Extraña sucesión de infortunios que, poco a poco, fueron minando mi voluntad hasta transformar aquel viejo anhelo de triunfo en esta pacífica convivencia con el fracaso.

viernes, 29 de julio de 2011

POTENTE GEN

Síntesis del post: Potente Gen, porque es viernes, y los viernes yo a veces –muy de vez en cuando- subo un Potente Gen.

En el día de la fecha salgo a la cancha (nunca más apropiada la fórmula) con un exponente futbolístico. Al principio tenía pensado quedarme en el plano nacional, pero a último momento me decanté por estos hermanos italianos que se ajustan infinitamente mejor a los parámetros requeridos por la sección.

A lo nuestro sin más, y que la historia me juzgue:


Gen Inzaghi

Filippo, hermano mayor. Goleador.

Simone, hermano menor. Goleador hasta ahí.

Hermano mayor y hermano menor.

Y otra vez.

Se me ocurre que no existen demasiados argumentos para discutir, pero de todos modos hay que realizar la correspondiente encuesta.

Y ahora, mientras la lluvia de loas se hace cada vez más copiosa, me voy contento. Porque es viernes. Y los viernes yo almuerzo solo. Y como lo que se me antoja. Y me tomo un vinito chico con soda y hielo. Y postre. Y café, si dan.



Tengan ustedes un democrático fin de semana.

martes, 26 de julio de 2011

PROMOCIÓN SUJETA A CAMBIOS

Síntesis del post: Radio en el auto. Rodeos introductorios. Elecciones. Declaraciones. Propagandas. Tácticas de venta. Asociación. Anuncio final.

Tato Bores. Este sí que hablaba rapidito.

Estamos escuchando la radio. En el auto. Nos gusta mucho escuchar la radio en el auto, por la mañana, de camino a la oficina. Y hoy estamos escuchando la radio. En el auto. Por la mañana. Aunque no estamos camino a la oficina. Hoy, lunes, no tenemos pensado ir a la oficina. Ni por la mañana, momento del día en que tenemos tomado otro compromiso, ni por la tarde, momento del día en que no tenemos tomado otro compromiso. Esto quiere decir que necesitamos una excusa, y podemos exhibir solo media. Media excusa. Pero no importa. Somos valientes, arrojados y mentirosos. Y cuando no estamos acorralados somos bastante buenos mintiendo. Ponemos cara de enfermos y todo.

‘Déjese de vueltas y diga de una vez a dónde diablos se dirige’, intimará usted, que a esta altura de los acontecimientos ya me conoce de sobra, y sabe que estos rodeos introductorios jamás conducen a ninguna parte.

‘Al aeropuerto de Ezeiza’, responderé yo. Y lo miraré fijo.

Esta vez los rodeos introductorios sí conducen a alguna parte. Para que lo sepa. Conducen al aeropuerto de Ezeiza. Y como le explicaba antes de que me transformara en el objeto de sus reclamos y frustraciones (sí, esta vez fue culpa suya), estamos escuchando la radio. En el auto. Por la mañana. De camino al aeropuerto de Ezeiza. No, no vamos a viajar a ningún lado. Vamos a recoger gente. Hoy nos toca servir como transporte.

A lo nuestro sin más, que no pienso continuar tolerando sus ridículas dilaciones.

Nos gusta escuchar la radio en el auto, programas de actualidad. Y mucho más si se trata del lunes inmediato posterior a un acto eleccionario. Nos resulta estimulante, enriquecedor y divertido. Todo a la vez. Tenemos candidatos que celebran resultados menos felices de lo imaginado, políticos que se adjudican victorias ajenas, movimientos que desconocen derrotas propias, personajes que agradecen como si hubieran ganado un premio, periodistas que confunden algo parcial con algo definitivo e intelectuales que realizan sesudas lecturas de la realidad y luego interpretan los fenómenos de un modo no muy distinto al que podría hacerlo Karina Jelinek.

