Extraña sucesión de infortunios que, poco a poco, fueron minando mi voluntad hasta transformar aquel viejo anhelo de triunfo en esta pacífica convivencia con el fracaso.

miércoles, 26 de octubre de 2011

MI SOCIEDAD SECRETA

Síntesis del post: Mi sociedad secreta. Introducción. Maniobra. Catástrofe. Asado número ciento veinticuatro.

Mi sociedad secreta: Corazón y cogote.





Aquellos insensatos que tienen por costumbre recorrer los pasillos de este humilde espacio virtual desde el año pasado o el anterior están al tanto de que formo parte de una sociedad secreta. Un ente clandestino que surgió con el firme propósito de dar vida a un sueño que me acompañó desde mi más tierna infancia: transformarme en un personaje envuelto por un halo de misterio irresistible para mi círculo de amigos, familiares y conocidos. En síntesis, algo parecido a un caballero templario, un illuminati o un masón.

El proyecto cobró vida gracias a la entusiasta participación de dos individuos que comparten conmigo esa misma voluntad de ocultación, y que conciben a la clandestinidad como un fin en sí mismo, desvinculada por completo de las actividades que pudieran llevarse a cabo a su amparo. El resultado, como podrán ustedes imaginar, ha sido una persona jurídica clandestina carente de objeto. Nos ocultamos, sí, aunque, ya sea por conveniencia, pereza o falta de imaginación, jamás fuimos capaces de establecer el porqué.

Sin embargo, gracias a la férrea disciplina innata en cada uno de sus miembros, la sociedad posee una vida institucional nutrida y saludable. Existe un presidente, un operador y un secretario de actas, aunque el primero solicitó cambiar la denominación de su cargo por otra que lo hiciera sentir un poco más representado. Entonces, decía, tenemos un chamán, un operador y un secretario de actas que se reparten las obligaciones estratégicas, operativas y registrales respectivamente. Y si bien la existencia de la agrupación fue descubierta por la mujer del operador durante la fallida ejecución de la primera maniobra (y ha sido celosamente vigilada desde entonces), la misma pudo subsistir gracias a la constante y metódica incineración de cualquier documentación comprometedora (actas, planos, fotos de modelos ligeras de ropas, etc) al calor de las llamas de —hasta la fecha— ciento veintitrés asados celebrados a ese solo efecto. Todo con el consiguiente aumento en los niveles de colesterol debido a la compartida afición a la molleja de cogote y el chinchulín de cordero.

En fin… a lo nuestro sin más, que hoy es cortito.

Se presenta el operador a altas horas de la noche en el domicilio particular del chamán, donde es ansiosamente aguardado por el mencionado individuo y este secretario de actas munido de su pluma y un papel en blanco en el que procederá a volcar con pelos y señales el resultado de la maniobra encomendada (papel que será debidamente incinerado en el asado número ciento veinticuatro).

¿Cómo dice?

No, de ninguna manera. No puedo. Tome en cuenta el carácter secreto de la encomienda, así como también el del ente plural que la lleva a cabo a través del mandatario. Sería irresponsable de mi parte. Y no se me acerque. Ni un paso más. He sido entrenado a conciencia para ingerir el documento en menos de cinco segundos, y casi sin consecuencias para el aparato digestivo.

Se cuadra el recién llegado, y luego de observar el protocolo de seguridad (verificar que no haya moros en la costa) refiere los hechos en apretada síntesis: ‘Salió como el culo’.

Habría preferido un más decoroso ‘fracasé miserablemente’, pero tampoco soy tan pacato. Comprendo y acepto el lenguaje que suele emplearse en el marco de las derrotas más estrepitosas.

Según se desprende de la declaración del malogrado comando, las instrucciones, los planos y buena parte del material provisto para la ejecución del plan han caído en manos del enemigo (otra vez su mujer) luego de una breve escaramuza, de cuya relación no surge a las claras el papel heroico que se atribuye a sí mismo.

Preguntado por las consecuencias que podría acarrear el hecho para la agrupación en tanto persona jurídica clandestina el individuo menea la cabeza de derecha a izquierda y rompe en un llanto profuso y uniforme.

