Extraña sucesión de infortunios que, poco a poco, fueron minando mi voluntad hasta transformar aquel viejo anhelo de triunfo en esta pacífica convivencia con el fracaso.

jueves, 1 de noviembre de 2012

LO QUE CABE EN UN INSTANTE


Síntesis del post: Irrumpe un gordo. Lo que cabe en un instante. Estoy y no estamos. Procedimiento sugerido. Despojo. La vez que casi muero. Viejo poema. Desenlace.


De pronto irrumpe un gordo de aspecto patibulario, áspero en sus rasgos y maneras. Frota la palma de la mano izquierda en el pantalón, como apagando los sudores, y mira en todas direcciones sin detenerse en ninguna. Está nervioso. Visiblemente nervioso. Ni bien me percato de su presencia arrojo un par de billetes sobre la mesa y me dispongo a llevar a cabo una honrosa retirada. Sé lo que hago. Cuando uno tiene por costumbre la contemplación, la observación minuciosa del universo humano que lo rodea, intuye los problemas un tiempo antes de que se produzcan. Ahora bien, la mayoría de las veces ese tiempo es más que suficiente para evitarlos, pero otras, las menos, es una anticipación que llega en forma de instante, y como bien sabrán ustedes, son muy pocas las cosas que caben en un instante. La toma de una decisión, quizás el impulso de ponerla en práctica, no mucho más.

‘Volvé a tu asiento, morocho.’

Eso me dice el gordo, y yo obedezco sin interponer excepciones de ninguna especie. Lo que me convence de seguir el procedimiento sugerido no es tanto su monumental volumen (que ya sería un argumento más que atendible), sino la Magnum .357 que acaba de extraer de entre sus ropas.

Ah, sepan ustedes que el asunto ocurre en un bar. Lo digo ahora, en medio del relato, porque estoy seguro de no haberlo dicho antes. Supongo que es una desprolijidad motivada por la enorme confusión que suele generar la presencia de un arma de fuego, o por aquello de que en un instante caben muy pocas cosas, sentencia que —por supuesto— también se aplica a las palabras. En cualquier caso da lo mismo, considero que con esta pequeña aclaración la escena ha quedado debidamente planteada.

Ahora a lo nuestro sin más, que todo robo que se precie debe llevarse a cabo sin tantos prolegómenos.

Entonces regresemos al bar en el que estoy. Y digo ‘estoy’, y no ‘estamos’, porque a lo largo del tiempo, a fuerza de escribir tantos artículos, he aprendido que ustedes gustan de la forma plural solo cuando aparecen señoritas de graciosa figura y candorosa actitud. Si en el planteo se cuela un gordo sudoroso con un revólver, entre gallegos te veas y que Dios te coja confesado. Para eso sí que sirven los instantes. Para que huyan los cobardes.

Y hablando del gordo sudoroso, debo señalar que mientras yo les pasaba a ustedes esa modesta factura, él inició su gira recaudatoria por las mesas, por fortuna, justo en el extremo opuesto al que nos encontramos. Mejor dicho, al que yo me encuentro. Hatajo de canallas.

Una anciana extrae una billetera de forma y edad indeterminables y ensaya un heroico regateo. Que déjeme usted unas monedas para el colectivo, que las tarjetas no le sirven para nada, que esa es la foto de mi difunto marido, que la cadenita no vale ni veinte pesos. En fin, pequeñas miserias que afloran aun en las peores circunstancias. El gordo perdona uno o dos ítems, pero le arranca la cadena de un tirón y se traslada a la siguiente mesa. Una joven pareja se despoja de sus pertenencias con suma tranquilidad, celeridad y eficiencia. Entregan todo lo que sirve, conservan lo que por convención no es útil a un malviviente apremiado por el reloj, y a otra cosa sin mediar palabra. El señor trajeado que venía pidiendo la cuenta hacía más de diez minutos introduce en la bolsa su computadora portátil insultando entre dientes (no sé si al gordo o al mozo). Y así prosigue la recorrida, arrojando, por lo que podemos —puedo— observar, resultados bastante jugosos.

Por fin, como era previsible, nos toca el turno. Me toca el turno, ya sé. Siempre cantan el número que uno posee cuando el mismo ha sido otorgado con fines recaudatorios. Y es que —tomen esto como una enseñanza de vida— el sistema nunca se cae si el asunto de fondo consiste en un despojo.

Abro aquí un pequeño paréntesis para hacer un agregado que considero más o menos importante: Lo que también se me olvidó decir al principio de esta humilde pieza, tal vez a causa de alguna de las dos razones expresadas oportunamente, es que hoy vine a contarles sobre aquella vez que casi muero. A ese curioso instante ausente de concreciones (como casi todos los instantes) se dirige mi esfuerzo narrativo, y eso es lo que me dispongo a relatar para dar un cierre.

El gordo entrecierra los ojos y me observa con curiosidad mientras acaricia su barba de cuatro o cinco días. Quizás seis. Sin embargo no acerca la bolsa para que eche mis pertenencias.

