Extraña sucesión de infortunios que, poco a poco, fueron minando mi voluntad hasta transformar aquel viejo anhelo de triunfo en esta pacífica convivencia con el fracaso.

viernes, 26 de noviembre de 2010

POTENTE GEN

Síntesis del post: Potente Gen, porque es viernes, y los viernes yo a veces subo un Potente Gen.

En esta ocasión llego a ustedes desprovisto de mi ya clásica pretensión de unanimidad. Hoy vengo, como quien dice, con la humildad a flor de piel, para que nadie se atreva a endilgarme de nuevo esa tendencia al autoritarismo que jamás tuve.

Sepan que estoy dispuesto a defender la propuesta de la semana en la mesa de debate, escuchando las opiniones del vulgo y haciendo valer las mías en un marco de libertad absoluta, como corresponde al caballero que soy.

Veamos entonces qué tienen para decir frente a este hallazgo aquellos que siempre levantan la mano.

A lo nuestro sin más:


Gen Calabro


Juan Carlos. Papá. Actor. Humorista.

Ileana. Hija mayor. Polirubro.

Marina. Hija menor. Periodista.

Otra vez Juan Carlos.

Otra vez Ileana.

Otra vez Marina.

Desde mi humilde punto de vista, el gen es mucho más patente cuando se compara al padre con la hija menor. Me refiero a Marina. Pero eso no quita que uno o varios de ustedes puedan hallar distintas rutas comunicantes, o incluso ninguna. Nunca se sabe.

Los escucho.

Mientras tanto me voy contento, porque es viernes. Y los viernes yo almuerzo solo. Y como lo que se me antoja. Y me tomo un vinito chico con soda y hielo. Y postre. Y café, si dan.


Tengan ustedes un veraniego fin de semana.

PS: El artículo de la fecha, en MIB. Son libres de echar un vistazo.

martes, 23 de noviembre de 2010

USTEDES Y YO

Síntesis del post: Desayuno al aire libre. Simpatiquísima señorita. Entrevista a una vieja gloria. Operación de espionaje. Derrota final.



En este momento son las nueve de la mañana y nos encontramos en la terraza de una confitería. Ustedes y yo. Como fondo tenemos el mar, una playa semidesierta y algunos perros que corren de aquí para allá con un propósito que se nos antoja secreto y misterioso.

Queremos tomar un café con leche acompañado por tres medialunas de grasa, y entonces le formulamos el pedido a una simpatiquísima señorita que responde a todo lo que le decimos con la palabra ‘dale’. Dale vos, pensamos. Ustedes y yo. Pero no lo decimos, porque esta mañana juramos frente al espejo que no íbamos a incomodar con nuestros comentarios al personal que nos atendiera.

Entonces, mientras esperamos el desayuno, les propongo que vayamos a lo nuestro. Ustedes y yo. Porque no es nuestra voluntad extendernos más de la cuenta en detalles que no hacen al fondo de la cuestión.

A escasos dos metros de nuestra posición hay una mesa ocupada por una señora más bien mayor y dos muchachos de nuestra edad. Un poco más jóvenes quizás. Aunque no tanto. El caso es que por algún motivo (tal vez porque son los únicos además de nosotros que soportan el sol de la mañana en la terraza) los personajes atraen nuestra atención, y al cabo de un rato de observación minuciosa comprendemos, ustedes y yo, que lo que allí se desarrolla es una entrevista periodística.

Poniendo en orden las pocas frases sueltas que pudimos escuchar identificamos a la señora mayor como una vieja gloria de la televisión o la radio. O quizás del cine. No tenemos demasiado claro ese punto. Ustedes y yo.