Sin embargo en este momento escuchamos una entrevista al titular de una consultora que llevó a cabo una encuesta cuyos resultados han orillado entre lo cómico, lo triste y lo lamentable. El hombre, indignado por la injusticia de las críticas recibidas, transfiere la responsabilidad de la catástrofe a la inoportuna declaración de una importante figura política local, y atrás agrega que la mitad del electorado suele decidir su voto en el cuarto oscuro, hecho que a nosotros nos lleva a preguntarnos cuál sería entonces la utilidad de realizar una encuesta. No solo la suya, sino cualquier otra. En síntesis, defiende sus pronósticos a capa y espada, cuando sería mucho más prudente (esto también lo pensamos nosotros) bajar la persiana del negocio, comprar una combi, formar un grupo de rumba y salir de gira por el interior del país.

En fin… ahora le llega el turno a la tanda publicitaria, donde una afamada marca de vehículos automotores se refugia detrás de la potente voz de un locutor que nos relata –sucintamente- las enormes virtudes del producto y las increíbles facilidades de pago que nos aguardan si dejamos lo que sea que estemos haciendo y corremos a la concesionaria agitando sobre nuestra cabeza un fajo de billetes de cien dólares.

Y aquí viene lo interesante. Lo jugoso. La letra chica del contrato adecuada a los requerimientos del campo de la radiofonía. Maquillada y peinada para la ocasión. Nuestro simpático locutor toma aire, afina las cuerdas vocales y larga la siguiente minuta aclaratoria a una velocidad que asimilaría al mismísimo Tato Bores a un enfermo en recuperación de un ACV con el coágulo centrado sobre la zona del cerebro que controla la dicción:


PromociónválidadesdeelveintedejuliodedosmiloncealanochetardehastaelveintiunodejuliodedosmiloncealamañanitaennuestrasoficinasdeTierradelFuego.Sujetaacambiossinprevioaviso.Sujetaadisponibilidaddelvehículo.Ajustabledeacuerdoaparámetrosquenolevamosaexplicarporqueigualnoentenderíayrescindibleunilateralmentesiempreycuandoelquepretendarescindirnoseaustedsuabogadooalgúnmiembrodesufamilia.

Así, todo muy rapidito y sin anestesia. Y se ve que les da resultado, porque venden autos por miles.

Ahora, escuchando esta inefable aunque infalible táctica se nos ocurre pensar que la misma también podría ser útil a esta caterva de impresentables (políticos, candidatos, periodistas, intelectuales) que salen a decir por radio lo primero que les viene a la mente.

Qué sé yo… declaración sujeta a los intereses coyunturales del declarante. Adhesión condicionada al futuro triunfo del ente parasitado. Admisión de derrota limitada al plano local. Obra supeditada a que me reelijan. Triunfo extensible al plano nacional sin necesidad de nuevas consultas. Lectura e interpretación producidas bajo los efectos de los estupefacientes, válidas solo si Karina Jelinek las hace suyas y me deja hacerla mía. Encuesta certera solo si ningún político emite una declaración luego del cierre. Etcétera.

No sé muchachos, un poco de imaginación. Las herramientas están ahí para todos. Solo hay que echar mano y usarlas sin complejos o inhibiciones.

Y basta por hoy. Llegamos al aeropuerto, así que bajen del auto y vayan a averiguar el horario del vuelo mientras busco un lugar para estacionar.

Antes de retirarme les cuento que el próximo viernes tendremos un
Potente Gen, porque acabo de caer en la cuenta de que la sección está un poquito abandonada.

AnunciosujetoaladisponibilidaddetiempolabuenavoluntadylasganasdeYoni.Sujetoasupresiónsinprevioaviso.Ajustabledeacuerdoaparámetrosquenoexplicaréporqueestoyenmipropiacasayhagoloquesemecanta.Elautorsereservaelderechodevetarlosvotosquenoconformensusexpectativastomarcomopositivoelsegurovotonegativodelseñorbugmanymanipularlosresultadosdeacuerdoasulealsaberyentender.


Tengan ustedes muy buenas noches.

martes, 19 de julio de 2011

UN SEÑOR INDECIBLEMENTE CHIQUITO

Síntesis del post: Consultorio conocido. Ausencia descriptiva. Un señor indeciblemente chiquito. Zapateo. Documental sobre las tarántulas. Sospecha justificada.



Nos toca volver al consultorio de mi dentista, más precisamente a la sala de espera del consultorio de mi dentista. Ello implica que la historia de hoy repite el decorado que se utilizó aquella aciaga tarde en que tuve la mala idea de pedirles que me acompañaran. Sí, a ustedes, ahora no me digan que no recuerdan a la señora Osorio y su pequeño arranque lujurioso.

