Extraña sucesión de infortunios que, poco a poco, fueron minando mi voluntad hasta transformar aquel viejo anhelo de triunfo en esta pacífica convivencia con el fracaso.

martes, 30 de marzo de 2010

LA BASURA Y EL SÁBADO

Síntesis del post: Mañana de sábado. Pequeña Yoni y su bicicleta. Accidente. Encuesta digitada.



Sábado por la mañana. Parto raudo en dirección el parque que está en la esquina de mi casa junto a pequeña Yoni y su bicicleta, porque una promesa es una promesa, y no tengo ningún deseo de ser catalogado como el villano de película.

La intención primaria es que la niña recomponga su confianza en ese noble medio de transporte luego del lamentable accidente sufrido hace un par de semanas en el mismo escenario que ahora intentamos conquistar, y que arrojó como resultado un fortísimo golpe allí abajo, donde las partes anatómicas varían de acuerdo al género.

La cosa fue más o menos así: Pequeña Yoni tiene muy afianzado el tema del pedaleo, pero no ha logrado internalizar el asunto del frenado. Prefiere tocar la bocinita para que la gente se corra. Entonces tomó una bajada (por cierto bastante pronunciada) que termina en pequeño muro que deja como única opción doblar a la izquierda. Ella tocó la bocinita, doy fe. Sin embargo el muro no se corrió, y terminó pegándose con el caño de la bicicleta luego del rebote.

De inmediato llegaron el llanto y las demandas. Un casco y un “protegechochas”. Con paciencia le expliqué que el casco me resulta un accesorio bastante ridículo e innecesario, y que si bien lo otro no existe, en su debido momento –en unos diez años más o menos- me ocuparé del asunto con férrea decisión. Y probablemente en contra de su voluntad.

Bien, a lo nuestro, que no guarda una relación estricta con lo que acabo de contar.

Me encuentro cómodamente desparramado en un banco mientras la observo girar en un circuito elegido a conciencia, y que por supuesto no incluye la zona de la rampa trágica. Tengo sombra, tengo mi coca zero y mi pequeño aparato reproductor de música. No me falta nada. Lo que me está sobrando, más bien, es esta señora molesta que pretende someterme a una encuesta sobre el servicio de recolección de basura.

Maldita sea. No soy bueno a la hora de hallar excusas en una situación de presión. No se me ocurre nada. La señora me ruega. Me sonríe al tiempo que abre su carpeta y extrae un extenso cuestionario que ya no podré evitar responder.

‘Tres vueltas más, mirame papi’, grita pequeña Yoni.

Estoy en el horno.

Comienzo a responder las preguntas con una mezcla de mal humor y desinterés. Siempre mirando al horizonte. Mi nombre es Yoni Bigud. Treinta y cinco. Universitarios completos. No estoy conforme con el servicio de recolección. La basura se saca de ocho a nueve, eso lo sé. Los sábados no, eso también lo sé. La limpieza de la vereda le corresponde al propietario. Sí, reciclo el papel, el vidrio y el cartón. El portero lava la vereda al alba. No, no sé exactamente a qué hora. No, no me gustaría que pongan un contenedor en la cuadra de mi casa. La gente es más sucia que hace cinco años. Sí, hay tachos en algunas esquinas. Sí, los vacían, aunque no regularmente. Sí, a veces pasa el barrendero. No sé si estoy conforme con él, nunca le presté demasiada atención. Etcétera. Mucho etcétera.

De pronto se me pregunta a quién corresponde la limpieza y manutención de los terrenos baldíos. Medito la respuesta. No es que no lo sepa, pero ocurre que la señora está tan interesada en desvincular al Estado Municipal de toda responsabilidad, que quiero aportar alguna precisión que la haga tambalear. Le corresponde al propietario, claro está; siempre y cuando esté en manos privadas, y eso no siempre es así.

No llego a decirlo. Apenas vuelvo el rostro en dirección a la señora, percibo en ella una mirada repleta de complicidad, y noto que está haciendo una serie de muecas que en otro marco serían bastante cómicas.

‘¿Qué está haciendo esta loca?’, pregunto para mis adentros.

De pronto la mente se me ilumina y comprendo el sentido de la escena, aunque no doy crédito a mi conclusión.

Señoras y señores: LA MUJER ME ESTÁ SOPLANDO LA RESPUESTA.