En cuanto a los dos jóvenes, resulta obvio a los ojos de cualquiera que son periodistas. O mejor dicho, uno es periodista y el otro fotógrafo. Lo sabemos porque el de pelo largo y barba de cinco días acaba de alejarse seis o siete pasos de la mesa, y puesto en cuclillas retrata la charla con una cámara bastante impresionante. Y nosotros, ustedes y yo, nos acomodamos las crenchas con aire casual, ya que el ángulo elegido por nuestro peludo amigo podría conducirnos directamente a la página cuarenta y dos de la revista en cuestión (porque arbitrariamente hemos decidido que trabajan para una conocida revista), cuando no a la portada. De fondo, claro está. Como parte del decorado. Pero como bien diría el filósofo contemporáneo Carlos Salvador Bilardo, todos los goles valen uno.


La señorita que nos atiende, simpatiquísima por cierto (creo que ya lo señalé oportunamente), nos trajo el café con leche y tres medialunas de manteca. Y nosotros no queremos medialunas de manteca. Queremos de grasa. Entonces se lo hacemos saber, y aprovechando que va a tener que ir y volver con su bandeja le pedimos también un vaso de agua mineral. O soda. Y recibimos como respuesta el consabido ‘dale’. Dale vos, pensamos. Ustedes y yo. Pero no lo decimos. Hicimos un juramento y no queremos incomodar.

Ahora la señora mayor, con su mejor sonrisa, posa contra la baranda de la terraza. Coloca las manos detrás de la nuca y alza la cabellera platinada dejando que se desparramen graciosos mechones entre sus dedos. Al mismo tiempo levanta la pierna derecha y cruza el muslo por delante del otro, como si acabara de patear un tiro libre. Según nos revela sin dejar de sonreír, los productores de hoy ya no la convocan porque anteponen la cosa burda a la clásica delicadeza. Entendemos, ustedes y yo, que la clásica delicadeza estaría encarnada por ella, aunque no logremos ver en sus poses, su figura o sus declaraciones, nada clásico o delicado. De hecho hemos caído en la cuenta de que, a pesar de haber examinado su rostro a conciencia y hecho memoria con los ojos entrecerrados, no tenemos la más pálida idea de quién es, circunstancia que agrega una generosa cuota de patetismo al cuadro de situación.

A esta altura de los acontecimientos ya sabemos, ustedes y yo, que no abandonaremos esta terraza sin averiguar quién diablos es esta buena señora, portento de voluptuosidad y delicadeza. Entonces, echando mano a nuestro natural encanto logramos convencer a la simpatiquísima moza de que se arrime a la mesa y le pida un autógrafo. ‘Dale’, nos dice. Dale vos, pensamos nosotros. Pero no lo decimos. Hicimos un juramento, y encima nos está haciendo un favor. O más o menos. Ella tampoco sabe quién es, y a raíz de nuestro excéntrico pedido le ha picado el bichito de la curiosidad.

Al cabo de unos segundos nuestra heroína regresa con una servilleta en la mano derecha. En el centro de la misma, un garabato ilegible sin aclaraciones de ninguna especie.

La miro. Me mira. Alzo las cejas. Se pone colorada.

‘Pensé que iba a poner el nombre’, me dice. ‘Yo no se lo podía preguntar. Se supone que la adoro. O eso fue lo que le dije antes de que se emocionara’.

La misión ha fracasado trágicamente. Nuestra presa se retira no sin antes tirarle un beso aéreo a nuestra simpatiquísima espía, que lo retribuye con fingida efusión.

Y nosotros, ustedes y yo, nos quedamos con la mirada clavada en el horizonte marítimo, como un capitán que acabara de perder la mitad de su flota en un combate decisivo y mortal.

Pedimos la cuenta con un hilo de voz. Y obtenemos el inefable ‘Dale’ de boca de la espía. Dale vos, pensamos. Ustedes y yo. Aunque esta vez lo decimos.

Es cierto que habíamos hecho un juramento, pero ocurre que no somos de los que encajan las derrotas con buen semblante. Mucho menos las que tienen su causa en la incompetencia de la tropa.


Tengan ustedes muy buenas noches.

martes, 16 de noviembre de 2010

HO HO HO...