Y punto final. Aquí llegaría el momento de transcribir el acta (confeccionada según el reglamento vigente) si no fuera tan patente la urgencia de celebrar el asado número ciento veinticuatro.

¿Cómo dice?

Sí, mollejas tengo. Pero de corazón. Mi carnicero no siempre está abierto en situaciones de emergencia. Un poco porque suele dormir a pata suelta a estas horas de la madrugada, y otro poco porque desconoce la existencia de este ente clandestino y misterioso, carente de objeto pero rebosante de problemas que son, en el fondo, los que impiden una penosa desaparición.

Hablemos sin eufemismos, señores. Frente a tamaña catástrofe, poco importa si el asado resulta ser de ternera o de novillo. Si la molleja es de cogote o de corazón. Si el chorizo es puro cerdo o mezcla con rata.

Lo único que importa es un fuego vigoroso. Y partir de ahí vamos viendo.


Tengan ustedes muy buenas noches.


PS: Aquellos que estén interesados —no imagino la razón— pueden leer más sobre esta simpática sociedad con solo pinchar la etiqueta 'Actividades clandestinas'. Aunque vale aclarar que el artículo se basta a sí mismo. Aquí no existe un requerimiento, sino una modesta sugerencia.

viernes, 21 de octubre de 2011

POTENTE GEN

Síntesis del post: Potente Gen, porque es viernes, y los viernes yo a veces subo un Potente Gen.

Hoy me gustaría comenzar mi exposición confesando que hace varios meses que buscaba un PG que tuviera una contundencia como la que verán a continuación. El trabajo ha sido arduo y, por qué no decirlo, penoso. Pero finalmente lo encontré. Yo solito lo encontré. Sin ayuda de nadie. Y es que soy muy diligente a la hora de cumplir con el público, que es a la vez jurado de esta tradicional sección.

A lo nuestro sin más, que hoy estoy ávido de generosas loas y calurosos aplausos.


Gen Arias

Mariana Arias. Mamá.

Mariana Arias y Paloma Cepeda. Madre e hija.

Paloma Cepeda. Hija.

Otra vez Mariana y Paloma.

En mi modesta opinión estamos en presencia del exponente que se alzará con el triunfo (por cierto demoledor) en la encuesta de fin de año. Pero bueno, tenemos un jurado que lleva más de tres años en funciones, y habrá que escucharlo con atención. Tanto ahora como en diciembre. Por mi parte solo la satisfacción de haber cumplido con mi deber. De haberme roto el lomo en la búsqueda.

Y ahora me voy contento, porque es viernes. Y los viernes yo almuerzo solo. Y como lo que se me antoja. Y me tomo un vinito chico con soda y hielo. Y postre. Y café, si dan.


Tengan ustedes un democrático fin de semana.

martes, 18 de octubre de 2011

HIENAS

Síntesis del post: Volver al subte. Decisiones. Lectura compleja. Hienas. Final trunco. Solución. Autobombo.

Hoy nos toca viajar en subte, así que les pido por favor que se aseguren de traer en la billetera, en el bolsillo o en donde sea que tengan por costumbre guardar el dinero, el peso con diez centavos que se necesita para atravesar los molinetes. Sepan que yo no mantengo vagos.

Justamente el otro día estaba pensando que hace bastante tiempo que no utilizamos este simpatiquísimo medio de transporte para hacer el trabajo de campo. Como un año y medio. O más. Pero bueno, lo cierto es que soy yo el que hace bastante tiempo que no utiliza este simpatiquísimo medio de transporte. Ni para el trabajo de campo ni para nada.

¿Cómo dice?

No. Por desgracia ello no se debe a un progreso personal. No hubo en este tiempo una evolución significativa en la escala social. Nada más lejos. Ocurre que he descubierto una serie de variantes, algunas ingeniosas y otras irresponsables, para gastar el poco dinero que poseo. Y entre las del segundo grupo se encuentra el uso del automóvil como herramienta para acceder diariamente a mi puesto de trabajo. Son decisiones que toma uno cuando se le da por pensar que es muy posible que por esta época esté promediando su triste paso por este frío cascote galáctico. Que tal vez este año, el año que viene, el mes pasado o incluso hace un lustro haya ingresado al club de los que caminaron más de lo que les queda por caminar, y entonces concluye que es hora de darse un gusto, de hacerse un mimo que opere como una compensación.

