La tarde del domingo se presenta soleada y no tan fresca como debiera tomando en cuenta la estación reinante, por lo tanto este humilde servidor se apersona en un conocido Shopping de la ciudad de Buenos Aires. Concurre en contra de su voluntad, dado que él hubiera preferido permanecer en su casa para poder -en el marco del proyecto nacional y popular- ver el fútbol en vivo y en directo. Pero no todo es posible en esta vida, y algunas causas no merecen el sacrificio de una sublevación.
Me entrego mansamente a un minucioso recorrido por los pasillos del monstruo comercial dispuesto a contribuir con la máxima de estimulación del consumo, tan importante durante una época de crisis como la que nos aqueja. Lo que busco, concretamente, es un pantalón que me guste lo suficiente como para olvidar por un instante que van a cobrarme una pequeña fortuna por un pedazo de tela cortada y cosida por un grupo de individuos reducidos a una condición muy similar a la esclavitud, y para lograr el objetivo ingreso al local de una afamada marca.
Punchi punchi punchi punchi. El volumen de la música agrava dramáticamente mi mal humor, y mi núcleo familiar –que me conoce y se ha percatado de ello- emprende una cobarde huída poniendo como excusa una necesidad fisiológica impostergable.
No me importa.
Una señorita con expresión suicida (que para colmo va vestida de negro) me dice algo. Es una vendedora, o eso asumo, porque en rigor de verdad parece que estuviéramos jugando al “dígalo con mímica”. Como puedo le comunico mis intenciones, y de inmediato ella le echa un ojo a mis glúteos para calcular las dimensiones sobrenaturales de la mencionada (o graficada a través de señas) prenda.
Punchi punchi punchi punchi.
Al rato regresa con un modelo distinto del solicitado, y luego de alegar escasez de talles me sugiere que pruebe ese otro, que a ella le gusta muchísimo.
Me niego. Insiste. Me encapricho. Sonríe. Gesticulo. Me pone mala cara. Me doy vuelta y enfilo para la puerta.
Creo que intenta detenerme. Incluso me grita algo, pero yo lo único que escucho es punchi punchi punchi punchi.
La necesidad fisiológica de mis mujeres debe ser de clase dos, porque ya pasaron más de quince minutos desde el fin del incidente y ellas aún no han aparecido.
Irrumpo en otro local. Estoy que me llevan los vientos.
Una señorita se arrastra de muy mala gana hasta mi posición. A pesar de que su tarde transcurre en la más absoluta soledad, da la impresión de que no desea ser molestada.
Con paciencia le explico mis intenciones, y entonces ella alza el brazo derecho y extiende su dedo índice en dirección a un pequeño montículo azul, que asumo está compuesto por pantalones.
Le digo que no estoy demasiado seguro de lo que busco, y me responde que esos son todos los modelos que tiene, y que por atrás tengo un probador. Por lo tanto alzo mi brazo izquierdo, coloco la mano a unos cinco centímetros de su rostro y extiendo el dedo mayor en dirección al techo. Si se trata de extender el dedito con el afán de comunicar una idea con claridad, a mí no me va a ganar cualquier palurda. Acto seguido abandono el establecimiento sin que la señorita intente detenerme. Es que eso implicaba un esfuerzo inadmisible.
A pocos metros me cruzo con mis mujeres, que ni bien me ven me siguen el paso hasta el auto sin abrir la boca.
Algunas situaciones no necesitan el adorno de la palabra.
Tendría que haberme quedado viendo el fútbol, aun cuando ello implicaba torturarme con el club atlético river plate, que si se trata de arrastrarse de mala gana figura al tope de todos los rankings. Jamás debí salirme del marco del proyecto nacional y popular.
Esto me pasa por oligarca.
Ahora a lo nuestro:
POTENTE GEN
Gen Fiennes




No les voy a mentir: Este es un PG para entendidos. Es potentísimo, pero no descarto que nos veamos obligados a soportar el embate de los ignorantes.
No digan que no les avisé.
Tengan ustedes un populoso fin de semana.