Síntesis del post: Sin derecho a réplica.



Pueden continuar con sus amables comentarios, pero en el artículo de abajo.


Tengan ustedes muy buenas noches.

lunes, 15 de noviembre de 2010

SE ME DESGARRA EL ALMA

Síntesis del post: La canción romántica. Realidad y ficción. Planteo de situación. Los intérpretes. Crítica final.

Entre los distintos géneros existentes en el vasto mundo de la música, el romántico es, desde mi humilde punto de vista, el más controversial de todos. El más perverso. El que peor describe las situaciones que luego ocurren en la práctica. El que más leña arroja al fuego de las relaciones interpersonales.

Es, creo yo, una verdadera bazofia. Aunque lo peor del asunto es que detrás de toda esa miel uno puede inferir un macabro plan. Una oscura intención de perjudicar. Una traición meditada y ejecutada por un grupo de individuos carentes de escrúpulos. No, no me refiero a un grupo en tanto banda, agrupación o rejuntado. Hablo de un conjunto de personas que, individualmente, explotan ese inocente mercado a sabiendas de que el producto es en esencia una gran mentira destinada a engrosar sus propios bolsillos.

¿Qué pensaría usted, estimada señorita, si un individuo recién erradicado de su vida regresara al día siguiente y expusiera razones como las que a continuación se describen?


Desde que no te tengo me resulta imposible evitar que las lágrimas broten con cada recuerdo. El corazón se me agrieta y me falta el aire cuando respiro. La existencia se me escurre como arena entre los dedos. Imagino el rojo intenso de tus labios, y al saber que forman parte de mi pasado se me desgarra el alma. Por la garganta me sube un río de sangre de la herida que me atraviesa. Etcétera.

¿Qué hace?

Deje de suspirar como una quinceañera e imagine la situación como una realidad. No me venga justo ahora con caiditas de ojos y rubores de ocasión.

Lo más probable es que usted, nublado el juicio por la ira o la vergüenza ajena, se mantenga firme en su postura y decida arrojar algún objeto contundente en dirección a su cabeza. A la de él, no a la suya. Y si tiene a mano a su nuevo novio, esa mole de un metro noventa y ciento diez kilos de puro músculo, no sería descabellado imaginarla murmurando en su oído (en el de él, no en el suyo) la orden de ataque, confirmando de paso la lealtad del soldado.

Seamos francos: Esa clase de lamento solo queda bien si uno le agrega una bonita melodía y lo expone de un modo más general. Al público, digo; y al que le quepa el sayo que se lo ponga. De otro modo se acerca mucho más a las orillas de la vergüenza ajena que a la sobriedad y prestancia de un galán en plan de reconquista. Usted lo sabe y yo lo sé.

Por desgracia los intérpretes del género romántico también lo saben, y se aprovechan de ello a discreción.

Lo más curioso del caso es que con ese mismo libreto que a uno le valdría más de un insulto, el impacto de un objeto contundente en la base del tabique nasal o la paliza esclarecedora de un novio de un metro noventa y ciento diez kilos de puro músculo, ellos llenan estadios de fútbol. A expensas de la dignidad del género masculino, claro está, pero los llenan. Y reciben las loas de miles de señoritas que les juran amor eterno, se toman de los pelos, arrojan prendas íntimas al escenario y les muestran los pechos subidas a los hombros de ese nuevo novio de un metro noventa y ciento diez kilos de puro músculo al que obligaron no solo a ir (en tren de probar esa lealtad de la que hablábamos hace un rato), sino a mover su torpe esqueleto al ritmo del hit ‘Se me desgarra el alma y me sangra la naricita’.

Un logro que no se encuentra exento de genialidad.

