Extraña sucesión de infortunios que, poco a poco, fueron minando mi voluntad hasta transformar aquel viejo anhelo de triunfo en esta pacífica convivencia con el fracaso.

martes, 28 de septiembre de 2010

ALGO DAÑINO

Síntesis del post: Fin de la niñez. Mal día. Resentimiento. Algo dañino.



Aceptémoslo; usted ha dejado de ser un niño. Su señora madre decidió suprimir la compra mensual de su pasta de dientes favorita. Esa con gustito a frutilla. También se resiste con inusitada firmeza a lavarle los calzones y, lo que es peor, a depositarle la paga semanal sobre su mesa de noche. El mundo tal y como lo conoció hasta el día de hoy se desmorona sobre su cabeza, exigiéndole un replanteo que supera con creces la cantidad de improvisación presupuestada para el año en curso.

Su condición actual es expuesta con crudeza, trazándose una injusta analogía con la fábula de la hormiga y la cigarra. De nada sirve ahora esa briosa exaltación de las virtudes de la cigarra que ensaya con el afán de ablandar el corazón de su progenitora. Ella desea que se busque un empleo. Y en lo posible uno honesto; de esos que retribuyen un esfuerzo físico o intelectual con una cantidad de moneda de curso legal determinada de antemano. Un verdadero escándalo. Una pretensión inadmisible.

Para colmo de males, su padre –siempre tan didáctico- le explica que el vello que ha echado en algunas zonas más o menos privadas de su anatomía no solo le otorga derecho a demostrar su condición de macho alfa entre las sábanas de alguna señorita (algo de lo que está orgulloso), sino que también le impone la obligación de abonar los gastos que ello demande con fondos propios.

No, ni siquiera lo piense. Usted sabe mejor que nadie que si en cuatro años de carrera ha rendido con éxito solo siete exámenes finales, las posibilidades de que se reciba de algo son insignificantes. La excepción que pretende interponer prosperaría si se hallara a unos pocos metros de la bandera a cuadros, y para las distancias que usted maneja sería mucho más apropiado utilizar el año luz.

“Oiga… ¿por qué me dice estas cosas horribles?”, preguntará usted, que si bien no se reconoce en el ejemplo que traigo a la mesa, deja escapar alguna que otra lágrima rememorando un pasado no del todo cicatrizado.

La verdad es que no lo sé. No puedo dormir. Tuve un mal día en el trabajo. Cometí errores infantiles. Ignoré detalles notorios. Comprometí recursos insustituibles.

Qué sé yo… me gusta pensar que con estas líneas le estoy amargando el día a alguien más. Que estoy poniendo de manifiesto –sin anestesia- lo irreparable de sus conductas. Que estoy hiriendo de muerte alguna adolescencia extemporánea.

No sé… algo. Algo dañino.



Tengan ustedes muy buenas noches.

viernes, 24 de septiembre de 2010

POTENTE GEN

Síntesis del post: Potente Gen, porque es viernes, y los viernes yo a veces subo un Potente Gen.

Presento en esta ocasión un nuevo ensayo en busca de la ansiada unanimidad. Sinceramente no creo que la misma se produzca, pero sí aspiro a la obtención de una mayoría abrumadora.

Veamos qué tienen para decir.


POTENTE GEN

Gen Clijters

kim y Jada. Madre e hija.

Kim y Jada con la copa del US Open.

Kim y Jada con la copa otra vez.

Los escucho.

Bien, mejor así.

Ahora me voy contento, porque es viernes. Y los viernes yo almuerzo solo. Y como lo que se me antoja. Y me tomo un vinito chico con soda y hielo. Y postre. Y café, si dan.



Tengan ustedes un opulento fin de semana.

martes, 21 de septiembre de 2010

EL MÉTODO

Síntesis del post: Discusión. Ausencia de método y pulcritud. Escarnio público. Risas. Salud arterial. Reflexión.



Una señorita discute en público con su pareja. Está enojadísima, ella. Le atribuye una decena de conductas violatorias de otras tantas reglas. Reglas objetivas. Reglas inmutables dictadas por un ente divino que se encuentra muy por encima de los designios de cualquier voluntad terrenal. Y con ello cuestiona la propia esencia de su naturaleza moral; los cimientos de sus apetitos más primarios. Está, por decirlo de una manera vulgar, que se la llevan los vientos.