Como lo oyen. Me está soplando como si se tratara del examen de ingreso a alguna prestigiosa universidad, y ella fuera una profesora compasiva.

‘El propietario’, susurra manteniendo siempre aquella mirada cómplice, y la voluntad de exonerar al Estado Municipal.

‘Según y conforme’, respondo mientras le dicto el número de mi celular para que sus jefes comprueben que en efecto ha realizado su tarea.

Y me prometo recordar el incidente. Y agregarlo con letras de molde a mi catálogo de situaciones bizarras, acciones incomprensibles y comportamientos preocupantes.

Si eso no es ponerse la camiseta de empresa, entonces me pregunto qué lo será.

Me gustan las mañanas de sábado. Definitivamente me gustan mucho las mañanas de sábado.


Tengan ustedes muy buenas noches.

viernes, 26 de marzo de 2010

POTENTE GEN

Síntesis del post: Potente Gen, porque es viernes, y los viernes yo siempre subo un Potente Gen.

Jane y Brad Pitt. Madre e hijo.

Entiendo que después de esto, solo les queda elevarme a la categoría de prócer, y, talvez, levantar una estatua en mi honor.


Tengan ustedes un respetuoso fin de semana.

lunes, 22 de marzo de 2010

UN PÁJARO

Síntesis del post: Un pájaro. Reflexión.



Desde hace dos días hay un pájaro en el patio interno de mi departamento. Un pájaro que no se va, hecho que me obliga a suponer que no solo es un pájaro. Es, haciendo honor a la precisión descriptiva, un pájaro que no puede volar. Un pájaro herido. Y me mira. Me mira con sus ojos de pájaro. Con su pico de pájaro. Con su pecho inflamado y marrón. De pájaro.

“No sé qué hacer con usted, pájaro”, le suelto matizando mi tono lúgubre con un aire melancólico.

Pero él me ignora, y tuerce el pico dando lugar a una mueca horrorosa. Y me vuelve a mirar con sus ojos de pájaro. Con sus patitas de pájaro. Con sus alas de pájaro. Heridas. Herido.

“Me siento culpable viéndolo morir de a poco, pájaro”, confieso con una sinceridad tangible.

Sin embargo no se conmueve con mi sufrimiento. Y será –intuyo- porque el mío es un sufrimiento derivado de otro más grande y principal. Del suyo, vamos, que no parece quedar demasiado tiempo para rodeos.

Y me mira. Me mira con sus ojos de pájaro. Con su dolor de pájaro. Con su impotencia de pájaro.

Y yo me dejo mirar, manso, generoso. Porque percibo que sus ojos de pájaro ya están ausentes. Porque siento que es mi deber metafísico. Y porque, en el fondo, es el único permiso que le fue concedido.



Tengan ustedes muy buenas noches.

viernes, 19 de marzo de 2010

POTENTE GEN

Síntesis del post: Potente Gen, porque es viernes, y los viernes yo siempre subo un Potente Gen. Nuevo galardón.

Cuestión previa: Anavril, que es dueña de un blog muy inteligente y entretenido, me ha confundido con otro caballero. Esto se hizo evidente en el instante en que me otorgó un nuevo galardón que, haciéndome el zonzo, recibo con los brazos abiertos y exhibo orgulloso debajo de estas breves líneas.

La contraprestación consiste en revelar al vulgo siete intimidades, pero como en su momento ya lo hice, me abstengo sin más.

Como es costumbre, me arrodillo con los puños apretados en el círculo central y repaso mentalmente la lista de mis enemigos para elegir alguien a quien enrostrárselo. Luego me apersono en su casa (virtual), me apropio de la estatuilla y salgo corriendo a mi cueva antes de que se arrepienta, en la inteligencia de que un galardón exhibido implica, no solo una transacción terminada, sino también el derecho soberano a rechazar su devolución.



¡MUCHAS GRACIAS ANAVRIL!

Ahora a lo nuestro.

POTENTE GEN

Gen Cruise

Mary y Tom Cruise.


Los noto anonadados, entonces guardo silencio a la espera del aplauso.


Tengan ustedes un ardoroso fin de semana.

lunes, 15 de marzo de 2010

SOY UN HOMBRE DE MODA

Síntesis del post: Compendio de cavilaciones internas.



Cuestión previa: No soy el protagonista de esta historia, pero la dedico, sin más, a ese protagonista que tan bien me supo describir sus cavilaciones. Pido disculpas por la extensión, aunque en el fondo piense que la pieza algo devuelve, porque cumple con el deber de entretener.