Estos muchachos –los intérpretes de la canción romántica- han comprendido, a base de estudio, instinto o por pura casualidad, que el hombre puede despojarse hasta del último rastro de dignidad siempre y cuando entone sus penas y les agregue una bonita melodía. El viejo lamento del tango, el sobrio y digno lamento de arrabal, no les fue suficiente. Ellos comprendieron que la música es capaz de suavizar los horrores de la palabra, y fueron por todo. Por el orgullo. Por la vergüenza. Por la dignidad.

Y que los hombres reales, los de este planeta, se las apañen solitos. Sí, me refiero a aquellos a los que, a diferencia de Ricky Martin, no se les va la vida si una señorita no vuelve (a la luz de las recientes revelaciones, a él tampoco, pero ese es un asunto que no nos incumbe). A aquellos a los que el ritmo de la vida les sigue pareciendo bien, mal que le pese a Marco Antonio Solís. A aquellos que en su adiós no suelen desear cosas bonitas como las que debe desear Cristian Castro.

Vergüenza debería darles.

Hay honrosas excepciones, por supuesto. Siempre las hay, aunque en este preciso instante no se me ocurran. No todos los intérpretes de hoy forman parte de esta lamentable cofradía mendicante de amores pasados. Los hay atrevidos y desafiantes.

Pero lo cierto es que se los ve poco. Todos los estribillos suelen ser lacrimógenos.

Nunca un… qué sé yo…


Vos te fuiste con tu chongo
yo en dos horas me repongo

Y me quedo con nuestro dinero
cataplín cataplín cataplero




¡Hágase hombre caramba!

Tengan ustedes muy buenas noches.

PS: Mi amor, esto es un chiste. Un artículo que solo se propone divertir a este hatajo de insensibles. Me encanta ir escuchando a Alejandro Sanz cuando vamos a la casa de tus viejos. Ida y vuelta. Siempre.

viernes, 12 de noviembre de 2010

POTENTE GEN

Síntesis del post: Potente Gen, porque es viernes, y los viernes yo a veces subo un Potente Gen.

En esta ocasión ni siquiera considero necesario exponer mis argumentos.

Por lo tanto no lo haré.

A lo nuestro sin más:

Gen Witherspoon

Reese, actriz, mamá. Ava, desocupada, hija.

Reese y Ava, madre e hija.

Y sale la última.

El parecido es demoledor, no me sequen la paciencia.

Ahora me voy contento, porque es viernes. Y los viernes yo almuerzo solo. Y como lo que se me antoja. Y me tomo un vinito chico con hielo y soda. Y postre. Y café, si dan.


Tengan ustedes armonioso fin de semana.

miércoles, 10 de noviembre de 2010

GALARDÓN Y DESVÍO

Síntesis del post: Nuevo galardón. Agradecimiento. Desvío. Amenaza.

Yuyo Award

Minombresabeahierba, un hombre afecto a la experimentación con diversas sustancias de origen vegetal, me ha otorgado un nuevo galardón que exhibo orgulloso debajo de estas breves líneas.

Más allá de comprender en forma cabal que esta osada decisión se encuentra estrechamente relacionada con el consumo irresponsable de las mencionadas sustancias, recibo este premio con extremo beneplácito. Primero por tratarse de un amigo de la casa, y segundo porque no solicita contraprestación alguna.

Sorgo de Alepo. Maleza dañina y resistente si las hay.

¡Muchas gracias Minombresabeahierba!


En otro orden de cosas procedo a informar que para leer el artículo del día deberán desviarse hacia MIB.

Y que arderán en el Infierno aquellos que no se desvíen.


Tengan ustedes muy buenas noches.

jueves, 4 de noviembre de 2010

LARGA DISTANCIA

Síntesis del post: Un corredor de larga distancia. Un récord Guiness. Un noticiero matutino. Un cronista. Un médico. Una obsesión.




Tenemos a un corredor de largas distancias. Larguísimas diría yo. El hombre, según entiendo, se especializa en una disciplina tan exigente como novedosa. El Ultramaratón, que consiste en correr muchísimos más kilómetros de los que el cuerpo y el alma pueden soportar, pero sin sufrir una muerte horrenda en el intento.