Del reproche se desprende que el hombre ha obrado sin método. A la que te criaste, diría yo recurriendo a la vulgaridad por segunda vez en menos de cinco renglones. Ha cometido demasiados errores, y entonces el argumento de la dama progresa del mismo modo en que lo haría un tumor alojado en alguna víscera fundamental, ajeno a todas las barreras interpuestas.

Los gritos se adueñan de la escena. Pasa un taxista y celebra con un chiflido la generosidad de la minifalda. Es azul. A la minifalda me refiero. Un turista japonés se detiene y observa con extrañeza, como dudando entre intervenir o continuar con su infructuosa búsqueda del obelisco porteño. Las demás personas transitan despreocupadas.

La señorita taconea, aguarda una respuesta satisfactoria mientras coloca las manos sobre el extremo inferior de la pollera y la estira para evitar nuevas loas.

Un cartonero arrastra un carro repleto de papeles y cajas descompuestas. Se ríe. Se ríe mucho, como si toda la vida hubiera esperado el momento apropiado para hacerlo. Y tiene razón. El escarnio público es poco castigo frente a la ausencia de pulcritud. El hombre que opera sin método merece la carcajada de sus pares.

Se me antoja una hamburguesa, aunque sé que la salud de mis arterias es constante motivo de preocupación en el seno de mi familia. No debería, pero soy titular de una fuerza de voluntad que presenta –lo admito- sus buenas grietas.

Dudo un instante.

El método a la hora de la ocultación de las conductas violatorias de esas reglas objetivas dictadas por un ente divino (o por un médico terrenal) lo es todo. Yo lo sé, y el cristiano que soporta la risa y el escarnio también lo sabe. La diferencia entre los dos es, quizás, la pulcritud. El bendito método.

Apago el celular e ingreso presuroso al local de comidas rápidas. Luego llegará la hora de disfrazar el desliz con algún oportuno trámite bancario que asumirá la responsabilidad por esa desconexión y ese almuerzo familiar que ya no será.

En fin… cada uno se ocupa de su basura como buenamente puede.



Tengan ustedes muy buenas noches.

lunes, 13 de septiembre de 2010

EL PLANETA DE LOS SIMIOS

Síntesis del post: Experimento. Científicos locos. Grandes palizas. Viajecitos frecuentes. Hallazgo. Asociación de ideas. Reflexión.



Tenemos este experimento. Un experimento del que, sin duda, varios de ustedes habrán oído hablar en alguna oportunidad, pero que yo no puedo dejar de relatar sucintamente en orden a dotar de sentido al presente artículo.

Resulta que un grupo de científicos locos encerraron a quince monos en una jaula. Luego, en el centro de dicha jaula colocaron una escalera, y sobre ella una banana.

El caso es que cuando un mono subía la escalera con la peregrina idea de hacerse con la banana, el resto de sus compañeros recibía una tremenda descarga eléctrica. Como resultado de ello, al cabo de un tiempo, si a alguno se le daba por encarar hacia la escalera, los otros le propinaban una paliza de esas que delimitan eras.

La consecuencia lógica del asunto fue que, pasado algún tiempo más, a ningún mono se le ocurría siquiera acercarse al centro de la jaula, y fue entonces cuando este inquieto grupo de científicos decidió reemplazar a uno de los animales por otro nuevo.

Supongo que el instinto de los amables lectores me eximirá de relatar cuál fue la primera idea que atravesó la cabeza del recién llegado, y cuál fue la reacción que obtuvo de sus compañeros.

Sí, lo molieron a palos.

Más tarde los científicos reemplazaron a otro individuo, sufriendo el novato el mismo triste destino que el anterior, y así continuó el asunto hasta que el último de los quince integrantes originales también fue reemplazado.

Bien. La cosa es que los monos que quedaron en la jaula continuaron ajusticiando a todo aquel que pretendía alcanzar el premio ubicado al tope de la escalera, pero sin tener la más pálida idea de la razón. Ninguno de ellos había recibido jamás una descarga eléctrica.

Según entiendo, este original experimento sirve como prueba a un sinfín de teorías relacionadas con la estupidez, el comportamiento de imitación, la costumbre y la tradición. Pero lo que en realidad nos importa a nosotros es que sirve de base a este humilde artículo. Y nada más.

A lo nuestro entonces, no sin antes aclarar que será de ustedes la tarea de asociar ideas. Yo ya hice mi trabajo, y estoy más que conforme con él.

