Extraña sucesión de infortunios que, poco a poco, fueron minando mi voluntad hasta transformar aquel viejo anhelo de triunfo en esta pacífica convivencia con el fracaso.

viernes, 5 de septiembre de 2014

UN HOMBRE ARAÑA


Síntesis del post: El hombre araña. Un rincón. Una cama de algarrobo. Inmovilidad. Contacto visual. Silencio. Final. Diálogo. Conclusión.


Tenemos al hombre araña. Está escondido en el rincón más oscuro de una habitación que en instantes procederé a describir con la mayor precisión de la que sea capaz. Permanece inmóvil, la respiración contenida, los músculos en tensión y la mirada fija en un punto que en instantes procederé a describir con la mayor precisión de la que sea capaz; un punto ubicado dentro de la habitación que en instantes procederé a describir con la mayor precisión de la que sea capaz.

Antes de ingresar en el terreno de las descripciones cuya precisión se encuentra relacionada en forma directa a las capacidades de este humilde servidor, es menester aclarar que no nos referimos aquí al hombre araña en tanto superhéroe, sino más bien al individuo amigo de la cosa ajena que se descuelga desde la terraza de algún edificio aferrado a una soga de considerable grosor con la intención de colarse al interior de uno o más departamentos para sustraer cuantos objetos de valor quepan en el saco, mochila o bolso que lleve consigo. A ese hombre araña nos referimos. No al otro, que si bien suele descolgarse desde las terrazas de los edificios, sus motivaciones se encuentran más vinculadas a la acrobacia circense que al delito penal.

Ahora a lo nuestro sin más, que estamos frente a una situación delicada que puede acabar en una auténtica tragedia.

Entonces, decía, tenemos al hombre araña oculto en el rincón más oscuro de una habitación. Está al pie de la ventana, disimulado entre las cortinas, inmóvil, con la respiración contenida y la mirada fija en una inmensa cama de dos plazas hecha de algarrobo, sobre la cual una pareja de mediana edad (treinta y cinco años diría yo) lleva a cabo verdaderas proezas de índole sexual.

De lo dicho se desprende que la habitación en cuestión es un dormitorio, y que nuestro hombre, el hombre araña, ha sido sorprendido en plena faena y apenas ha tenido tiempo para ocultarse en un rincón olvidado por la desteñida lucecita que proyecta un velador ubicado (por fortuna para todos) al otro lado de la cama, el lado que da al placard.

La ventana está abierta de par en par y las cortinas bailan con la brisa que llega del exterior. Si así lo quisiera podría escabullirse al balcón y alcanzar la soga sin que la pareja (demasiado concentrada en el asunto que trae entre manos, piernas y demás zonas corporales) lo note. Y sin embargo no lo hace. Permanece en su sitio, expectante y silencioso.

¿Cómo dice?

¿Cómo que por qué no se escapa? ¿Qué relato viene leyendo usted?

Hay una pareja teniendo sexo. Delante de sus ojos. Llevando a cabo verdaderas proezas de índole sexual, para respetar las palabras que acabo de emplear más arriba. Esto no es como estar en la tranquilidad de su hogar navegando dentro de esas páginas de dudosa moralidad que algunos juran que existen en Internet. No es como poner en práctica determinadas maniobras más mecánicas que imaginativas debajo de la ducha pensando en una exnovia, una amiga, una amante, una vecina o una desconocida. Ni siquiera es como hacerlo uno mismo con la mujer que se lo permite de buena gana, lo concede de mala gana o lo consiente por falta de candidatos. No señor. Esto es porno en vivo y en directo. Está ocurriendo en su presencia. Es mucho más que cualquiera de las variantes convencionales para lograr la ansiada satisfacción. Esto es invadir la sagrada intimidad de dos personas que, ajenas a la profanación de que son víctimas, ofrecen el espectáculo sin reservas de ninguna especie. Esto es la vida misma tomada por sorpresa en su desarrollo por un simple mortal. Es invertir los roles por una vez. Una sola vez. Una oportunidad única e irrepetible, de más está decir.

Decíamos entonces que el hombre araña no se escabulle a pesar de tener la oportunidad. El asunto ha dejado de ser un simple robo para mutar en otra clase de profanación. Una más divertida aunque menos redituable. El riesgo continúa siendo el mismo, pero la satisfacción es más psicológica que material.

