law. Madre e hijo.

Si bien no tiene nada que ver con el análisis genético que deben llevar a cabo, les solicito un minuto de su amable atención. Tengan la bondad de echarle una ojeada al cogote de esta buena señora. A mí me da la sensación de que alguien se ha tomado el trabajo de implantar esa cabeza en el cuello de Sylvester Stallone. O la misma es extremadamente pequeña. Una de dos.

En cualquier caso el resultado es bastante impactante.

Y ahora me voy contento, porque es viernes. Y los viernes yo almuerzo solo. Y como lo que me gusta. Y me tomo un vinito chico con hielo y soda. Y postre. Y café, si dan.


Tengan ustedes un desproporcionado fin de semana.

lunes, 10 de mayo de 2010

VICTORIAS DOMINGUERAS

Síntesis del post: Domingo de reposo. Timbre. Extraño pedido. Negativa. Insistencia. Dos victorias.



Creo que más de una vez he mencionado en este espacio que vivo en una planta baja a la calle. Sin embargo en esta ocasión, la diferencia radica en que el dato es imprescindible para el desarrollo del artículo, así que vuelvo a mencionarlo sin temor a ser tildado de anciano desmemoriado.

Decía entonces que vivo en una planta baja a la calle, y el hecho, de más está señalarlo, posee algunas desventajas bastante notorias.

Bien, a lo nuestro entonces.

Es domingo, son las diecinueve horas y quince minutos y alguien me toca el timbre. No es un timbrazo sobrio, acotado en su duración o respetuoso del merecido descanso que suelen disfrutar cualquier domingo aquellos mortales que no se encuentran sometidos a un régimen de esclavitud laboral. Es más bien un sonido alargado e insistente, desprovisto de toda inhibición o vergüenza.

Pienso en la señora Bigud como primera opción. Debe haber olvidado sus llaves. Entonces me acerco hasta el portero eléctrico y pregunto, de muy mala gana, quién es el del dedo pesado.

Para mi sorpresa recibo la siguiente contestación:


“Disculpe señor, soy la vecina del tercero, me olvidé las llaves en la casa de mi mamá… ¿podría abrirme la puerta?”

Vale aclarar que para abrirle debo salir de mi departamento y acercarme –literalmente- hasta la puerta munido de la correspondiente llave, operación que no me seduce para nada, y que además no estoy dispuesto a realizar. Yo no soy el guardián de la garita.

“Disculpe señora, pero en este momento no puedo”, contesto con una fingida amabilidad.

Pero la muy artera pregunta por qué. No conforme con haberse quedado pegada al timbre por más de cinco segundos, pretende que justifique mi decisión sin tomar en cuenta que, a lo mejor, no sería decoroso que entrara en detalles.

“Porque en este preciso instante me encuentro fornicando salvajemente, hecho por el cual mi esbelta figura se pasea desprovista de ropas que la suavicen, y en una predisposición no muy fácil de disfrazar”.

Esto lo pienso pero no lo digo. Primero porque tengo mis pudores. Segundo porque no es cierto. Y tercero porque existe más de una señorita que, basada en la memoria de mis épocas de soltería, podría ironizar un largo rato sobre mi definición de salvajismo. Pongamos por caso, una media hora. Tranquilamente.

Pero sí es cierto me encuentro tendido en la cama en paños menores, viendo cómo cae derrotado –una vez más- el Club Atlético Boca Juniors. Por lo tanto me parece muy injusto que se requiera de mi persona semejante demostración de heroísmo, y encima se tenga la pretensión someter a análisis los motivos de mi negativa.


“Porque acabo de salir de la ducha”.

Esto sí lo digo, y acto seguido interrumpo la comunicación.


Es domingo, son las diecinueve horas y veinte minutos y alguien golpea mi ventana. La del comedor diario. La que da a la calle.


“Disculpe señor… ¿no me pasaría sus llaves para que pueda entrar sin molestarlo?”

Curiosa es la noción que esta simpática señora tiene acerca del momento en el cual una persona comienza a molestar a la otra.

Lo cierto es que no la tengo muy vista. Ni siquiera estoy seguro de que sea vecina mía, y me pone en un compromiso que no quiero asumir.


“No señora, perdóneme pero yo las llaves no se las doy a nadie”, sentencio sin siquiera abrir la persiana. Y otra vez interrumpo la comunicación.

Es domingo, son las diecinueve horas y veinticinco minutos y alguien me toca el timbre. No el de la puerta de calle, sino el de mi departamento. Pongo el ojo en la mirilla y distingo a la inefable señora del tercero.

Comprendo de inmediato que al haber logrado ya su objetivo principal, nada bonito puede surgir de nuestro tercer intercambio en menos de diez minutos. Así que me alejo de la puerta tratando de hacer el menor ruido posible y me refugio en mi dormitorio, donde el Club Atlético Boca Juniors se apresta a poner la frutilla del postre a un fin de semana –para mí- perfecto desde el punto de vista deportivo.

Cuando uno se encuentra en la tranquilidad del hogar, algunas personas son como las inundaciones. Uno nunca quiere que aparezcan, pero cuando lo hacen son absolutamente imposibles de detener. Poco a poco nos van cerrando el cerco, hasta que al final no queda un sitio en el cual refugiarse. Entonces ingresan, se quedan mucho más tiempo de lo deseado, y cuando se retiran no nos dejan absolutamente nada.

La señora insiste un rato. Un rato largo. Y se da por vencida justo en el instante en que el árbitro del partido sentencia la suerte de los muchachos de la ribera.

Dos victorias en un mismo segundo. Teniendo en cuenta que no siempre somos capaces de evitar que nos tape el agua, no es poco el mérito que me asiste.