En fin… a lo nuestro sin más.

La suerte está de nuestro lado. Digo esto porque conseguimos asiento ni bien subimos al tren. Aquellos que suelen utilizar este simpatiquísimo medio de transporte —a mí ni me miren— sabrán que eso es una auténtica rareza, no importa de qué línea se trate. Es cierto que en vez de las ocho y media de la mañana son las doce del mediodía (admito que eso puede ser un factor importante), pero antes de que se alcen las primeras voces socarronas deseo aclarar que tengo un justificativo firmado por un médico para estar abriendo la persiana del boliche cuando el sol ya dibuja sus sombras más cortitas. En esto nada tienen que ver las ingeniosas o irresponsables variantes recientemente descubiertas. Y no, lo que me pasa no tiene nada que ver con el fondo de este artículo. Para usted es más que suficiente con saber que sufrí una ligera indisposición. No insista.

Estamos hojeando una revista que nos resulta francamente interesantísima, pero la maniobra se nos está complicando más de la cuenta. A las dificultades que ya de por sí plantea el tamaño de la letra se agregan las pronunciadas curvas propias del trazado y la frenética vibración del vagón. Y eso no es nada comparado con el hecho de que la mencionada revista no se encuentra en nuestro poder, sino en las temblorosas manos de una señora que lee al ritmo de un infante de segundo grado y encima no vacila en manifestar su mal humor al sentir nuestra pegajosa mirada posada sobre su hombro derecho. Por fortuna esa manifestación solo asume una forma gestual. No hay protesta franca, y entonces, con cada resoplido, con cada contorsión o revoleo de ojos, retrocedemos un paso, como las hienas cuando codician la presa de los leones, jadeando y babeando mientras aguardan que aquellos se sacien, o que se junte un número suficiente —de hienas— para perderles el miedo. A los leones.

Así las cosas la batalla se prolonga. Y por mí está bien, tengo todo el tiempo del mundo. Me bajo en la última estación. Diez renglones, resoplido, retroceso, veinte renglones, contorsión, retroceso, cinco renglones, revoleo de ojos, retroceso. No vamos a claudicar, los artículos son buenísimos y no pensamos dejar ni uno por la mitad por una simple cuestión de titularidad. Si quiere privacidad que se tome un taxi. O que nos confronte como es debido. No somos machos pero somos muchos. No se me borren ahora. Es solo una señora. Bien armada, potente, pero solo una señora.

De pronto se suma una circunstancia dramática. Más allá de la promesa de una confrontación épica, la señora cierra la revista y se apresta a descender de la formación. Tres estaciones antes del final del recorrido. La muy ladina. Y justo en la mitad del mejor artículo. Lo está disfrutando, se le nota en la cara.

‘Te vas a quedar con las ganas de leer el final, pavote. Vas a tener que comprar la revista, a menos de que seas vos el que escribió el artículo. Yo me lo voy a leer solita, cuando nadie me vea’. Eso me dice. Con la mirada, por supuesto. Ni en su hora más gloriosa se anima a una confrontación directa.

¿Cómo dice?

Ah, claro. Yo siempre tengo que llevar un as en la manga. Si fuera por usted este vaso de agua se transformaría en una pileta olímpica. Los leones nos correrían por toda la sabana. No sé ni para qué lo traigo, vea.

Ay ay ay… veamos qué se puede hacer por la causa. Pero solo esta vez. No se me acostumbre.

Obtuve el dato, así, de pura suerte, de que la revista no se vende. Se regala. En el subte. En la calle. En la propia redacción. Solo es cuestión de estar atentos. Y encima puede leerse por la internesss. Onlain.

Le juro sobre la tumba de mi perro que yo saldría corriendo a leer ese artículo que me quedó por la mitad por culpa de esa vieja agreta. No lo dudaría ni un segundo, pero da la casualidad de que ese artículo —brillante por cierto— sí que es de mi autoría. Así que me conozco el final, el principio y el jamón del medio. Tomá pa’ vos, vieja chota.

¿Y ahora qué le pasa?

Ah, sí. Perdón.

¿Ya leyó la revista Oblogo?

