Mi sociedad secreta: Corazón y cogote.
Aquellos insensatos que tienen por costumbre recorrer los pasillos de este humilde espacio virtual desde el año pasado o el anterior están al tanto de que formo parte de una sociedad secreta. Un ente clandestino que surgió con el firme propósito de dar vida a un sueño que me acompañó desde mi más tierna infancia: transformarme en un personaje envuelto por un halo de misterio irresistible para mi círculo de amigos, familiares y conocidos. En síntesis, algo parecido a un caballero templario, un illuminati o un masón.
El proyecto cobró vida gracias a la entusiasta participación de dos individuos que comparten conmigo esa misma voluntad de ocultación, y que conciben a la clandestinidad como un fin en sí mismo, desvinculada por completo de las actividades que pudieran llevarse a cabo a su amparo. El resultado, como podrán ustedes imaginar, ha sido una persona jurídica clandestina carente de objeto. Nos ocultamos, sí, aunque, ya sea por conveniencia, pereza o falta de imaginación, jamás fuimos capaces de establecer el porqué.
Sin embargo, gracias a la férrea disciplina innata en cada uno de sus miembros, la sociedad posee una vida institucional nutrida y saludable. Existe un presidente, un operador y un secretario de actas, aunque el primero solicitó cambiar la denominación de su cargo por otra que lo hiciera sentir un poco más representado. Entonces, decía, tenemos un chamán, un operador y un secretario de actas que se reparten las obligaciones estratégicas, operativas y registrales respectivamente. Y si bien la existencia de la agrupación fue descubierta por la mujer del operador durante la fallida ejecución de la primera maniobra (y ha sido celosamente vigilada desde entonces), la misma pudo subsistir gracias a la constante y metódica incineración de cualquier documentación comprometedora (actas, planos, fotos de modelos ligeras de ropas, etc) al calor de las llamas de —hasta la fecha— ciento veintitrés asados celebrados a ese solo efecto. Todo con el consiguiente aumento en los niveles de colesterol debido a la compartida afición a la molleja de cogote y el chinchulín de cordero.
En fin… a lo nuestro sin más, que hoy es cortito.
Se presenta el operador a altas horas de la noche en el domicilio particular del chamán, donde es ansiosamente aguardado por el mencionado individuo y este secretario de actas munido de su pluma y un papel en blanco en el que procederá a volcar con pelos y señales el resultado de la maniobra encomendada (papel que será debidamente incinerado en el asado número ciento veinticuatro).
¿Cómo dice?
No, de ninguna manera. No puedo. Tome en cuenta el carácter secreto de la encomienda, así como también el del ente plural que la lleva a cabo a través del mandatario. Sería irresponsable de mi parte. Y no se me acerque. Ni un paso más. He sido entrenado a conciencia para ingerir el documento en menos de cinco segundos, y casi sin consecuencias para el aparato digestivo.
Se cuadra el recién llegado, y luego de observar el protocolo de seguridad (verificar que no haya moros en la costa) refiere los hechos en apretada síntesis: ‘Salió como el culo’.
Habría preferido un más decoroso ‘fracasé miserablemente’, pero tampoco soy tan pacato. Comprendo y acepto el lenguaje que suele emplearse en el marco de las derrotas más estrepitosas.
Según se desprende de la declaración del malogrado comando, las instrucciones, los planos y buena parte del material provisto para la ejecución del plan han caído en manos del enemigo (otra vez su mujer) luego de una breve escaramuza, de cuya relación no surge a las claras el papel heroico que se atribuye a sí mismo.
Preguntado por las consecuencias que podría acarrear el hecho para la agrupación en tanto persona jurídica clandestina el individuo menea la cabeza de derecha a izquierda y rompe en un llanto profuso y uniforme.
Y punto final. Aquí llegaría el momento de transcribir el acta (confeccionada según el reglamento vigente) si no fuera tan patente la urgencia de celebrar el asado número ciento veinticuatro.
¿Cómo dice?
Sí, mollejas tengo. Pero de corazón. Mi carnicero no siempre está abierto en situaciones de emergencia. Un poco porque suele dormir a pata suelta a estas horas de la madrugada, y otro poco porque desconoce la existencia de este ente clandestino y misterioso, carente de objeto pero rebosante de problemas que son, en el fondo, los que impiden una penosa desaparición.
Hablemos sin eufemismos, señores. Frente a tamaña catástrofe, poco importa si el asado resulta ser de ternera o de novillo. Si la molleja es de cogote o de corazón. Si el chorizo es puro cerdo o mezcla con rata.
Lo único que importa es un fuego vigoroso. Y partir de ahí vamos viendo.
Tengan ustedes muy buenas noches.
PS: Aquellos que estén interesados —no imagino la razón— pueden leer más sobre esta simpática sociedad con solo pinchar la etiqueta 'Actividades clandestinas'. Aunque vale aclarar que el artículo se basta a sí mismo. Aquí no existe un requerimiento, sino una modesta sugerencia.