Lo que atrajo nuestra atención hacia este curioso personaje es el hecho de que intenta batir un récord. Desea entrar en el libro Guiness, y para lograrlo correrá sobre una cinta durante veinticuatro horas seguidas. La idea es cubrir en ese lapso más de doscientos cincuenta y siete kilómetros, porque si no, no hay récord. Es decir que no basta con evitar esa horrible muerte de la que hablábamos; además hay que hacerlo bastante rápido.

Y en eso está nuestro héroe -en el asunto de batir el récord- el día jueves a las ocho de la mañana, cuando un cronista del noticiero del canal veintiséis (del que Mona Loca y quien les habla son fervientes seguidores) se acerca a la Plaza de Mayo con el fin de interiorizar a la audiencia sobre los pormenores de la epopeya. Porque la misma, no sé si les dije, tiene lugar en la Plaza de Mayo.


Como en este instante ya han transcurrido trece largas horas de sufrimiento, el que sale al cruce del recién llegado es el médico que tiene a cargo la supervisión del participante. O dicho de otra forma, el profesional que procura evitar que el insensato sufra una muerte horrenda.

Se produce el siguiente intercambio:

- ¿Y maestro? ¿Cómo está Rodolfo?

- Y… acá estamos, tratando de reanimarlo. Queremos hidratarlo, estabilizarlo para que pueda continuar corriendo el mayor tiempo posible.

- ¿Y de ánimo?

- Y… en eso también estamos trabajando, está un poquito caído por todo lo que le pasó.

Ninguna maniobra que involucre tareas de reanimación puede indicar que la cosa marcha según lo planeado. Usted lo sabe; yo lo sé; y el médico también lo sabe. Sin embargo, las respuestas recibidas no calan demasiado hondo en el optimismo del cronista. A esta altura, incomprensible optimismo.

Haciendo caso omiso de las precisiones médicas que presagian el trágico final de este gambito, todavía le quedan ganas de preguntar por el récord. Porque dentro de su mente, la marca vigente tiene fecha de vencimiento. La caída es un hecho que no será desvirtuado por ningún pesimista de pacotilla.

Se acerca al mismísimo Rodolfo, que en este instante camina sobre la cinta con el rostro desencajado, y entonces se produce el segundo intercambio:


- ¿Cómo vamos Rodolfo?

- Y… por desgracia tuvimos muchos inconvenientes, es una carrera difícil. Hasta las diez horas venía todo bien, pero ahí empezaron los mareos. Después me dieron vómitos, tuve hipotermia y me cagué encima, con perdón de la palabra.

- Pero seguís acá, y faltan diez horas para el récord.

Fascinante. Del sano entusiasmo a la desestimación de la opinión profesional, de allí a la negación y finalmente a la obcecación. Sin escalas.

A ver, pedazo de infradotado… llegó la parte en que hay que usar la cabeza. Un poquito aunque sea. Apenas acaba de pasar la mitad de la prueba y el hombre ya largó al pavimento toda la comida de la semana, se puso azul por el frío, perdió el control de esfínteres y se arrastra por la cinta con la mirada perdida en el cabildo. Solo le faltó pedir a viva voz que alguien lo matara…

Por fortuna para él, la respuesta de Rodolfo es bastante más cortés que la mía. Le informa que ya no habrá récord, pero que cada kilómetro que logre recorrer significa dinero para las asociaciones benéficas con las que él y su equipo intentan colaborar.

De pronto interviene el conductor del noticiero, un señor que allá por la década del noventa lucía un frondoso bigote y conducía un show al estilo Lía Salgado, y que ahora no luce ningún frondoso bigote y conduce –justamente- un noticiero matutino por el cable.

El hombre no es ninguna lumbrera, pero conoce el oficio y sabe intuir el ridículo.