Pero qué picardía. Semejante publicación no se merece esa actitud prescindente. Sobre todo porque de vez en cuando publican a un pibe que se las trae. Uno que caminó menos de lo que queda por caminar. O eso espera (lo sé porque lo conozco como si conviviéramos desde hace treinta y siete años). Como tres o cuatro veces lo publicaron. Incluso me animaría a pedirles que lo votaran en el concurso Oblogo Banco Hipotecario, si no se hubiese vencido el plazo para votar. No lo hice en tiempo y forma, simplemente, porque genuinamente pienso que existen opciones mejores, y la honestidad entendida como un modo de vida presupone una generosa cuota de estupidez.

Vaya y lea. Si quiere. Y si no, no. Hoy la cosa no viene de pedido, sino de consejo.

También podemos esperar otro subte. Nadie nos corre.

Oblogo Nº 67


Tengan ustedes muy buenas noches.

viernes, 14 de octubre de 2011

POTENTE GEN Y GALARDÓN

Síntesis del post: Nuevo galardón. Potente Gen, porque es viernes, y los viernes yo a veces subo un Potente Gen.

Cuestión previa: La que vive al lado, recurriendo a una práctica que yo creía extinguida en esta plataforma virtual, ha decidido otorgarme un galardón. En rigor de verdad me ha pasado uno que a su vez alguien le otorgó a ella, pero el caso es que la estatuilla terminó acá, así que yo agradezco el gesto y de paso los insto a que visiten su blog, que es de lo más interesante.

Como es costumbre, me arrodillo con los puños apretados en el círculo central y repaso mentalmente la lista de mis enemigos para elegir alguien a quien enrostrárselo. Luego me apersono en su casa virtual, me apropio de la estatuilla y salgo corriendo a mi cueva antes de que se arrepienta, en la inteligencia de que un galardón exhibido implica, no solo una transacción terminada, sino también el derecho soberano a rechazar su devolución.






¡MUCHAS GRACIAS A LA QUE VIVE AL LADO!


Sin embargo, antes de pasar a otro asunto debo cumplir la contraprestación impuesta, que consiste, ni más ni menos, en la confesión lisa y llana de siete cosas que me gusten. También debería transferir el galardón a diez blogs amigos o afines, acción que pretendo omitir sin presentar justificativo alguno.

Entonces a lo nuestro sin más.

Siete cosas que me gustan:

1- Pasar un día entero en la playa. O muchos días enteros en la playa.

2- Comer un asado en familia o con amigos.

3- El fútbol. Me gusta mucho el fútbol. Más el de la B que el de la A.

4- Escribir de noche.

5- El whisky. Me gusta mucho eso.

6- Manejar en la ruta. No sé por qué, pero me tranquiliza bastante.

7- Un cuarto kilo de helado de banana.



Es todo.


Ahora…

POTENTE GEN

Hoy no hay introducción. Se presenta el exponente y que hable el jurado.

Gen Ledger

Heath. Actor. Papá. Difunto.

Matilda. Hija. Desocupada.

Heath y Matilda.

Otra vez padre e hija.

En lo personal el parecido me resulta asombroso, pero la última palabra es de ustedes.

Y ahora me voy contento, porque es viernes. Y los viernes yo almuerzo solo. Y como lo que se me antoja. Y me tomo un vinito chico con soda y hielo. Y postre. Y café, si dan.


Tengan ustedes un soleado fin de semana.

martes, 11 de octubre de 2011

UN SEÑOR QUE ESTÁ ENOJADÍSIMO

Síntesis del post: Un señor enojado. Enojadísimo. Un viernes distinto. Una señorita. Un destrato. Un héroe. El Universo y sus mecanismos.

Este buen señor está muy enojado. Enojadísimo. Lo sé porque estrella su puño derecho contra la mesa. Una, dos, tres veces. Y demanda la presencia del gerente, el dueño o cualquier autoridad en condiciones de satisfacer su demanda. Todo ello mientras destrata a una señorita que, por uno de esos extraños firuletes que tiene la vida, me cae muy simpática. Nos cae muy simpática.

¿Cómo dice?

Ah… ¿que no agoté la explicación? Pero qué descuido el mío. Imperdonable.