En fin… tendamos un manto de piedad sobre el asunto. En cualquier caso, lo bueno de regresar a un escenario por todos conocido es que me evita la ardua tarea de la descripción, hecho que también trae aparejado un beneficio para ustedes, ya que el artículo acabará siendo algo más corto de lo habitual.

A lo nuestro sin más, o de otro modo vamos a desperdiciar esta pequeña ventaja que nos fue obsequiada por el azar.

Estamos sentados frente a un señor muy chiquito. Un señor indeciblemente chiquito. Tanto, que inspira ternura. Calvo excepto a la altura de la nuca, blanco de tez y más bien regordete. Usa unos anteojitos redondos, de gruesos cristales y un armazón que parece como de alambre, y que por algún motivo, no me pregunten cuál, hacen juego con el bigotito. Y tiene un sombrerito aprisionado contra la panza por sus manitos rechonchas y nerviosas. Ay señora… mírelo ahí sentadito, parece un muñequito.

En contrapartida tenemos también a su esposa, que parece estar aquí para brindar apoyo moral. O para impedir una cobarde huída. Da lo mismo. Es una señora voluminosa. Una señora indeciblemente voluminosa. Tanto, que inspira temor. En este sano tren de evitarnos las descripciones voy a pedirles que imaginen algo diametralmente opuesto a nuestro héroe del día, salvo, tal vez, por el asunto del bigotito. En eso sí se parecen.

El diminuto señor tiene como unos temblorcitos. Y zapatea. Asumo yo que por los nervios que le ocasiona un inminente tratamiento de conducto; acaso una extracción. Primero el pie derecho, luego el izquierdo y otra vez el derecho. Zapatea con toda la suela, y produce un ruidito bastante intenso que genera una visible tensión en el rostro de su mujer. Sin embargo ella no reacciona en forma agresiva. Se mantiene en una suerte de trance, con la vista al frente y las manos entrelazadas.

¡Bigud!

Ese fue mi dentista. No sé si les dije que tiene la mala costumbre de asomar la cabeza desde la profundidad del consultorio y gritar a viva voz el apellido del paciente a maltratar.

Al salir notamos, no sin cierta cuota de regocijo, que en la sala de espera se encuentra solo la señora indeciblemente voluminosa. Parece que después de todo el pequeño condenado logró perpetrar la huída. O está en el baño. O simplemente no era el apellido a maltratar. Sabrá Dios cuál es la respuesta, aunque habiéndonos caído tan simpático como nos cayó no podemos menos que desearle la mejor de las suertes.

Punto final para esta etapa del artículo, por lo tanto ahora saltamos en forma abrupta al living de mi casa. Vamos a insistir en esta modalidad de evitarnos las descripciones, así que imaginen un sillón como cualquier otro y un televisor como cualquier otro. Porque eso es precisamente lo que estamos haciendo. Viendo un interesantísimo documental sobre las tarántulas panza arriba en el sillón, con la mitad de la boca dormida y un ruidito como de abeja en el oído izquierdo.

Resulta, señora, y no se me espante, que a la tarántula macho le va la vida cada vez que tiene la peregrina idea de aparearse. Sí, así como lo oye. Siendo considerablemente más pequeño que la hembra se ve forzado a observar todos y cada uno de los pasos de un complejo ritual de cortejo para no ser devorado antes, durante o incluso después de lograr su desfachatado cometido.

Le explico de qué va el asunto:

Al detectar las feromonas de la hembra, el macho comienza a cortejarla con rápidos movimientos de los pedipalpos y las patas delanteras (como si temblara) dando pequeños golpes en el suelo para anunciar su presencia. Esto es muy importante, dado que las arañas no tienen buena vista, y dependen de estas vibraciones para decodificar el mensaje.

La hembra abre los colmillos y levanta las patas delanteras como si fuera a atacar, pero el aventurero paraliza los colmillos con sus ganchos tibiales mientras le acaricia el abdomen para calmarla. Luego, con la ayuda de los bulbos introduce el semen en la espermateca de su compañera y finalmente huye para no convertirse en el almuerzo.

