Extraña sucesión de infortunios que, poco a poco, fueron minando mi voluntad hasta transformar aquel viejo anhelo de triunfo en esta pacífica convivencia con el fracaso.

miércoles, 26 de marzo de 2014

IN NOMINE PATRIS


Síntesis del post: Padre Juan. Una señora regordeta. Desilusiones. Equívocos y tragedias. Una muerta. Procedimiento. Un patrullero. Peligrosa tendencia.



Llega justo a tiempo, Padre Juan. Eso me dice una señora regordeta mientras aprieta mi antebrazo con la misma fuerza que emplearía un trabajador portuario en sus labores un lunes por la mañana, luego de haber dormido doce horas y desayunado un cóctel de cereal, leche y huevos batidos.

Aquellos de ustedes que me conocen saben de sobra que no soy el Padre Juan, aun cuando hayan atestiguado en más de una ocasión esa peligrosa tendencia a asumir con resignación casi heroica la identidad que por error me sea atribuida. En rigor de verdad, no creo que tenga gracia alguna desilusionar a un completo desconocido, tal vez por eso procedo de esa forma en semejantes situaciones. Y es que las desilusiones, para ser completas y devastadoras, requieren el elemento del conocimiento mutuo. Cuando un extraño se forma sobre uno una idea que no se ajusta a la realidad, no pasa de ser un simple equívoco. En cambio, cuando alguien que cree conocernos recibe la noticia de que no somos lo que creía que éramos, sobreviene la tragedia. Bien, lo que yo entiendo es que se puede persistir en el equívoco sin grandes perjuicios para los involucrados, y que, de más está decirlo, no ocurre lo mismo con la tragedia.

En fin… no sé de qué estaba hablando. Ah, sí, que no soy el Padre Juan. Sí soy padre, esa es una a mi favor. Y sí, también me llamo Juan, no sé si lo dije alguna vez en este espacio. Pero no soy las dos cosas juntas. Las dos cosas juntas insinúan una elevación moral que yo jamás he alcanzado en ningún plano de mi vida.

Ahora a lo nuestro sin más, que como bien dijo la señora antes de dejar mi brazo inutilizado para el resto del día, el tiempo apremia. Estamos muy apurados, aun desconociendo por completo las causas.

Tenemos a esta señorita, muy bonita ella. Y también muy muerta. Bastante muerta. Quiero decir, todo lo muerta que puede estar una persona que no está viva. Debe tener unos treinta años (edad nada recomendable para abandonar el sano hábito de respirar), y se encuentra tendida boca arriba sobre la vereda con el cabello rubio revuelto y sus ojos verdes bien abiertos mirando al cielo. Quiero decir, todo lo que pueden mirar los ojos (sea al cielo o a cualquier otro sitio) de una persona que no está viva. Y hasta aquí ha llegado nuestra humilde descripción de esta señorita, ya que para ingresar en el terreno de sus atributos físicos habría que trasponer los límites de la moral y las buenas costumbres, cosa que no pienso hacer, ni hoy ni nunca, con una persona que está muerta. Quiero decir, todo lo muerta que puede estar una persona que no está viva.

Ahora bien, tomada debida nota de la situación imperante, se me ocurre que decir (tal como ha dicho esta señora regordeta que posee la misma fuerza física que un trabajador portuario recién desayunado) que he llegado justo a tiempo es hacer gala de un optimismo francamente admirable. ¿Justo a tiempo para qué? No soy muy ducho en el arte de la resucitación, y para ser del todo franco, en todos estos años solo aprendí las dos o tres oraciones clásicas del catolicismo, religión que supuestamente practico. Eso sin mencionar que para esta señora regordeta seguramente también la domino, la transmito e incluso quizás la enseño.

‘Vamos Padre Juan, proceda rápido que en cualquier momento va a llegar la policía y se la van a llevar a la morgue.’

Eso me dice la señora regordeta mientras vigila con la mirada la esquina más alejada por si de pronto aparece, asumo yo, algún inoportuno patrullero.

A la pelota. En general cuando alguien me pide que proceda yo procedo, pero en este caso siento como que me faltan los lineamientos básicos. Hay una ausencia de parámetros bastante desoladora. Ocurre que no sé si debo arrodillarme a un lado de la occisa para rezar una sentida oración (espero que en ese caso sea alguna de las dos o tres que me aprendí), llevar a cabo un ritual de exorcismo, ensayar un baile pagano o tomar un bisturí y extraer algún órgano para venderlo en el mercado negro.

‘In nomine Patris, et Filii, et Spiritus Sancti, Amén.’

Eso es lo que finalmente opto por decir, de rodillas a un lado de la occisa, con la palma de la mano izquierda apoyada en su frente helada y con la cara que reservo para cuando quiero que el asunto suene como que estoy administrando un sacramento. Sí, tengo una cara para esos casos, aunque admito que no me veo forzado a utilizarla muy a menudo.

‘¿Qué está haciendo Padre Juan?’

Eso pregunta la señora regordeta apiñando las yemas de los cinco dedos y agitando la mano de abajo hacia arriba con efusión.

Y es una buena pregunta. La verdad es que no tengo la más pálida idea. Supongo que hago lo que haría cualquier hombre de Dios en una situación como esta, pero me puedo equivocar.

De cualquier modo, justo cuando me apresto a ensayar una respuesta que seguramente no hará más que echar luz sobre mi condición de impostor, aparece en la esquina el temido patrullero. Temido por la señora regordeta, claro está, que aun cuando posee sobrados argumentos físicos para repeler cualquier intento de aprehensión decide abandonar la escena a paso veloz dejándome solo con un sinfín de interrogantes que ya no serán respondidos.

Un oficial entrado en años y en kilos desciende del vehículo no sin dificultad y echa una mirada despreocupada al cadáver que yace a sus pies.

‘¿Usted es el novio?’

Eso pregunta con sus ojos redondos y pequeños clavados en los pechos también redondos aunque no tan pequeños de la señorita.

No sé si les hablé alguna vez de esa peligrosa tendencia que me impulsa a asumir con resignación casi heroica la identidad que por error me sea atribuida. Si no lo hice, esta es una perfecta ocasión.

‘Sí.’

Eso respondo yo al tiempo que un profuso llanto comienza a brotar de mis ojos no tan redondos ni tan pequeños.

Y es que en el fondo entiendo que aun en el marco de una terrible tragedia, el asunto entre este simpático representante de la ley y yo no pasa de ser un simple equívoco, y siempre se puede persistir en el equívoco sin grandes perjuicios para los involucrados. No sé si lo dije alguna vez.

Además creo que el hecho de que la gente asuma que tengo algún tipo de relación con una señorita tan bonita me hace lucir bien. Por más que esté muerta. Quiero decir, todo lo muerta que puede estar una persona que no está viva.


Tengan ustedes muy buenas noches.