La escena tiene lugar en un restaurante. Es la una y media de la tarde, y lo que es más importante, es viernes. Y yo los viernes almuerzo solo. Y como lo que se me antoja. Y me tomo un vinito chico con soda y hielo. Y postre. Y café, si dan.

La señorita en cuestión es la moza que semana tras semana se ocupa de que el firmante al pie de esta página se dé todos los gustos (gastronómicos, claro está) arriba descriptos sin planteos de ninguna índole. Ella no posee la mala costumbre de sugerir —entre líneas— las bondades del reino vegetal en lo que a la alimentación se refiere, ni apunta un índice acusador hacia mi región abdominal en franca expansión, ni me niega segundas vueltas cada vez que entiendo que la situación lo amerita. Comprendo, sí, no soy un necio, que talvez su buena predisposición responda al hecho de que solo debe satisfacer mis gustos gastronómicos, no otros, pero eso de ningún modo es suficiente para evitar que me caiga simpática. Que nos caiga simpática.

Volvamos a lo nuestro entonces, que si no algunos lectores se me dispersan.

Señor Etienne, está buena. Pero ni sueñe que me va a arrancar una descripción cuando ya tengo el foco puesto en el fondo del asunto. Confío en su frondosa imaginación de poeta, no sin antes advertirle que puede que se quede corto.

Tenemos a este señor muy enojado. Enojadísimo. Este señor que estrella su puño derecho contra la mesa, una, dos y tres veces. Y que destrata a esta señorita que nos cae tan simpática.

Según entiendo le han ofrecido, sonrisa de por medio, algo que luego pretenden cobrarle. No sé, un queso, un pan de pizza, unas sardinas condimentadas. Da lo mismo. El caso es que el señor interpreta, con mucho tino, que una cortesía deja de serlo ni bien aparece en escena la exigencia de una contraprestación.

Hasta ahí es todo muy correcto. Lo que me hace ruido es el destrato. Lo que nos hace ruido es el destrato. Innecesario desde todo punto de vista. Resulta bastante claro que es el gerente, el dueño o la autoridad en condiciones de satisfacer la demanda la que sonríe a través de la señorita, que solo aporta a la maniobra unos dientes blanquísimos e inmaculados, unos ojos inquietos y unos… no Señor Etienne, no pienso claudicar. Le dije que no, y es no.

Sí, ya sé. De cualquier modo habría que considerar la posibilidad de una intervención. Sobre todo cuando una pieza clave de la maquinaria se encuentra comprometida.

¿Cómo dice?

No. No me parece. Ya hemos aportado lo nuestro en su debido momento, y ahora fluimos serenamente en un universo compensado. Ya circularon los Sarmientos, fueron y vinieron, así que no creo que la solución pase por ese lado. No pienso cargar a mi cuenta unas sardinas que no consumí. Me inclino más por asumir una actitud contemplativa, aun cuando a primera vista resulte chocante o pueda asimilarse a una pequeña traición. Ya habrá tiempo para el heroísmo si este buen señor decide cruzar la fina línea entre el destrato y el insulto.

Pasan los minutos y el gerente, el dueño o la autoridad en condiciones de satisfacer la demanda no aparecen por ninguna parte. Solo este muchacho de veintitantos años, flaquito y de aspecto abatido. El que está a cargo de la caja. El que le anota la milanesa napolitana a la mesa cuatro, los tallarines con pesto a la dos, el asado con fritas al que viene todos los viernes.

El señor, que está enojadísimo (no sé si les dije) se olvida por un instante de la señorita. La señorita que nos cae tan simpática. Y concentra el destrato sobre nuestro héroe.

Grueso error. Conste que digo esto antes de que los acontecimientos se precipiten. Y de paso tómese nota de que hablé de un héroe apenas habiendo echado un ojo indiscreto a la madera que lo constituye. Y es que ese solo instante me alcanza para comprender que él también está enojado. Enojadísimo.

Predigo una catarata de acidez en tono neutro. Lo intuyo en esa mirada ausente, esos brazos en jarra y esa postura resignada. Y no digo más porque los acontecimientos —en efecto— se precipitan.

‘A ver… pelotudo. Acá el problema son dos sardinas de mierda. Vos no querés pagar por eso. Por dos sardinas de mierda’.