Resulta que de vez en cuando, pongamos por caso una vez por mes, me pego un viajecito. No, no esa clase de viajecito. No sea malpensado. Lo que yo hago es agarrar mis petates y lanzarme al ciberespacio bloggeril sin rumbo fijo. Me alejo del vecindario que suelo frecuentar y exploro galaxias que desconozco por completo. Al cabo de un rato ya me son ajenos los blogs, los autores y los comentaristas, y yo les soy ajeno a ellos, puesto que la principal característica del recorrido suele ser la asepsia. Es decir que no existe interacción alguna, solo pura observación de mi parte.

“¿Y qué tiene que ver esto con el asunto de los monitos electrificados?”, preguntará usted agotado de tanto prólogo y tan poca novela.

No lo sé. Le acabo de explicar que la asociación libre de ideas correrá por su cuenta, así que ahora no empiece a cuestionar mis métodos.

Lo que sí puedo contarle es que en mi último viaje me topé, por casualidad, como quien no quiere la cosa (y es que de veras no quería la cosa), con un blog en el que el autor, sus seguidores, los comentaristas frecuentes, los visitantes ocasionales y los anónimos se sacaban los ojos por adueñarse de los comentarios catorce y dieciocho. Y cuando alguno lo lograba, colocaba el número con puntos suspensivos. Incluso he llegado a ver más de un pedido de disculpas.

Lo curioso es que por más que revolví en las profundidades del archivo en busca de uno o más nexos con mi persona, no los encontré. Ninguno de ellos tiene la más remota sospecha de mi existencia, y mucho menos de este costado esotérico que tanta atención me demanda, y tantos insultos me ha hecho ganar.

No sé. Me pareció interesante.

Es todo.

“Oiga… ¿Me está comparando con un mono de laboratorio?”, preguntará usted, que no gusta de que se le escapen mientras asocia ideas.

No por favor. No me malinterprete.

¿Usted cree que me voy a colocar en el papel del científico?

Entonces no me conoce.

De ninguna manera. El primer mono soy yo. Soy el primate que escapa con un motivo válido. Y usted conoce ese motivo. Me conoce a mí.

En cambio esta gente no pelea por escapar del trece, sino por adueñarse del catorce. Lo que la mueve no es la superstición. Es el afán de poseer. De tener lo que otros también desean por el simple hecho de llegar primero. Y para ello recurre a una sencilla formulita cuyo rigor respeta a rajatablas, aun desconociendo por completo el origen.

Creo que las diferencias son elocuentes.

¿Ahora me entendió?

Buen chico…

¿Quiere una banana?



Tengan ustedes muy buenas noches.

viernes, 10 de septiembre de 2010

POTENTE GEN

Síntesis del post: Potente Gen, porque es viernes, y los viernes yo a veces subo un Potente Gen.

Estimados:

En esta ocasión voy a presentarles un ejemplar que sin duda se sumará al selecto grupo destinado a quedar por siempre en el relicario de la sección.

La potencia de este gen que llega a nosotros proveniente del mundillo deportivo torna virtualmente innecesaria la opinión del vulgo. Pero reglas son reglas, así que a lo nuestro sin más.


POTENTE GEN

Gen Lineker


Gary y George. Padre e hijo.

Gary y George. Sobrecogedor primer plano del goleador inglés y su hijo.

Aplausos por favor.

Muchas gracias.

Ahora me voy contento, porque es viernes. Y los viernes yo almuerzo solo. Y como lo que se me antoja. Y me tomo un vinito chico con soda y hielo. Y postre. Y café, si dan.



Tengan ustedes un deportivo fin de semana.

PS: Resulta que con los muchachos de MIB hemos decidido participar en un concurso que en caso de ganar nos aportará fama, gloria y fortuna. Pero para eso necesitamos de su desinteresada colaboración. Arderán en el Infierno si no se prestan para llevar a cabo el monumental fraude que estamos planeando. Pasen a dar testimonio de su incondicional adhesión a la causa. Muchas gracias.

miércoles, 1 de septiembre de 2010

EL RÚBEN, SUS AMANTES, EL TESTIGO Y EL GOLEADOR

Síntesis del post: Agresión. El Rúben. Título barrial de peso completo. Testigo imparcial. Inoportuna intervención. Futbolista. Conclusión.