Y eso es todo. ¿Vio que no era para tanto? ¿Vio cómo no era tan terr…


¡UN MOMENTO!

Ay dios mío…

Tranquilos, todo el mundo quieto. En cualquier caso es mejor que esta vez hayamos pasado primero. Digo, eso no se debe haber parecido nada a lo de Cárdenas y la señora Osorio.

Y también puede ser que estuviera en el baño, che. No sean tan fatalistas.


Tengan ustedes muy buenas noches.

martes, 12 de julio de 2011

TENGO UNA PREGUNTA

Síntesis del post: Una pregunta. Una duda administrativa. Teléfono. El Palacio. Departamentos. Solución sugerida.

Tengo una pregunta. Una duda administrativa. Y para resolverla cuento solo con un triste papel, una factura o una boleta, que una empresa postal se ha encargado de hacer llegar a mi domicilio. Figura un teléfono, por supuesto. Veinticuatro horas al servicio del dudoso desesperado, proclama. Se ufana. Sin embargo por más que uno insista no atiende nadie. Nuestros operadores se encuentran ocupados con otros dudosos desesperados, por favor aguarde en línea hasta que alguno se rinda. Eso es lo que informa mecánicamente la voz de una señorita mientras, de fondo, Patricia Sosa apela a lo peor de su repertorio para provocar el desistimiento prematuro de aquellos que aún no hemos tenido la posibilidad de salir a la cancha. Esta noche no me pidas nada, solo endúlzame los oídos, dice la muy canalla. Esta noche olvidemos todo, agrega por fin. Esta gente tiene todo muy bien planeado. Lo único que yo traigo a la mesa de discusión son pedidos y quejas amargas que no puedo quitar de mi mente, así que resulta bastante claro que no vamos a llegar a buen puerto.

La alternativa que me queda es presentarme en la dependencia en cuestión, cuyo domicilio figura al dorso del papel, justo debajo del teléfono. Por lo tanto hacia allí me dirijo. El Palacio del Burócrata, Fragata Piperine 1446, Ciudad Autónoma de Buenos Aires. Cualquier cosa antes de seguir escuchando ese tono impostado de la inefable Patricia Sosa.

En el mostrador de información me recibe una señorita que refleja en su rostro un cansancio estructural. No es el día, no es el clima, no somos los dudosos desesperados. Es la vida en sí misma, y no parece existir una solución.

Tengo una pregunta. Una duda administrativa. Cuento solo con este trist… Departamento ‘Dudas menores’, tercer piso por la escalera caracol, segunda puerta a la derecha. Pregunte por el señor Gutiérrez. Me lo dice sin quitar la vista de un oscuro monitor donde una pelotita plateada rebota contra los lados a la espera de que alguien –alguna vez- presione una tecla y dé por terminado su viaje.

Tengo una pregunta. Una duda administrativa. Cuento solo con este triste papel para resolverla.

El señor Gutiérrez estudia el documento con ojo minucioso, sin emitir un sonido por casi cinco minutos. En ese lapso no hay gestos, actitudes ni movimientos que permitan inferir su conclusión. El hombre es impenetrable, y eso me genera cierto nerviosismo.

Departamento ‘Dudas más o menos justificadas’, cuarto piso por la escalera caracol, primera puerta a la izquierda. Pregunte por el señor Rosales. Y me devuelve el papel sellado e inicializado.

Tengo una pregunta. Una duda administrativa. Cuento solo con este triste papel para resolverla.

El señor Rosales no es el señor Gutiérrez. Sí, ya sé que eso es obvio, que es un señor distinto, probablemente más capacitado y con un traje más caro; pero me refiero a que es mucho más permeable que su compañero. También estudia el documento con ojo minucioso, pero se rasca la barba entrecana, menea la cabeza en clara señal de que está frente a un asunto intrincado, que todo está muy mal y que amerita acciones inmediatas y definitivas. Eso, aunque parezca contradictorio, me tranquiliza un poco.

Departamento ‘Dudas insoportablemente complejas’, quinto piso por la escalera caracol, tercera puerta a la derecha. Pregunte por el señor Barovero. Y me devuelve el papel inicializado, pero sin sello.

Tengo una pregunta. Una duda administrativa. Cuento solo con este triste papel para resolverla.