TÍTULO COMPLETO: DE CÓMO LA BELLEZA DE UNA MUJER PUEDE INFLUIR EN EL ÁNIMO DE UN HOMBRE, Y DEL COMPORTAMIENTO ERRÁTICO QUE DE ELLO SUELE DERIVARSE.

Planta baja. Suben las doce personas necesarias para cubrir la capacidad máxima del ascensor. Mil kilogramos. Una tonelada de humanidad, aunque no todo sea importante para el desarrollo de esta historia.

Otra vez ella. Qué suerte la mía. El viaje en ascensor impone a los pasajeros una serie de obligaciones no tan comunes en el mundo exterior, y esto sucede a causa de esa extraña sensación de intimidad que provocan sus cuatro paredes. Tan próximas, tan desnudas, tan autoritarias.

Por lo pronto queda bien saludar, y mucho más cuando la coincidencia es periódica. Además, si el viaje es lo suficientemente largo, la densidad del silencio puede aumentar en forma exponencial, llegando incluso al extremo de reclamar la intervención de algún pasajero con buen corazón, o por lo menos tan incómodo como para proponer el clima (sí; otra vez el clima) como tema de conversación.

Al veintiocho. Siempre al veintiocho. ¿Sabrá que ese es uno de los escasos números perfectos de los que se tiene noticia dentro de la ciencia matemática? Perfecto. Como ella.

¿Sabrá que yo debería bajar en el piso veinte? Por la salud de mi dignidad, espero que no. Quince segundos de gloria, y luego ocho pisos por la escalera de emergencia. Es que la primera vez que nos cruzamos quedé tan alborotado que me fui hasta el piso veintinueve, y desde ese día, nublado el juicio por la idea ridícula de que ella podría reparar en ese minúsculo detalle, repito el fraude con una dedicación casi patológica.

Nota mental: En el piso veintiocho trabaja la gente de asuntos legales y la de contaduría. Es abogada o contadora. Por favor, que no sea abogada.


Planta baja. Suben ocho de las doce personas necesarias para cubrir la capacidad máxima del ascensor. Seiscientos cuarenta kilogramos; aún demasiada humanidad.

Otra vez ella, dueña de todos los que la rodean. Y también el señor González, un perfecto imbécil. El hombre interpreta que su condición de jefe le concede una serie de prerrogativas que el resto de los mortales no tenemos. Me hace una seña que consiste en alzar las cejas posando la mirada en esas nalgas celestiales. Se siente hermanado por el deseo sexual, aunque esa camaradería sea solo una ilusión pasajera condenada a desaparecer apenas se le presente la primera oportunidad de sacarme del camino.

¡Quiero verlo muerto!

Es probable que hasta ahora se me haya pasado por alto esta confesión, pero debo decir en mi defensa que no estoy hablando de asesinarlo. Solo me gustaría que sufriera una embolia cerebral de una complejidad suficiente como para eliminar su deseo sexual en forma permanente. O por lo menos, su capacidad para transformarlo en acto. Entiendo que eso sería lo justo.

Piso veintiocho. Me coloco detrás de ella y abandono el ascensor intentando provocarle a González un eclipse total de posaderas. Si quiere, que mire las mías.

Nota mental: González sabe demasiado. Ahora sí, debo considerar la alternativa de un asesinato.


Planta baja. Suben diez de las doce personas necesarias para cubrir la capacidad máxima del ascensor. Ochocientos kilogramos. Humanidad suficiente para mantenerme en la clandestinidad, si no fuera porque ayer escalé un peldaño en la carrera hacia el sexo salvaje.

Otra vez ella. “Hola bombón”, me dice. Bombón. Después de tanto tiempo de ostracismo, resulta que ahora me puse de moda, y eso lo tengo que aprovechar. Como si de una ironía divina se tratara, fue el inefable González quien le pidió las fotocopias de ese expediente, obligándola a pedir prestada la máquina del piso veinte. Yo le expliqué las mañas que tiene Florinda (así hemos bautizado a la duplicadora), y mientras hacíamos el trabajo, desarrollamos una suerte de relación inferior a la amistad, pero muy superior a la que puede generarse dentro de un ascensor repleto de humanidad.