Rodolfo no batirá ningún récord. Eso es un hecho. A duras penas logrará evadir una muerte horrenda, siempre y cuando el médico encargado de la supervisión acierte el momento exacto de tirar la toalla. Y su enviado especial… bueno… continuará preguntando por el bendito récord hasta que él decida sacarlo del aire, o el médico le aseste un golpe definitivo con el estetoscopio.

Decide sacarlo del aire, por supuesto. Y lo hace con elegancia. Le habla del récord que ya no será, lo instruye para que no siga incordiando a Rodolfo y le solicita que permanezca atento a cualquier indicio del inminente desenlace.

Y el cronista accede, claro que sí. Y pronuncia la palabra ‘récord’ cuatro veces en la última oración. Y sale del aire mansamente. Y yo agradezco por una nueva joyita de la televisión matutina.

Salud Rodolfo. Espero de corazón que la aventura culmine sin tener que lamentar víctimas ni daños materiales.

Cómo me gusta ser un ferviente seguidor de este noticiero.



Tengan ustedes un maratónico fin de semana.

PS: Esto debió publicarse el viernes a las cero horas, pero como soy un pavote apreté 'publicar' antes de programarlo.

martes, 2 de noviembre de 2010

TRÁNSITO LENTO

Síntesis del post: Un noticiero. Un noticiero matutino. Un noticiero matutino muy popular. Raúl. El estado del tránsito. Abrupto final. Reivindicación.





Nos situamos hoy en el corazón de un noticiero matutino muy popular. Estoy hablando de la televisión. De la televisión matutina, por supuesto.

El programa es conducido por dos personas que, gracias a una mezcla de pericia y costumbre, lo llevan adelante sin mayores sobresaltos. Un hombre y una mujer. Una pareja cuyo estricto marco es el plano profesional, dentro del cual han alcanzado una sincronía envidiable. A los efectos de este artículo los llamaremos Daniel y Silvia. O Silvia y Daniel. Vaya entonces nuestra más sincera felicitación para ellos. Para Daniel y Silvia, o para Silvia y Daniel, aun cuando esos no sean sus verdaderos nombres.

Ahora bien, como todo producto que se precie, este programa cuenta también con algunos colaboradores que se encargan de las distintas secciones que suelen componer un noticiero. Un noticiero matutino. Un noticiero matutino muy popular. Así tenemos al experto en deportes, al pronosticador del clima, al cronista de policiales, al economista, al politólogo, etcétera.

Como es habitual en el devenir de este humilde espacio, nuestros ojos se posarán sobre un individuo que –juzgamos- se encuentra en el centro de la escena.

En pocas palabras, centraremos la atención en el etcétera.

A lo nuestro entonces:

Hablaremos hoy del individuo encargado de brindar las precisiones sobre el estado del tránsito en la ciudad. Y como es necesario ponerle un nombre (no veo por qué, si lo hicimos con Daniel y Silvia, o Silvia y Daniel, no debemos hacerlo también con él), lo llamaremos Raúl, siempre a los efectos de este artículo.

Raúl –decía- se encarga de brindar las precisiones sobre el estado del tránsito en la ciudad. Pero eso no es lo único que hace. También es el encargado de destrozar esa armonía, ese clima de café con leche y medialunas de grasa que suele reinar en este noticiero. En este noticiero matutino. En este noticiero matutino tan popular.


‘Vamos con Raúl y el estado del tránsito en la ciudad’, dice Silvia sin mucha convicción. Porque sabe lo que se aproxima. Lo conoce. Lo vive todos los días. Todas las mañanas.

Y Raúl irrumpe. O mejor dicho, la voz de Raúl. La voz entrecortada de Raúl. Su respiración agitada. Su afán de prevenir al futuro automovilista.

Parece que estuviera transmitiendo desde Bagdad. Pero no la Bagdad de hoy. No. Desde Bagdad en el mes de abril del año 2003. En medio de los bombardeos. En medio del caos, el sufrimiento y la sangre. Está, creo yo, en un helicóptero que literalmente sobrevuela la materia de su análisis. Está en su salsa, y es dueño de un entusiasmo digno de aplauso.