Brillante apertura. Ese pelotudo dicho al pasar, casi susurrado, anula el griterío y allana el camino del alegato que, anticipo, será lapidario.

‘Ganaste. Las sardinas son gratis. Por cuenta de la casa. Por cuenta mía, que no soy la casa, pero voy a barrer el piso cuando vos te vayas. Y lo hago porque es lo justo. La piba no aclaró, y te distrajeron las tetas. A todos nos distraen esas tetas, no te pongas mal. Hacé de cuenta que estás en Mc Donalds. Calidad, servicio y limpieza. El cliente siempre tiene la razón. Aunque lo de la calidad es relativo, le compramos a un boliviano que llega al mercado central arrastrando una carretilla. Y el servicio es engañoso, vos podés dar fe. Y si me acompañás a la cocina charlamos un ratito lo de la limpieza. Pero sí, tenés razón. Toda la razón del mundo. Sin embargo, si pegás un grito más, o golpeás la mesa porque sí, te voy a cagar a trompadas delante de todos los clientes, que si no les gusta lo que ven se pueden ir a almorzar con la madre que los parió. Gratis y con mercadería de primera’.

Y punto final. Asumo que no hace falta que yo lo diga. Individuo que gusta de la agresión hacia los objetos inanimados no se le anima siquiera a un muchacho de veintitantos años, flaco y de aspecto abatido. Puede tomarlo, si lo desea, como uno más de los mecanismos compensatorios del Universo. Todo mientras nuestro héroe regresa a la caja.

‘¿Algo más?’, me pregunta la señorita. Esa señorita que me cae tan simpática. Que nos cae tan simpática.

Sí. Un cafecito chico, si dan.

Pero estoy dispuesto a pagar.

A mí sí que me distraen unos dientes blanquísimos e inmaculados, unos ojos inquietos y un buen par de tetas. Sí Señor Etienne, dije tetas. Pero solo porque antes lo dijo nuestro héroe. La descripción está, aunque no es de mi autoría.

Sin embargo aclaro que a esta altura de la soiree ya no me nublo con tan poca cosa.


Tengan ustedes muy buenas noches.

jueves, 6 de octubre de 2011

HÁGAME LA CARIDAD

Síntesis del post: Vote por MIB, pedazo de zoquete.

Resulta que yo escribo en un blog. Un blog colectivo. Un blog humorístico. Men in Blog (de ahora en adelante MIB) se llama. El blog en cuestión. Descuento que casi todos los lectores habituales de este humilde espacio lo saben, aunque no sientan que el hecho esté cambiando demasiado la historia de sus vidas.

Bueno, a ver, en rigor de verdad escribo en muchísimos sitios. Es casi lo único que hago en mi tiempo libre. Y lo hago con identidades variadas que siempre cosechan un éxito que orilla entre lo moderado y la más absoluta de las nulidades. Sin embargo hoy me interesa hablar de MIB. Nos interesa hablar de MIB. Así que hablemos.

El caso es que esta auténtica gema del mundo virtual se encuentra compitiendo en el concurso Bitacoras.com, en la categoría ‘mejor blog de humor’. Y está recibiendo una paliza memorable.

A mí no me gusta recibir palizas memorables. De hecho, creo que a nadie le gusta. Pero esa es la realidad. Los lectores de Bitacoras.com deben votar por alguno de los muchísimos blogs que aspiran a alzarse con el trofeo en la mencionada categoría (humor), y los tres más votados acceden a una interesantísima final que tendrá a todo el mundo al borde del asiento a la espera de la decisión, que según entiendo, se encuentra en manos de un jurado de notables.

Ahora bien, en este preciso instante MIB se encuentra en el quinto lugar. Ni cuarto ni sexto. Quinto. Y lo cierto es que debería estar en uno de los primeros tres. De otro modo no habrá interesantísima final, ni borde del asiento, ni jurado de notables ni trofeo. Nada.

No hace falta ser una lumbrera para percibir que algo no anda bien. El blog es muy bueno. La química entre los integrantes (ocho) es excelente. El volumen de lectores es aceptable para la realidad actual de Blogger.

¿Entonces qué esta fallando?

