Extraña sucesión de infortunios que, poco a poco, fueron minando mi voluntad hasta transformar aquel viejo anhelo de triunfo en esta pacífica convivencia con el fracaso.

martes, 29 de enero de 2013

Y LE HIZO CLIC EN CORTINA D'AMPEZZO


Síntesis del post: Dos señoras. Un clic. Dejemos de lado a Coca. Sabri. Dussan Makabi. El último sol. Conclusiones.


Cortina D'Ampezzo. Italia.

La señora se quita los anteojos y se frota el tabique nasal con el dedo índice y el pulgar de la mano derecha, buscando restablecer la circulación sanguínea en la zona afectada.

‘¿Entendés Coca?’, indaga mientras orienta la reposera según la nueva posición que adquirió el sol en la última etapa de su monólogo. Y lo hace sin levantarse, moviendo las caderas con vehemencia hacia los laterales y manteniendo los pies bien afirmados en la arena tibia del fin de la jornada.

Coca ensaya una mueca afirmativa con la mirada perdida en el horizonte marítimo. Sus estrambóticas acotaciones a lo largo de la última media hora denuncian que la comprensión de los hechos –hablo de los hechos en general- no es su fuerte, aunque por suerte no existen en esta ocasión intereses demasiado sensibles en juego. La señora de los anteojos proseguiría con su relato aun cuando ella materializara a través de sus gestos un colosal desinterés. A veces la gente simplemente necesita hablar; que la escuchen o no es un detalle del todo irrelevante.

‘La cabeza me hizo clic, Coca, y en ese momento me di cuenta de que ya no lo quería’.

Ya hemos dado cuenta del peso específico de las acotaciones de Coca, así que a partir de aquí vamos a dejarla un poco de lado para centrarnos en las reflexiones de este humilde servidor, que sin ser una lumbrera ha prestado la debida atención al relato y en este preciso instante elabora alguna que otra conclusión mientras intenta que el último sol empareje la tonalidad de su espalda con el resto del torso.

Bien, a lo nuestro sin más, que no quiero pasarme de horno mientras expongo el material que traigo en la bolsa.

A la señora le hizo clic, eso está bastante claro. Le hizo clic y dejó al marido para comenzar una nueva vida a los… diría yo basado en la observación minuciosa de sus achaques físicos, sesenta y tantos años. Sesenta y muchos. Sin embargo la cuestión no es cómo ni por qué la cabeza le hizo clic, sino dónde. Le hizo clic en Cortina D’Ampezzo, Italia.

Ay señora, si a usted la cabeza le va a hacer clic para comenzar una nueva vida, que sea en Cortina D’Ampezzo y no en Florencio Varela. No quiero que se juzgue mi comentario como un acto discriminatorio, se lo digo simplemente porque las circunstancias de ese clic no serán las mismas. El paisaje no será el mismo. Sus motivaciones no serán las mismas. La exposición no será la misma. Las consecuencias no serán las mismas. Y seguramente su marido no será el mismo.

Este señor, por ejemplo, es un conde. Me refiero al marido de la señora de los anteojos. Italiano él. Y sí, estoy hablando del título nobiliario. Es un conde. No se lo dicen los amigos de cariño. No se lo agregó delante del apellido compuesto como esos tristes universitarios que se hacen llamar doctor y no pasan de abogado mal recibido. No. El señor es un conde con todas las de la ley. Lo lleva en la sangre. Tráigame un conde que tenga su domicilio legal en Florencio Varela y después nos sentamos a hablar de discriminación. No tengo ningún inconveniente.

No es lo mismo, señora. No le busque el pelo al huevo. La quinta pata al gato. Una cosa es decidir que se acabó el amor una mañana de enero mientras se miran los picos nevados y un señor nos pregunta si vamos a tomar el desayuno en la cama o en el salón, y otra bien distinta hacerlo mientras se pone una cacerola de latón en el suelo para que la gotera no moje los colchones. Una cosa es encarar la soledad con una cuenta de ochenta millones de dólares en dos o tres bancos suizos y tres propiedades distribuidas por Europa, y otra bien distinta caminar por la ‘banquina’ del camino General Belgrano con una valija destartalada y una hija con tres críos y embarazada del cuarto sin saber a ciencia cierta el rumbo que se lleva. Las circunstancias, como le decía hace un rato, marcan el terreno de un modo definitivo.