¡Gracias Silvia! Todos los accesos a la capital con jjjjjjjjjjjjjcha lenta jjjjjjjjjjjjjjbo un choque en jjjjjjjjjjjjjjjnamericana que provoca unjjjjjjjjjjjjjjjjjjjjjjjres kilómetros y medio. Puente Pueyrredón cortjjjjjjjjjjdo por manifestantes que reclaman porjjjjjjjjjjjjjjjjjjjjjlanes trabajar. Avenida Madero jjjjjjjjjjjjjlentjjjjjjjjjjjjjjjjjjjjjamionesjjjjjjjjjjjjjjjjjjjjjjjjlicíajjjjjjjjjjjjjjjjjjjjjjjj…

Daniel y Silvia, o Silvia y Daniel, escuchan impertérritos las precisiones parciales de Raúl. Un oscuro productor que, o bien los odia profundamente o está distraído, los conserva en un ignominioso primer plano en vez de sustituirlos por una foto cualquiera del Google Earth. Y ellos se miran. Se miran de reojo. Con el resto de la cara apuntando hacia la cámara que los mantiene cautivos. Conteniendo la risa y el sudor frío.

‘Raúl… Raúl… ¿me escuchás?’, interviene Daniel -también- sin demasiada convicción.

Se agrega aquí una circunstancia dramática. Raúl no escucha. Bien por el ruido que lo rodea o a causa de su entusiasmo, no escucha absolutamente nada. Y en su afán de prevenir las palabras no cesan. Se agolpan en la punta de su lengua y saltan al vacío desde ese helicóptero que literalmente sobrevuela la materia de su análisis.

Recomendamos a los jjjjjjjjjjjjvilistas que circuljjjjjjjjjjjjjona nortjjjjjjjjjjjjjjjjviarse por colecjjjjjjjjjjjj tener paciencjjjjjjjjjjjjjjjjjj en el peaje dejjjjjjjjjjjjjjjjjjjjjjjjjjj por la autopjjjjjjjjjjjjjjjjjjjturo Illiajjjjjjjjjjjjjj Nueve de Juljjjjjjjjjjjjjjjjjjjjjjjjjjjjjbelisco.

Raúl ha ido demasiado lejos. Una vez más. Sin intención, por supuesto, pero lo ha hecho. Está fuera de control. Ni siquiera ese dañino productor que guarda bajo su pecho un odio visceral hacia Daniel y Silvia, o Silvia y Daniel, encuentra divertida la escena. Solo nosotros, los televidentes que ya nos hemos lavado la cara, disfrutamos imaginando el abrupto final que se avecina para la sección ‘estado del tránsito en la ciudad’.

La avenida Corrienjjjjjjjjjjjjjjjjsta el bajo. Pero cuidjjjjjjjjjjjj…

Plop.

Chau Raúl.

Interviene el experto en deportes. O mejor dicho, es obligado a intervenir el experto en deportes. Por sorpresa, porque ese dañino productor no solo odia a Daniel y Silvia, o Silvia y Daniel. También lo odia a él.

Entonces se acomoda las crenchas como buenamente puede, ordena sus papeles y comienza a balbucear.


‘Muchas gracias Raúl…’, expresa con un rictus piadoso.

Luego se sumerge en lo suyo.

Parece que River y Boca jugarán el día martes a las cuatro de la tarde. Y que Juan Román Riquelme reaparece el domingo que viene.

‘A nadie le importaría si no fuera por el profesionalismo que demostró Raúl’, pienso yo, que siempre poso los ojos sobre aquel que se encuentra en el centro de la escena.

Otro profesional incomprendido por esta sociedad cegada por la inmadurez.


Tengan ustjjjjjjjjjjjjjjjjjjas noches.