Lo cierto es que su nombre de pila es Silvana, nació hace veintiocho años (otra vez la perfección), es abogada y tiene un novio al que, si bien menciona demasiado, no ama con locura. Lo único que fui capaz de razonar mientras la escuchaba, es que sigo inmerso en esta carrera hacia la felicidad. No sé si lo mío se agota con la desnudez, o tiene alguna posibilidad de recorrer un sendero más espiritual. En todo caso, si no experimento la desnudez es muy difícil que pueda penetrar en el alma.

Bombón… el piropo empalaga, pero no deja de ser llamativo. Si llegara yo a tener la osadía de adjudicarle a ella semejante calificativo, de inmediato quedaría registrado en su memoria como un depravado. No digo que no lo sea – ¡que lo soy por dios!-, pero tampoco neguemos que hay gente que se apresura a la hora de juzgar a los demás. Le inspiro ternura, y eso con las mujeres es mucho mejor que nada. La misión consiste en inyectar algo de curiosidad en esa cabecita, porque todos sabemos que ese es el camino más directo al desenfreno sexual.

Nota mental: Es mejor sonreír en silencio que tartamudear con alboroto. Tengo que aprovechar el hecho de que por unos pocos días estoy de moda.

Planta baja. Suben cinco de las doce personas necesarias para cubrir la capacidad máxima del ascensor. Humanidad promedio, condiciones cercanas al ideal.

Otra vez ella. Una criatura divina, no sé si ya lo he señalado. ¡Qué par de tetas! Quisiera decir otra cosa más delicada, pero esos dos monumentos tienen la mala costumbre de atrofiar mi vena poética. Pido disculpas por eso, aunque no me retracto. Tengo el soberano derecho de llamar a cada cosa por su nombre, que para eso escribo y firmo al pie de la página.

Como era previsible, y gracias a esa precaria relación que supimos construir a base de fotocopias, he logrado que me invite a su cumpleaños número veintinueve. Resulta inconcebible que en algún plano, aunque sea uno tan abstracto como las matemáticas, esté alejándose de la perfección.

Lo lamentable de este asunto es que González, utilizando también el ascensor como herramienta de trabajo, ha cumplido los mismos objetivos que yo. Tendré que soportar su horrible presencia -y acaso competir- si deseo ganar el favor de la futura gerente de asuntos legales.

Sí, tiene corazón de abogada, pienso yo mientras me sonríe con una complicidad fingida. Con tanta gente en el medio no podemos cruzar ni una palabra, aunque yo tampoco siento la necesidad. Tengo un amigo que predica, con mucho tino, que si uno no tiene en mente la radicación de un juicio en un tribunal penal federal, es mejor mantenerse alejado de los abogados. Sostiene que los abogados no aman, no odian, no conocen las lágrimas y casi siempre fingen los orgasmos. Más cuando son mujeres. Pero a mí ya no me importa nada. Estoy listo para bajar del ascensor en el piso veinte. Me siento preparado para formar una memoria independiente de estas cuatro paredes entre las cuales mendigo cada mañana las migajas de un cariño utópico.

Estoy dispuesto a regar el paño con todo mi patrimonio a cambio de un solo instante opuesto a la indiferencia.

¿Y qué?

¿Quién quiere arrojarme la primera piedra?

Nota mental: Seguro que la arroja ella, pero de todas formas voy a arriesgarme. No todos los días se pone uno de moda en la mente de una mujer.



Tengan ustedes muy buenas noches.

viernes, 12 de marzo de 2010

POTENTE GEN

Síntesis del post: Potente Gen, porque es viernes, y los viernes yo siempre subo un Potente Gen. Arenga.

POTENTE GEN

Gen Damon

Nancy y Matt Damon. Madre e hijo.

No sé qué más quieren que haga. Son igualitos, así que me siento y aguardo por una ruidosa ovación.

Muchas gracias.

En otro orden de cosas, arderán en el infierno, conocerán el ondeado filo de la espada flamígera, se revolcarán en un charco de inmundicia porcina y soportarán tres eternidades en compañía de Ricardo Fort.

Todos esos castigos y otros peores caerán sobre las espaldas de aquellos ingratos que opten por no concurrir a MIB para dar testimonio de su fidelidad incondicional hacia la figura de este humilde servidor.

Quedan ustedes debidamente notificados.


Tengan ustedes un ignominioso fin de semana.

martes, 9 de marzo de 2010

CEBOLLAS EN MI HOUSE

Síntesis del post: Verdulería. Amigo verdulero. Cebollas dudosas. Dr House. Gusano constructor. Derechos violados. Subdivisiones.