En fin, el amor se acaba donde se acaba, y todas las decisiones deben ser respetadas más allá de sus circunstancias. A la señora le hizo clic en Cortina D’Ampezzo, y quiénes somos nosotros para juzgar el recorrido de sus sentimientos.

‘Por suerte la tengo a Sabri, Coca, que me hace mucha compañía’.

Salto de tema porque la señora salta de tema. Y también la salto a Coca porque es una máquina de decir idioteces, no sé si lo dije.

Por suerte la señora la tiene a Sabri, que –asumo yo- debe ser la hija.

Sabrina –ese es sin duda alguna su nombre- está casada con un importante empresario gastronómico que, también sin duda alguna, debe odiar a su suegra con las tripas, el corazón y algún otro órgano complementario. Digo esto basado en la minuciosa descripción de su carácter (el carácter del señor) provista –justamente- por la suegra (la suegra del señor).

‘No sabés cómo lo malcrío, Coca.’

La señora de los anteojos no se refiere al empresario gastronómico que la odia con las tripas, el corazón y algún otro órgano complementario, claro está. Se refiere a su nietito recién nacido, que dicho sea de paso, tiene un nombre rarísimo. Algo así como Dussan Makabi, que significa guerrero afrodisíaco en sánscrito, o espada flamígera en arameo. No sé, la verdad es que no recuerdo con presición, pero estoy plenamente seguro de que ese cristiano tendrá una infancia tormentosa a manos de innumerables –y mucho menos pomposos- Agustines y Fernandos. Esas rarezas, esas pequeñas deformaciones de la normalidad… bueno… no suelen pasar inadvertidas en el sencillo aunque siempre cruel universo infantil. Lo que a nosotros los adultos se nos antoja novedoso, a ellos les resulta una perfecta excusa para el escarnio.

‘Se está poniendo un poco fresco, Coca.’

La señora de los anteojos tiene toda la razón, el sol ya no calienta como cuando íbamos por la parte del clic en Cortina D’Ampezzo, pero Coca hace rato que perdió el hilo del asunto, y lo cierto es que ya no está siquiera para reparar en las inclemencias del clima. Se nota porque no engalana la charla con acotaciones ridículas o directamente estúpidas. Solo escarba la arena con los dedos de los pies sin apartar la mirada del horizonte cada vez más anaranjado. Y en el fondo es lógico. Incluso a mí, que la escucho empujado por una curiosidad casi profesional, me cuesta mantener la concentración.

Coca pliega su silla y se apresura a guardar la sombrilla dentro de la funda. Después de todo, hasta la persona más estúpida esgrime ciertos rasgos de lucidez cuando las circunstancias –no sé si les dije que las circunstancias marcan el terreno de un modo definitivo- apremian y se tornan intolerables.

Las dos señoras se retiran a paso veloz. Me vuelvo sobre mí mismo y miro el cielo. Ya no es de día, pero tampoco es de noche. Estoy cansado no sé de qué. Los pliegues de la lona mal extendida se me marcan en el abdomen. Debe ser un cuadro dantesco para los pocos valientes que quedan en la playa. Me causa un poco de gracia.

Esta noche quiero ir al casino. Jugar unos manguitos al cinco. Al doce. Colorados, por supuesto. Tomarme dos o tres whiskys servidos por una señorita, morocha ella, de ojos claros. Pueden ser verdes o celestes, da lo mismo. Pero que me los lleve a la mesa, y si llega con la bola girando, mucho mejor. No sé, matar el tiempo de alguna forma. Celebrar que no tengo en mi vida una persona para odiar con las tripas, el corazón y algún otro órgano complementario.

Y bueno… si alguna vez me tiene que hacer clic la cabeza, que sea en Cortina D’Ampezzo y no en Florencio Varela. Todo lo demás es anécdota.



Tengan ustedes muy buenas noches.


PS: Si últimamente no se me ve es porque no estoy. El lunes 4 nos leemos.