De pronto los acontecimientos se precipitan. En medio de uno de los giros y contorsiones que se llevan a cabo sobre la cama de algarrobo, la mujer establece contacto visual con el intruso y ambas miradas se petrifican. Por ahora el silencio gobierna el fortuito encuentro, pero si no ocurre un milagro, solo lo hará por tres o cuatro segundos más. Luego aparecerán los gritos, el pánico (de ambas partes) y la fuga o su intento.

El hombre araña sostiene la mirada, hecho bastante destacable tomando en cuenta el estado de cosas. No porta armas de ningún tipo, lo suyo es el guante blanco, la sutileza y el sigilo, pero aun así mantiene la calma y ensaya una defensa. Alza el dedo índice, lo coloca en posición vertical y lo apoya sobre su boca, de canto, con la tercera falange a la altura de la nariz.

¿Cómo dice?

Sí, como la enfermera de la foto. La de la cofia con la cruz roja. Esa que demanda silencio con un rostro que expresa a un tiempo autoridad y dulzura.

Y la dama acata la orden. O concede el pedido. O consiente la profanación. Lo que ustedes prefieran. La cuestión es que ahoga su grito antes de que estalle. Lo reprime. Y en su lugar devuelve una tenue sonrisa que insinúa un desafío para el intruso. Entonces el marco que contiene ambas reacciones, el dedo y la sonrisa, alcanza un delicado equilibrio bajo la forma de un acuerdo tácito. Existe una amenaza, desde ya, pero también una ofrenda que la mantiene a raya.

La relación de la pareja continúa con la misma intensidad que traía antes del incidente, pero ahora ella se las arregla para mantener a buen resguardo su pequeño secreto. Atrae a su compañero hacia el lado opuesto de la cama, asume generosas posiciones que concentran todo su interés e interpone su propio cuerpo cuando existe el mínimo riesgo de un contacto visual. Y en la ejecución de cada maniobra exhibe una pericia digna de los mayores elogios.

El hombre araña observa la escena desbordado pero con el rostro adusto. Necesita mantener la amenaza gestual aunque haya abandonado hace rato sus primitivas intenciones. No es que las nuevas sean mucho más sanas, en rigor de verdad, lejos de exonerarlo solo habilitarían un cambio de carátula en el expediente, pero él sabe que no es lúcido ni prudente bajar la guardia cuando una mujer apela al sexo para obtener de un caballero un comportamiento adecuado a sus intereses.

Al cabo de un rato llega el final. Sí, todo tiene un final, y este ocurre con una espectacularidad que no viene al caso describir aquí porque no hace al fondo de la cuestión que nos ocupa. El caso es que ella, aprovechando que su compañero descansa boca arriba mientras juega a formar pequeños aros con el humo del cigarrillo, le dedica a su hombre (araña) algunos gestos y miradas rebalsadas de obscenidad. El superhéroe, abandonada ya toda inmovilidad y cautela, le exhibe lo suyo desde la penumbra de su rincón. Él también ha llegado a su propio final. Más silencioso, es cierto. Más contenido y menos espectacular, pero final al fin, si se me permite la redundancia.

— La próxima vez podríamos traer a alguien para que nos mire— sugiere la dama en voz bien audible mientras se vuelve hacia su compañero desentendiéndose por completo del intruso y la amenaza que representa.

— Estás loca, imaginate si después nos roba— responde él luego de apagar el velador.

— No creo que nadie nos robe— concluye ella en la oscuridad, en un tono desdibujado por un bostezo.

Tenemos al hombre araña. Está escalando la pared exterior de un edificio que no procederé a describir con precisión por ser idéntica a la pared exterior de cualquier otro edificio. El bolso que cuelga en su espalda está vacío, el cuerpo húmedo y la ropa negra manchada en diversas zonas. Su noche ha concluido. En instantes alcanzará la terraza, guardará la soga y desaparecerá por los techos para no regresar jamás.

‘Igual yo también creo que deberíamos ver a otras personas’, piensa. Quizás un poco despechado. Tal vez bastante literal.


Tengan ustedes muy buenas noches.