Parto raudo hacia la verdulería. En mi casa, el encargado de adquirir los vegetales soy yo. No me pregunten la razón, soy un animal cien por ciento carnívoro, y solo ingiero alimentos de color verde a punta de pistola. Pero las cosas están dadas de esa manera, y no es cuestión de comenzar a indagar sobre los pormenores de una distribución familiar que no hace al fondo de nuestro asunto.

Medio kilo de tomates perita, cuatro hinojos más bien grandes y una lechuga mantecosa. Ese es el pedido habitual, aunque hoy vamos a agregarle medio kilo de cebollas que irán a parar, por partes iguales, a una salsa para los fideos y a la heladera.

Me toca el turno y el muchacho que me atiende casi siempre, que dicho sea de paso es el dueño de la verdulería, completa el pedido casi de memoria. Misión cumplida.

Entro a mi casa, deposito la bolsa sobre la mesada y me dejo caer en el sillón para terminar de ver el capítulo en curso de Dr. House. Porque no sé si están ustedes al tanto de que todos los días veo esa serie. A la misma hora, y por el mismo canal. No veo por qué deberían estarlo, pero lo cierto es que esa es la pura verdad.

De pronto irrumpe mi mujer en el comedor. Porque no sé si están ustedes al tanto de que tengo la tele en el comedor. No veo por qué deberían estarlo, pero lo cierto es que esa es la pura verdad.

“Escuchame salame… ¿no viste que te dieron la mitad de las cebollas podridas? ¿te fijaste mientras las metían en la bolsa? ¿quién te atendió esta vez?”, me dice agitando una de las mencionadas hortalizas, presuntamente en mal estado.

El horror. La verdad es que no me fijé, pero es porque mantengo con el verdulero una relación de mutuo conocimiento que, según mi parecer, me exime de esos menesteres. El hombre me saluda sabiendo muy bien quién soy. Me ve todos los santos días. Siempre me dice “qué hacés pá”. Pá, me dice. Eso no se le dice a cualquiera. Y como si estos fueran pocos pergaminos, una vez me lo encontré en la puerta del colegio de pequeña Yoni y me saludó con efusión, siempre con el correspondiente “Pá” que denota mi rango de cliente y amigo de la casa. Resulta que es el proveedor de vegetales del comedor. Sus productos alimentan a mi hija en doble turno. ¿Qué más se puede pedir en orden al fortalecimiento de la relación?

“Sí, me fijé”, contesto con la vista clavada en la tele.

“Entonces sos un…”

Parece que soy muchas cosas. Ninguna de ellas buena, o al menos rescatable.

Se me coloca frente a la opción de ser yo quien regrese al establecimiento al efecto de la reclamación de derechos, o soportar el oprobio de que otro –otra- los defienda en mi nombre.

Medito un instante que se hace eterno. Son las nueve menos diez, y Dr. House pone su clásica cara de haber resuelto el misterio planteado hace tres cuartos de hora. Me encanta cuando pone esa cara. En rigor de verdad, casi diría que veo la serie por eso. Resulta que el problema no era una infección menor en el intestino delgado. Era cáncer de cerebelo, y es a todas luces incurable. Aplausos para Dr. House.

“Andá vos si querés”, digo con la vista clavada –esta vez- en un gusano que estudia la ley de propiedad horizontal para subdividir la cebolla con los otros gusanos que la habitan.

Escucho el portazo, pero sin prestar demasiada atención.

Mi mujer regresa cuando ya no estoy viendo la tele. Exhibe una bolsa nueva, repleta de cebollas sin subdividir. Al parecer le ha cantado las cuarenta a mi amigo del alma, y lo ha tratado de mentiroso cuando, astutamente, él intentó deslindar la responsabilidad.

“¿Y? ¿qué me decís?”, pregunta a modo de afirmación.

“Era cáncer de cerebelo”, contesto. Porque era cáncer de cerebelo. Y era incurable.


Parto raudo hacia la verdulería. En mi casa, el encargado de adquirir los vegetales soy yo. No me pregunten la razón, soy un animal cien por ciento carnívoro, y solo ingiero alimentos de color verde a punta de pistola. Pero las cosas están dadas de esa manera, y no es cuestión de comenzar a indagar sobre los pormenores de una distribución familiar que no hace al fondo de nuestro asunto.