‘Vos…’ dice por fin con una nota de fiereza en la voz y en el rostro.

Sí, yo. Yo soy yo, eso está más que claro. Lo que aún no logro determinar es quién es él. Percibo, sí, ese sentimiento tan alejado del afecto que se apodera de su ser. Y no me gusta ni un poquito.

‘Mirá dónde nos viene a juntar la vida, basura. Hijo de una gran puta. Vos tenés la culpa de todo, gil. Vos y todos esos mierdas. Si te habré soñado todo este tiempo. Poné tus cosas en la bolsa, pero desde ya te digo que ni por asomo terminamos acá.’

Todo eso me dice, y ahora sí acerca la bolsa casi repleta a mi posición. Por supuesto que otra vez obedezco el procedimiento sugerido, faltaba más.

‘¿No te acordás de mí, verdad? Igual ya no importa, de esta no te vas a escapar hablando.’

Una pena. Las palabras son la única herramienta que manejo con alguna pericia, no sé si lo dije alguna vez. Sin embargo, con el caño de un revólver apuntando entre mis cejas esa cualidad se torna bastante relativa.

‘Chau puto, todo en la vida se paga, y a vos hoy te tocó perder.’

Con los ojos cerrados y las manos extendidas delante de mi rostro oigo ese clic helado, el giro del tambor que dispone al arma para cumplir su función más primaria. Y en ese instante previo a la coronación de sus intenciones tose y resopla. Me refiero, claro está, al gordo. Tose y resopla de la misma manera que en aquella época, por cierto demasiado lejana.

Sabrán ustedes que en un instante —no sé si lo dije— caben muy pocas cosas. La toma de una decisión, quizás el impulso de ponerla en práctica, no mucho más.

Bien. En esta ocasión el instante es la tos. El resoplido. Mi decisión es un viejo poema. Y el impulso, la puesta en práctica, es recitarlo a viva voz.

A continuación procederé a una transcripción literal del poema, no sin antes pedir disculpas por su insoportable precariedad, por algunos de sus términos y —por qué no— por haber echado mano a un recurso tan bajo. Sepan que en aquella oscura etapa de mi vida yo era más un poeta popular que un purista del idioma.

La pampa tiene el ombú
¡qué concha tiene la lora!
miren todos al puto del tarta
llorando con la directora

Sabrá Dios si lo hago con la peregrina intención de salvar la ropa o por el simple gusto de revolver, en el último segundo, una herida que a todas luces sigue abierta. Pero el impacto de mis palabras —no sé si dije que son la única herramienta de que dispongo— es sencillamente tremendo.

‘Y… y…yo…yo…nnn…no no no…llo…llorab… lloraba pu pu pu puto. ¿pp po por por qué nnnn no no ve ve venían dddde a u u uno?’

A esto sigue la atrocidad del silencio previo a adquirir la certeza de que no será esta la última vuelta en la calesita.

Abro los ojos y me siento en mi silla con el corazón latiendo a un ritmo desaforado. Delante de mí, el tarta Mancionne llora desconsoladamente. Se tapa el rostro con las dos manos, pero emite unos sollozos que parecen ronquidos. En algún momento dejó caer al piso la bolsa y el revólver.

De pronto se da vuelta y corre a los brazos de la anciana de la cadenita, que lo abraza y le acaricia la cabeza con amorosa dedicación. Ya está, ya está, mi corazón, la vida está repleta de crueldades. Eso o algo parecido a eso alcanzo a escuchar mientras recupero el aliento.

El señor trajeado de la computadora portátil se acerca y levanta del piso la bolsa y el revólver. Me apunta.

‘Andate hijo de puta. Andate o te vuelo los sesos’.



Tengan ustedes muy buenas noches.

17 comentarios:

Etienne dijo...

De la cantidad de cosas que la mente atesora (o acovacha) de la niñez y juventud nos damos cuenta cuando la vida ya lleva un trecho largo de andada. Y de las acciones que estas cosas nos llevan a hacer, nos damos real cuenta cuando el juez baja el martillo.
Es infinita la cantidad de cosas que un instante alberga como eterno es el momento en que nos arrepentimos de aquellas maldades que creimos inocentes. Inocentes nunca fuimos.
Menos mal que la frase incluye un "casi", factor determinante para el resto de la historia.
Abrazos!!

Jazmin dijo...

Pucha... da para hacer recuento minucioso de cualquier resentimiento que haya quedado dando vueltas por nuestro (digamos "mi") subconciente.

Supongo que se puede concluir en que ninguno caló tan hondo como al gordo, si no provocó un odio intenso o una profunda pena.

(Lo que sí habría cabido en un instante es el castañeteo de mis rodillas del susto!)


Placer enorme leerlo.

A.Torrante dijo...

Recuerdo la sensación de alivio, casi alegría, bah, de alegría plena, para qué mentir, que sentí cuando supe que un patotero del colegio se había estrellado contra la ladera de una montaña en una avioneta. Algunos dicen que fue intencional. Same difference. Pensé, mientras se dibujaba una leve mueca, atisbo de sonrisa en mi semblante: Enhorabuena.
Iban a hacer una ceremonia en el colegio. Pensé en ir, pero como no sabía si iba a poder contener la sonrisa opté por apretar ELIMINAR en el email.
Siempre que muere un patotero el mundo da un suspiro de alivio.