Tengan ustedes muy buenas noches.

PS: Arderán en el infierno, sus nucas serán alcanzadas por el filo de la espada flamígera y sus ojos serán extirpados por cuervos de pico corvo. Ese destino aguarda por aquellos ingratos que hoy no concurran a MIB para dar testimonio de su devoción hacia este humilde servidor.

PS2: Quedan ustedes debidamente notificados.

viernes, 7 de mayo de 2010

POTENTE GEN

Síntesis del post: Potente Gen, porque es viernes, y los viernes yo siempre subo un Potente Gen.

Cuestión previa: El Señor Carugo ha tenido la gentileza de dedicarle al titular de este humilde espacio una entrada en su blog con palabras muy cálidas, y no conforme con ello ha cedido también un dibujito de su autoría que, de más está decirlo, pasará a engrosar la vitrina en un sitio de privilegio.

Ambos gestos han sido ya debidamente agradecidos tanto pública como privadamente, aunque ello no obsta a que lo hagamos una vez más en esta sencilla aunque sentida ceremonia.



¡MUCHAS GRACIAS SEÑOR CARUGO!

Ahora a lo nuestro.

POTENTE GEN

En esta ocasión traigo a la mesa de debate un exponente que, intuyo, dividirá las aguas. En rigor de verdad podría haberlo presentado de otro modo, intentando influir veladamente en el juicio del público; pero como soy bien macho y me la banco, prefiero asumir el riesgo y aguantar los cascotes si es que los hubiera.

Gen Cormillot

Alberto, papá.

Adrián, hijito.

Alberto sonriente.

Adrián sonriente.

Desde mi punto de vista es un gen válido, pero la última palabra es de ustedes. Los escucho.

Ahora es el momento en que debería hablarles sobre mis almuerzos de los viernes, pero lo cierto es que los personajes que son hoy materia de nuestro análisis me han dejado un tanto inhibido.


Tengan ustedes un dietético fin de semana.

lunes, 3 de mayo de 2010

LAS PALABRAS JUSTAS

Síntesis del post: Domingo de asado. Cálculos fallidos. Intercambios gestuales. Discusiones chinas. Revoleo de artículos. Las palabras justas. Reflexión final.



Domingo por la mañana. El día es soleado y tibio, hecho que deja en evidencia –una vez más- la monumental ineficacia de los muchachos del servicio meteorológico. Entonces aprovecho la circunstancia de haberme levantado temprano y gano la calle decidido a adquirir dos bolsas de carbón en el supermercado chino que está a la vuelta. Flor de asado me voy a mandar. Con todos los chiches. Chorizo, morcilla, chinchulín de cordero, molleja, riñón, asado de tira, vacío y colita de cuadril. Sí señor, somos varios y el precio resulta moderado luego del correspondiente prorrateo.

Cerca de la esquina una señorita realiza denodados esfuerzos para estacionar su vehículo en un sitio que, a todas luces, es más pequeño de lo aconsejable. Mucho más pequeño. Tanto, que la situación adquiere ribetes de comedia.

La miro. Me mira. Le sonrío. Me sonríe. Ensayo un tibio gesto de desaprobación, una leve amonestación gestual. Cortés, es cierto, aunque no exenta de firmeza.

Se aferra al volante y acomoda el espejo retrovisor. Su semblante revela que no está dispuesta a admitir un error en sus cálculos sin antes causar severos daños a la propiedad de otros individuos; por lo tanto sigo mi camino mientras el motor ruge preparándose para lo que está por ocurrir.

Una señora discute con la cajera del supermercado. Pretende pagar dos pesos con cincuenta por un artículo que vale el doble. No sé qué artículo, las bolsas me pesan y deseo que el contrapunto acabe lo más pronto posible. La cajera pasa el código de barras por el lector, y la máquina sentencia que la asiste la razón. La señora no se da por vencida. Muchos chinos se apersonan. La señora los enfrenta. Los chinos mueven las cabezas de lado a lado en plan de refutación. La señora les grita y agita el artículo en cuestión. Los chinos abren los cinco dedos de una mano como invitándola a contarlos. La señora revolea la bolsa (porque ahora veo que es una bolsa) hacia el sector de las góndolas. Los chinos se dispersan. La señora paga por los artículos que no revoleó y el incidente termina. Por fin.

Mi trámite es mucho más veloz, y por cierto más pacífico. No hay contrapunto, así que abono y gano la calle con mis bolsas de carbón a cuestas.

Cerca de la esquina, el as del volante ha descendido del vehículo y lleva a cabo lo que en un primer análisis percibo como un estudio más responsable de las referencias espaciales. Sin embargo, cuando me acerco a su posición comprendo que dicho estudio se encuentra más relacionado con los daños ocasionados durante la osada maniobra. Hay vidrios en el pavimento, y no son de su auto.

La miro. Me mira. Alzo las cejas en señal de resignación. Me dedica una mirada culposa, una suerte de admisión de responsabilidad.

En ese instante pasa la señora que enfrentó a los chinos. Se ve que había ingresado en algún otro negocio ubicado de camino hacia la esquina, de otro modo tendría que haber pasado antes que yo.

“¡¿No ves que ahí no entrás repelotuda?!”, le grita sin abandonar la prisa que trae.

Ahora me siento un poco tonto después de mi inútil jueguito gestual. Ineficaz, como los muchachos del servicio meteorológico.

Hay que ver lo obstinadas que pueden llegar a ser a veces las mujeres. Pero suelen ser mucho más directas que nosotros. De eso no cabe duda.



Tengan ustedes muy buenas noches.