Medio kilo de tomates perita, cuatro hinojos más bien grandes y una lechuga mantecosa. El pedido habitual.

“¿Vos sos el de la cebolla?”, me dice mi amigo mientras selecciona su mejor material.

“No, yo soy el del cáncer de cerebelo. La de la cebolla es mi mujer”, contesto.

Siempre es mejor tener bien divididos los roles. Y subdividida la propiedad.


Tengan ustedes muy buenas noches.

viernes, 5 de marzo de 2010

POTENTE GEN

Síntesis del post: Potente Gen, porque es viernes, y los viernes yo siempre subo un Potente Gen.

Se larga por fin la temporada 2010 de Potente Gen. Y como no podía ser de otra manera, ocurre entre gallos y medianoches, lejos de los cazadores que conocen mis costumbres a la hora de publicar.

“¿Qué cazadores? ¿Qué costumbres? ¿De qué diablos habla?”, preguntarán ustedes con una mirada repleta de desconcierto.

“Ya saben”, diré yo. “Eso de que siempre publico los martes o los viernes, e indefectiblemente a las cero horas y un minuto, porque jamás en mi vida desarrollaré actividad alguna a la medianoche en punto, ya que si me gustaran las fronteras trabajaría en una garita, y gritaría ‘alto quién vive’ cada vez que me pareciera detectar una sombra en el bosque”.

“Usted tiene algunos problemitas”, dirán ustedes al tiempo que menean la cabeza de izquierda a derecha. “No teníamos la más puñetera idea de que, además de su asuntito con el trece y el diecisiete, ocultaba debajo del pupitre una serie de agravios contra la medianoche en punto”.

“Bueno, entonces no tenemos por qué profundizar en el tema”, diré yo, y daré el puntapié inicial del
Potente Gen 2010.

POTENTE GEN

Gen Depp

Betty y Johnny. Madre e hijo.

Entiendo que solo un activista de extrema izquierda podría realizar algún planteo frente a esta realidad inapelable. Pero bueno, tal y como les vengo diciendo últimamente… son ustedes.

Yo no tengo ninguna responsabilidad.



Tengan ustedes un consagratorio fin de semana.

miércoles, 3 de marzo de 2010

CUATRO MEDIALUNAS DE GRASA

Síntesis del post: Antojo. Mentes brillantes. Numeritos.



Llego a la panadería arrastrado por un antojo. No es un antojo cualquiera; es uno de esos que cuando se instalan, resulta virtualmente imposible hacer oídos sordos. Lo que quiero, hoy que el sol prefirió no salir, hoy que las baldosas de la vereda esconden pequeñas trampas de agua ávidas de zapatos incautos, son cuatro medialunas de grasa. Ni tres ni cinco. Cuatro.

Como es un día laborable, el local está desierto. Me puedo dar el lujo de ponderar el aspecto de cada factura, y elegir las que más se adecuen a mi gusto. Un extraño privilegio que no voy a desaprovechar.

La señorita encargada de la atención me indaga con la mirada mientras se acomoda una cofia blanca gracias a la cual luce bastante ridícula.

“Cuatro medialunas de grasa”, le digo con una de mis mejores sonrisas.

“Sacá un numerito por favor”, me contesta ella apuntando con la pinza hacia el rincón al que me debo dirigir.

La miro algo dubitativo. Doy una vuelta en redondo y confirmo –si es que hacía alguna falta- que el local es un páramo. Está ella, estoy yo y está otra señorita con cofia que al momento de mi ingreso se encontraba ocupada en relatarle una serie de desventuras amorosas acodada en el mostrador.

Retrocedo cinco o seis pasos y me hago con el bendito número. Cuando regreso a mi posición, la señorita me somete a una nueva indagatoria visual. Yo también la miro, otra vez algo dubitativo, pero no cabe duda de que según su óptica la pelota está de mi lado.

“Cuatro medialunas de grasa, ya te había pedido”, digo con las dos cejas levantadas como preguntando si es estúpida o si la cofia le aprieta demasiado las venitas del sien.

Ella me ignora y mete en una bolsita de papel justo las cuatro unidades que yo había seleccionado mentalmente. Algo es algo.

“Son cinco pesos, en la caja te cobran”, me informa al tiempo que anota un cinco grandote y algo deforme al dorso del número.