Resulta obvio a los ojos de cualquiera que ese algo es usted. Sí, no mire para el costado. Le hablo a usted, que aún no ha tenido la delicadeza de ir corriendo a Bitacoras.com, registrarse (si no lo ha hecho el año pasado) y votar por MIB en la categoría ‘mejor blog de humor’. Una actitud que de no ser reparada a la brevedad pesará sobre su conciencia por los siglos de los siglos. Amén.

¿Cuántas veces le pido algo? Nunca. No mienta. En cambio doy y doy sin esperar una retribución. Lo llevo de paseo al consultorio de mi dentista, a visitar prostitutas de esquina, a atestiguar suicidios simulados, a ver gordos corriendo en el parque, etc.

Bien. Entonces considero que ha llegado la hora de gastar cinco mugrosos minutos en pagar la factura. Se me va de acá, se me registra en Bitacoras.com y vota a MIB como mejor blog de humor.

¿Que jamás en su vida ha leído un artículo en MIB? ¿Que solo viene a este espacio para retribuir un comentario en el suyo? ¿Que no sabe si MIB es en verdad mejor candidato que sus rivales?

A nadie le importa. No se haga.

A ver, mi querido quelonio. Lo que yo le estoy proponiendo, y no me diga que no lo tiento, es recurrir al fraude más alevoso en orden a la consecución de un objetivo. Nada que no le hayan propuesto antes. Vaya y vote. Así, sin más. Porque yo se lo estoy pidiendo. Sepa que sé recompensar a los buenos amigos. Tengo preparada una sorpresa para el momento en que entremos de nuevo entre los tres primeros. No se olvide. Esto es estrictamente cierto.

Pinche el logo de MIB en la barra lateral de este espacio, y una vez allí vaya al link de Bitacoras.com. Y vote. No se olvide de votar. Realmente lo necesitamos. No podríamos soportar una nueva sesión de azotes del Amado Líder.

¿Usted vio cómo me reprendió el otro día en los comentarios por andar escribiendo artículos personales en lugar de hacer campaña por MIB?

Lo que para usted es un simple chiste, para otros puede ser un aviso.

Confío en usted.


Tengan ustedes muy buenas noches.

lunes, 3 de octubre de 2011

LA DAMA Y EL VAGABUNDO. Y LA ROXANA.

Síntesis del post: Una historia sencilla. La dama. El vagabundo. La coincidencia espacial. Y temporal. La Roxana. Desenlace.

Hoy llego a ustedes con una historia sencilla. Bastante común. Trillada, podría decirse. Hablamos de algo en el estilo de la dama y el vagabundo, aunque con alguna que otra variante que al final del día servirá para dejarnos a salvo de un plagio de lo más repudiable.

A lo nuestro sin más, ya que hoy, a diferencia de otras veces, de todas las otras veces, tengo perfectamente definida en mi mente la dirección que tomará el artículo.

Ella se llama Ángeles, tiene veintidós años, está a punto de convertirse en arquitecta y vive con sus padres en la Avenida Ortiz de Ocampo (casi Figueroa Alcorta), en una casa que para qué les cuento, lindera con la embajada de uno de esos países extraños de Europa del este, cuyos nombres parecen salidos de una novela de Tolkien. Pongamos por caso, Moldavia. Eso es, Moldavia. Vive al lado de la embajada de Moldavia, aunque su casa tiene rejas más altas, bronces más delicados, jardines más coloridos, enredaderas mejor distribuidas y es infinitamente más grande.

Podría decirse que en su vida no le falta nada. De hecho, le sobra casi todo. Papá es un diplomático de carrera, aunque se encuentra retirado hace casi una década. Fue embajador en dos o tres países de los importantes, y estuvo a punto de convertirse en Canciller de la Nación en una época que no vamos a precisar porque este es un boliche familiar y no nos interesa cosechar comentarios de corte político. Lo importante es que su cuenta bancaria exhibe siete orgullosos ceros. No, no dije seis. Dije siete.

Y qué decir de mamá. Bueno… no mucho. Mamá se la rasca. Y sepa disculpar la crudeza de la sentencia, pero no he sabido, no he podido o no he querido hallar formas más adecuadas.