El señor Barovero observa el documento preso del más absoluto desconcierto. Abre los ojos como dos huevos duros y cada tanto se cubre el rostro con las palmas de las manos y menea la cabeza negativamente igual que el señor Rosales, así, con el papel entremedio, como si lo estuviera olfateando o lamiendo, provocando de paso ese ruidito tan característico que hacen los papeles cuando alguien los arruga o los estruja. Luego rompe en un llanto uniforme y profundo mientras confiesa, entre sollozo y sollozo, que todo le resulta insoportable (lo cual no parece algo tan descabellado tomando en cuenta el departamento que dirige).

Departamento ‘Dudas irresolubles’, sexto piso por la escalera caracol, tercera puerta a la izquierda. Pregunte por el señor Vilallonga. Y me devuelve el papel sin iniciales o sellos.

Tengo una pregunta. Una duda administrativa. Cuento solo con este triste papel para resolverla.

El señor Vilallonga me recibe con una enorme sonrisa, un abrazo y un café con crema. Coloca el documento en uno de los vértices del escritorio y me ofrece un sobrecito de azúcar mientras se queja de lo mal que juega la selección. Lo escucho un rato largo, pero cuando me resulta evidente que no tiene pensado abordar el asunto que nos convoca lo interrumpo. Le pregunto si tiene pensado hacer algo con mi problema.

Absolutamente nada, me responde. ¿Acaso no vio el cartel de la puerta? Dudas irresolubles, dice. Irresolubles. Eso significa que no tienen solución. Que no se puede hacer nada. ¿Usted quiere que yo simule que estoy haciendo algo? ¿que estoy preocupado por su situación? Y de inmediato se despacha con un compendio de gestos ampulosos mientras hace como que habla por teléfono con la señora presidente sobre mi duda administrativa.

Finalmente decido interrumpir la dramatización. Entendí el punto, no soy estúpido. Pero me gustaría que me diera un consejo para poder retirarme sin esta sensación de haber perdido la mañana.

Le recomiendo que haga como si este asunto no existiera, que espere que todo se resuelva por la providencia divina. En síntesis, asuma una actitud marmórea.

Me quedo mirándolo –infiero- con una expresión muy similar a la del señor Barovero.

Marmórea. Como de estatua, agrega inmóvil, imitando la postura de alguno de los próceres inmortalizados en cada plaza de la ciudad.

Dicho esto abre la puerta de la oficina, me estrecha la mano, rompe el documento en muchos pedacitos que revolea por el aire y me regala un pequeño calendario 2011 con la siguiente leyenda:

‘No hay plazo que no se cumpla ni deuda que no se pague’

Y ese es el fin de mis peripecias.

Tengo una pregunta. Una duda administrativa. No cuento con papel alguno para resolverla, pero quisiera saber si puedo mover la mano para rascar mi marmórea mejilla derecha sin que me caiga encima una intimación.



Tengan ustedes muy buenas noches.

PS: En breve reanudaremos las visitas por los espacios amigos y afines.

martes, 5 de julio de 2011

OVEJA MARRÓN VERDOSA

Síntesis del post: Discusión entre madre e hija. El Rulo. Oveja marrón verdosa. Movida de ajedrez. Conclusión.

Tenemos esta encendida discusión en la cola de ‘envíos a domicilio’ de un prestigioso supermercado. Protagonizan el triste espectáculo una madre y su hija adolescente. Observa sin discreción alguna una señora regordeta que ocupa el sitio inmediato posterior en la mencionada hilera. Y justo detrás, a una distancia más prudente aunque con la misma ausencia de escrúpulos, yo. O sea, nosotros, dado que en estos últimos tiempos hemos estado yendo a todos lados juntos.

La cosa es más o menos así: La hija quiere realizar un viaje de ochocientos kilómetros junto a su novio al solo efecto de verlo tocar la guitarra el día sábado en un boliche de Villa Carlos Paz, y la madre, obviamente, está en desacuerdo con el plan. Pero no un poco en desacuerdo. Muy en desacuerdo. Del todo en desacuerdo. Con el método, con la oportunidad, con la distancia y –asumo- con la relación en sí misma, que al final del día es la causa inmediata, mediata o remota (eso se puede discutir) del bendito plan que le amarga el rato.