El mostrador tiene la forma de una herradura, y la caja se encuentra en la otra ala, cuatro pasos a mis espaldas. Vuelvo sobre mí mismo y me acerco billetera en mano, mientras la otra señorita, la de las desventuras amorosas, da toda la vuelta por detrás del sector de las masas y los panes.

“¿Vos qué tenías?”, pregunta como si recién se hubiera corrido un telón imaginario.

Otra vez miro. Otra vez la duda, aunque ahora mezclada con algo de consternación.

“Cuatro medialunas de grasa, las acabo de pedir adelante tuyo”, le explico con las cejas más levantadas que antes, seguro de que esta es más estúpida que la otra, o le aprieta más la cofia.

Me ignora.

“¿El numerito?”, pregunta con la mano extendida.

Increíble. Fantástico. Las probabilidades de que no sepa cuánto cuesta cada factura son casi nulas. Me inclino más hacia la idea de que no sabe multiplicar ese número por cuatro. Puede que sepa por seis o por doce, las operaciones más habituales; pero no por cuatro.

Le doy el numerito y se toma unos segundos para estudiar el cinco grandote y deforme. Luego me cobra y saluda cortésmente.

Me retiro de la panadería en el preciso instante en que ingresa una señora. A través del vidrio percibo una nota de desconcierto en su semblante. La observo mientras da una vuelta en redondo, y también mientras retrocede hacia el rincón de los números con una mueca de espanto.

Y me río. Sí, me río porque sé que aún debe hacerle frente a una cofia más apretada. Y porque me dieron cinco medialunas en vez de cuatro.



Tengan ustedes muy buenas noches.

martes, 2 de marzo de 2010

LA INOCENCIA DE LAS MARIPOSAS

Síntesis del post: Diálogo con un anciano. Las mariposas. El amor y la primavera.



Cuestión previa: Fragmento de un diálogo en el marco del segundo de una serie de encuentros casuales con un anciano. La escena transcurre en un parque, bajo un ombú; no estoy seguro si dentro o fuera de mi cabeza. Probablemente dentro.

Lo hallé sentado en el mismo banco que la tarde anterior, refugiado bajo la sombra del viejo ombú. Al principio no advirtió mi presencia, pero apenas lo hizo actuó con absoluta naturalidad, como si aquel segundo encuentro hubiera surgido de una suerte de pacto preexistente.

- Me he quedado pensando acerca de lo que dijimos ayer sobre las mariposas- contestó con la mirada clavada en el piso.

- Vamos a ver- inquirí algo molesto-, ¿qué tiene usted que reprocharles a esas magníficas criaturas?

El anciano echó unas migajas al suelo y buscó de reojo alguna sonrisa cómplice, pero en el parque no había nadie además de nosotros.

- Es que son frágiles, breves y coloridas-, aclaró con una mueca de tristeza-. No por nada son incluidas en casi todas las metáforas que aluden al amor.

- No me parece que sea el caso- protesté-. Yo las asocio más bien con la primavera.

- Eso es porque usted es un ser carente de imaginación.

Luego de esa sentencia guardó un instante de silencio que sirvió para disolver mis prisas.

- Las mariposas tienen con la primavera una relación real y concreta- explicó con benevolencia-. Ellas existen en primavera; florecen; bailan; adquieren intensidad. Usted no ha descubierto nada. En cambio, en el campo del amor estamos obligados a imaginarlas. Se sienten. Se sueñan. Pero muy a su pesar, no se ven. Ahí radica su desventaja.

- ¿Me está diciendo que soy un insensible?

- No lo conozco tanto como para afirmar esa atrocidad, pero aun así poseo el derecho a la sospecha.

- Me duele que luego de tantas horas de coloquio piense eso de mí. Sobre todo cuando fue usted quien eligió difamar a las mariposas.

- Yo no las difamo- objetó-. Solo las ubico en un sitio acorde con sus merecimientos.

- ¡Mentira! Usted las utiliza para ocultar las cenizas de algún amor.

- Las cenizas son solo cenizas- reflexionó-. No tienen nada que ver con las mariposas.

No había dicho aún la última palabra cuando me levanté de mi asiento.

- Será mejor para los dos que continuemos con esto en otro momento-, sugerí.

- Como a usted le parezca.

Emprendí el camino de regreso albergando una seria sospecha sobre las intenciones de las mariposas.

¿Serán capaces de ofrecernos una apariencia tan distinta de la verdad?

Talvez sea ese su único punto de contacto con el amor.


Tengan ustedes muy buenas noches.