Angie (así la llaman amigos y familiares) es una piba sencilla. Una buena piba. Buenísima. Así que si usted ya había comenzado a odiarla secretamente, imaginando con toda injusticia una persona de mirada altiva y costumbres frívolas, refugiada en la conciencia de tener la vida resuelta y propensa a dilapidar su tiempo recorriendo junto a su indefendible progenitora todos los centros comerciales de la ciudad, puede ir ensayando un sentido pedido de disculpas.

Angie idolatra a papá. Lo ama profundamente. Y el hombre, un hombre enorme, sin duda lo merece. En cuanto a mamá, no es que la odie. No. Más bien la compadece. Representa todo lo que ella no desea para su vida, y en consecuencia es ese —y no otro— el motor de todos sus emprendimientos.

No mucho más diremos sobre ella. Talvez, sí, que además de sencilla es bonita. Modestamente bonita. Rubia, elegante, simpática dependiendo de la ocasión. Y flaca, eso sí. Muy flaca. Pero sin caer en la desproporción. Y tuvo un novio de nombre Bernardo, un año mayor que ella, rico y bien parecido, al que dejó con el pase en su poder hace unos seis meses por intuirlo carente de proyectos. Así, sin más.

Hablemos ahora de nuestro Romeo.

Axel Ricardo se llama. Tiene veinticuatro años, es huérfano desde los doce y ha trabajado aquí y allá prácticamente desde que dejó los pañales. Vive en una oscura localidad del conurbano bonaerense, se levanta todos los días a las cuatro y media de la mañana y se toma tres colectivos para llegar en horario al primero de los dos trabajos pueblan su agitada jornada. Es el mayor de ocho hermanos, varios de los cuales dependen enteramente de su encomiable fuerza de voluntad y su amor incondicional.

No mucho más diremos sobre él. Algunas descripciones, por más que hagan al fondo del artículo en curso, son más dolorosas que divertidas. Sí agregaremos que todos sus rasgos físicos confluyen en algún punto y desembocan en una exótica belleza indígena.

Ahora no nos queda más que juntar en el tiempo y en el espacio a los dos protagonistas de nuestra historia. Y para ello nos centraremos en el primero de los dos trabajos que pueblan la agitada jornada de Axel Ricardo. Una playa de estacionamiento en Palermo. Allí es donde Angie guarda su flamante camioneta importada, cuyo precio de mercado equivale a una pequeña fracción de los intereses que la cuenta bancaria de papá produce en un mes.

Angie opina que Axel Ricardo es un bombonazo. No son palabras mías, se lo dijo a su mejor amiga. Saldría con él sin pensarlo dos veces. No son palabras mías, yo no saldría con Axel Ricardo ni habiendo dispuesto de tres eternidades para pensarlo. Lo dijo ella, también a su mejor amiga.

Angie coquetea con Axel Ricardo. Y esta es una señorita que no coquetea con cualquier pelandrún que se cruce en su camino. Le abre una puerta a su mundo. A su mundo exclusivo. Sin condiciones. Sin prejuicios. Con toda la potencia de sus sencillez.

Axel Ricardo lo nota, pero no acusa recibo. La Roxana, una gordita que vive pared de por medio en esa oscura localidad del conurbano bonaerense, está mucho más buena. No son palabras mías, se lo dijo Axel Ricardo a su mejor amigo.

En fin… a esto quería llegar, estimados. Aquí reposa la esencia del artículo. Ambos protagonistas han hecho una elección y han jugado sus cartas sobre la mesa tomando en cuenta únicamente su ser interior. Fantástico. Lo maravilloso de la sencillez, tan rara en los tiempos que nos toca vivir, es, precisamente, esa nota genuina. Esa ausencia absoluta de especulación más allá de las penurias que pudiera acarrear el camino elegido. Estas sí son palabras mías.

No me gustan tan flacas, loco. Mil veces prefiero tener de dónde agarrarme. No son palabras mías. Se lo dijo —otra vez— Axel Ricardo a su mejor amigo. Sepa que ni en el más confuso de mis desvaríos me quedaría con la Roxana si una camioneta importada me abriera la puerta en forma tan desinteresada.

Ay, ignore eso último. Hablemos mejor de una señorita, muy bonita ella —modestamente bonita—, que pensara que soy un bombonazo.



Tengan ustedes muy buenas noches.