En cuanto al gordo del cuento: Algunas armas le quedan grandes a algunos. Si la Mossad usaba una Beretta cal. 22, o James Bond una Walther PPK, por algo será. Abrazo!


Ikana dijo...

¿¡Pero qué...?! Vaya final, qué giro más inesperado. Aunque me he perdido en varias ocasiones con esos... incisos, digamos... A pesar de eso, me ha gustado.

Garriga dijo...

bien bigud
tengo dos observaciones de lo que fui pensando mientras leia (disfrutando) por supuesto.
Se notaba que era un bar, perfectamente.
Sabia que no iba a pasar nada terrible (exceptuando lo de la vuelta del tarta) porque nunca he oido a un delincuente decir "por asomo"
Y por último yo (es decir mi personaje)
hubiera agarrado la bolsa y el arma (en orden invertido por supuesto) y hubiera gritado
pe pe perdieron, pu pu ttos
y para enfatizar hubiera tirado un tiro al aire, qué cuernos.

Garriga dijo...

pero la agarro el trajeado moralista
qué cosas
que no nos dejan ejercer la crueldad infantil
bulling le dicen ahora
estos de carton network
muy buena
yoni
muy buena

El Gaucho Santillán dijo...

Bueno, eso se llama "sinapsis".

Son recuerdos casi inconcientes que llevamos de por vida, debido a ciertas conexiones neuronales llamadas "sinapsis".

Yo me hubiera arrancado la ropa, y enfundado en mi traje de "Wonder woman" (que siempre llevo abajo) le hubiera dado el chucu chucu.

Un abrazo.

Guillermo Altayrac dijo...

¡Felicitaciones por haber salvado los sesos, Yoni!
Respecto al becerro, ¡esta vez el animalito no era uno de en de veras!
¡Abrazo y gracias por pasar!

Nefertiti dijo...

Este relato no hace más que recordarme algo que paso a confesarles, respaldada en el anonimato de mi reina egipcia: de chica hubo una persona que hizo de mi infancia en el club un suplicio realmente. No la pasé nada bien. Hace unos años me enteré que tuvo una hija Down... y me alegré...
Soy una porquería de persona, lo sé... pero no puedo borrarme la sonrisa de la cara mire.

Bee Borjas dijo...

Guauuuuuu!!!! Pero la de vericuetos y volteretas que tiene la vida!!! Y "los malos" pasan a ser "sufridas víctimas" en un volátil segundo...
Feito eso de burlarse del Gordo, eh!!! Ok, ok, estaba con el chumbo y casi lo mata, pero... :)
Excelente como siempre don Yoni!
Sumergirse en sus historias es una experiencia inigualable!
Gracias a usté!

Dany dijo...

Ufff. La crueldad en épocas de infancia y adolescencia. Voy a retirar mi teléfono de la guía por si mis víctimas me acechan y a buscar a un par de victimarios con los cuales su relato me inspira a vengarme o aunque sea a dejarlos expuestos.
Porque al final de cuentas yo estaría por la mitad de la cadena alimenticia....vio?

Abrazo y nos vemos en unos minutos para beber.

Anónimo dijo...

hasta donde el gordo empezó a recorrer las mesas recogiendo valores y esas cosas, me hizo acordar a una situación muy parecida ocurrida hace algunos años en Bariloche. Sí, a mí, en un restoran frente al Nahuel Huapi. Especialmente recordé la parte de la "miseria humana" tratando de salvar algunas pertenencias para que no se las llevaran los dos mocosos con careta que nos estaban afanando...en fin que despues sacudí la cabeza y recordé que, además que ese comentario, el que verdaderamente quiero dejarle es la devolución de su pase de factura. Entonces quedamos que usted escribe sólo "para nosotros" en determinadas circunstancias....y que ese "nosotros" es exclusivo del género masculino.
Lo digo por la aclaracion infame que hizo respecto a las señoritas de graciosa figura y demás...
Señor, me he sentido discriminada hoy y aquí, sepalo

Shimmy dijo...

Parece el guión de un corto del Tarantino de los 90.

Gordo rencoroso, que se haga cargo, carajo.

ElFlaco dijo...

Queda expuesto y de manera contundente que no todos los gordos son simpáticos.
Buenos días.

Guillermo Altayrac dijo...

¡Volvé, Yoni! ¡Volvé!

Yoni Bigud dijo...

COMENTARIO GENERAL: MUCHAS GRACIAS A USTEDES. POR LOS COMENTARIOS, POR LA PACIENCIA Y POR TODO LO DEMÁS. SEGUIRÉ LUCHANDO POR REGRESAR A MI RITMO Y NO AGOTARLOS.

UN SALUDO.

Implantes Dentales dijo...

excelente publicación, esto motiva al pensamiento a continuar mas de las letras,abrazos.