La escena que nos ocupa en el día de la fecha transcurre en la vía pública, a las once y media de la noche y delante de dos testigos que no dan crédito a lo que ven. Uno de esos testigos es, como no podía ser de otra manera, este simpático profesional con una marcada tendencia a poner por escrito un significativo porcentaje de los asuntos que le toca presenciar.

Así las cosas, resta aclarar que en virtud de la naturaleza del hecho, sus múltiples aristas y derivaciones, habría sido una picardía retenerlo en la memoria solo para ser presentado en forma de anécdota verbal en alguna tertulia futura. Un desperdicio imperdonable.

A lo nuestro sin más, que tengo miedo de que el entusiasmo me conduzca a extenderme más de la cuenta en el planteo.

Una mujer de unos cuarenta años, rubia y algo pasada de peso aguarda parada en la esquina a que el semáforo la habilite a cruzar la calle. De pronto otra mujer de similar edad, rubia también y algo –bastante- más pasada de peso que ella se arrima a la carrera y la ataca por la retaguardia de la forma más artera. Primero le aplica un sonoro castañazo en la nuca y luego, antes de que alcance a darse vuelta, le sacude el parietal derecho con un certero revoleo de cartera.

“¡La próxima vez que te le acerques al Rúben te pego cuatro tiros en las piernas!”, ruge la agresora mientras su víctima intenta decodificar el cuadro de situación sin perder la vertical.

Ahora tenemos a las dos involucradas cara a cara. Una bufa como un toro con la banderilla clavada en el cerviguillo, y la otra se apresta a devolver gentilezas. Es claro que aquí no hay inocentes. El motivo del ataque ha sido identificado y aceptado como válido, ya que el brillo en los ojos de la agredida parece gritar a los cuatro vientos que a ella el único que la cachetea es el Rúben.

Escena de pugilato en puerta. En la vida existen asuntos cuya delicadeza demanda que sean dirimidos a golpes. No hay palabra capaz de calmar el hervor del espíritu. ¿Quién es uno para mancillar con una intervención inoportuna e injusta su propia condición de testigo imparcial?

Bueno, sí, me quedé mirando cómo las dos gorditas se daban de patadas en la vía pública. Tampoco es para tanto.

Debe ser –al Rúben me refiero- un hombre de excepción, porque sus dos amantes se pegan, se patean, se arañan y se insultan con un fervor digno de elogio. Si alguien hubiera osado cobrarme una entrada para ver este espectáculo, la habría pagado con gusto.

Y a modo de frutilla para este postre delicioso, sorpresas nos da la vida. La que en un principio revestía el carácter de víctima, a pesar de tener el tonelaje y el factor sorpresa manifiestamente en contra, prevalece ahora a base de echarle huevos al asunto, si se me permite la expresión. Madura amigos, madura el knock out, diría el genial Osvaldo Príncipi. Su rival se tambalea con la respiración entrecortada y arrojando manotazos sin destino preciso a la espera del golpe que defina la contienda.

De pronto interviene un señor y domina, no con poco esfuerzo, a nuestra aspirante al título barrial de los pesos completos. El muy canalla. Todo el mundo sabe que un boxeador parado es un boxeador que quiere seguir boxeando, y que un testigo imparcial es aquel que se abstiene de modificar el estado de cosas durante su desarrollo.

Quebrada la magia decido intervenir haciéndome cargo de la derrotada. El Rúben tendrá que esperar unos días para desatar la lujuria, o bien desquitarse con nuestra campeona, que bien se lo ha ganado en el cuadrilátero.

Reconozco al hombre. Es un ex futbolista que jugó en varios clubes nacionales allá por la década del ochenta. Hizo varios goles. Erró un penal en una semifinal de copa. No mucho más. Nuestra acción conjunta restablece la paz en cuestión de minutos, y las mujeres parten en direcciones opuestas profiriendo amenazas no muy atendibles.

El delantero me pregunta por qué peleaban.

“Por la posesión del Rúben”, respondo yo mientras decido si insultarlo o pedirle un autógrafo.

Finalmente lo dejo ir sin hacer lo uno ni lo otro. Su firma no vale gran cosa, y ya lo han insultado demasiado a lo largo de su vida.

Además el precio de la entrada me ha sido devuelto con creces. Boxeo, fútbol y un artículo gratis. Sería imprudente de mi parte pedir algo más.



Tengan ustedes muy buenas noches.