Resulta que el Rulo, o el peludo inútil ese (así lo individualiza su suegra sin pedir permisos ni perdones), toca la guitarra en una banda. Oveja marrón verdosa se hacen llamar, los muchachos. Y no solo toca la guitarra, sino que además canta. De hecho es el alma máter de la agrupación. Y está llamado a ser uno de los grandes íconos de la música nacional de la década en curso. Bueno, está bien, esto último lo agrego yo, pero sería muy útil que la señorita pusiera un poco de énfasis en resaltar las cualidades positivas de su media naranja en vez de seguir embarrando el proyecto con argumentos de dudosa calidad y procedencia. De nada nos sirve saber que no va sola, que Silvana va con ella, ya que a juzgar por el semblante abatido de su madre ni bien escucha la buena nueva, el hecho se parece mucho más a un agravante que a un aval o una garantía.

De cualquier modo debo confesar que a mí ‘Oveja marrón verdosa’ me parece un nombre fantástico. Un derroche de creatividad que insinúa un costado genial del Rulo, aunque la suegra ingrata se niegue a reconocerlo. Un peludo inútil no se descuelga con ese ‘Oveja marrón verdosa’ para bautizar a su banda. Directamente le pone ‘Los prepucios inflamables’, o ‘Rulo y los coconautas’. Sin embargo este muchacho es distinto. Tiene pasta.

La discusión recrudece, un poco gracias a la inflexibilidad de la madre y otro poco a que la adolescente, a todas luces desprovista de un asesoramiento técnico adecuado, continúa agregando apellidos ilustres a su oprobiosa nómina de acompañantes. Definitivamente el Caracol, el Garoto, la Gallega y el Muerto no gozan del prestigio requerido para mantener a buen resguardo la honra de la familia, sino que más bien parecen certificar, con su sola presencia, el destino trágico de la empresa. El hecho resulta más que evidente para la señora regordeta, que alza los ojos y se muerde el labio inferior como implorando al cielo que esta chica pare de echarse tierra encima. Y, de más está la aclaración, también resulta evidente para mí. Para nosotros. Pero no se nos mueve un músculo de la cara. De ningún modo vamos a hacer nada que provoque que se sientan observadas, ya que ello podría frustrar la escalada de violencia tan necesaria a los efectos de este humilde artículo.

‘¡Bueno basta! ¡Ni oveja marrón verdosa ni carnero verde azulado! ¡Mientras vivas en mi casa y con mi plata vas a hacer lo que yo te diga!’

Bien jugado. En ajedrez eso se llama movida obligada. Es cierto que es una maniobra arriesgada porque la nena ya es grandecita, tiene lo suyo y parece caminar por esa delgada cornisa que separa el mamá puedo del portazo definitivo; pero lo dicho, dicho está, y no hay vuelta atrás.

El silencio de la hija parece jugar en contra de aquellos que clamábamos por una lucha en el barro, pero fundamentalmente en contra de los intereses del Rulo, y de Oveja marrón verdosa. No aparece la réplica. No hay un argumento de última hora, un manotazo salvador que la deposite en la ruta.

Y eso es todo. La nena no está madura, damas y caballeros. Le gusta el Rulo, sí, pero no tanto como para cortar el cordón umbilical. No tanto como para provocar un enfrentamiento épico. Tal vez una escaramuza como la que acabamos de presenciar, pero no mucho más. Se sella en este acto no solo el futuro del viaje, sino el de la relación toda. Pasará el Rulo, en un mes o en un año, a lo sumo. Y quedará, quizás, algún disco de Oveja marrón verdosa oculto en un terroso arcón, justo debajo de un conejo de peluche, una rosa seca o un diario íntimo.

Al cabo de unos minutos llegamos por fin a la caja y pagamos. O pago, porque a la hora de sacar la billetera resulta que nadie vino, que soy yo el que imagina personas y cosas.

En fin… peor para ustedes. El sábado pensaba llevarlos a Córdoba para ver el recital de Oveja marrón verdosa, pero ahora se van a tener que conformar con Carnero verde azulado. Mientras sigan viniendo a mi casa y haciéndome pagar las cuentas van a hacer lo que yo les diga.



Tengan ustedes muy buenas noches.