Cuestión previa: Dado que -inexplicablemente- hay mucha gente nueva pululando por aquí, les informo que esta historia es improvisada y se encuentra unida sin remedio a mis estados de ánimo y mi disposición de tiempo. Por ende no va a ninguna parte, y se puede seguir sin mayores problemas aun sin tomarse la molestia de leer lo anterior. Bueno... tal vez sería útil leer la parte 1 de esta segunda temporada, pero nada más.
EL MISTERIO BAROLO. SEGUNDA TEMPORADA. SEGUNDA PARTE.
Salí del Field de los Pocitos con la mente desbordada por la emoción, estado que no se correspondía en absoluto con el rictus atormentado que exhibía Gunter Klose. Sin embargo, y a pesar de hallarme aún obnubilado por su mirada magnética y su aire de autoridad, no reparé en trastes ni contrastes. Acababa de presenciar un hecho histórico (el primero de muchos, aunque a esa altura no lo supiera), y no estaba dispuesto a permitir que nadie lo arruinara.
Ni bien el mediocampista francés Lucien Laurent empujó el balón a la red para conquistar el primer gol de la historia de los campeonatos mundiales de fútbol, salté de mi butaca y me abracé con cuanto galo se cruzó por mi camino al grito de “allez La France, ahí tienen fils de pute”. Y en esa tesitura permanecí el resto del partido.
Tal vez con ello había ofendido la sensibilidad de Klose, siempre tan fiel a su tono casi inaudible y sus modales acartonados, pero ahora me parecía injusta aquella reivindicación del recato. No quería tolerar un nuevo silencio. Deseaba que todo fuera perfecto hasta el regreso al Palacio Salvo.
Algunas fotitos antes de continuar:


Apenas cerró la puerta del auto (un Ford A modelo 1928, según les relaté en la entrega anterior) supuse que era mi momento de ensayar una queja, o al menos una respetuosa indagación; pero él, como enterado por un ángel de mis intenciones, tomó la palabra primero:
- No conozco la historia –confesó.
- ¿De qué historia me habla?- pregunté mientras la endeble estructura que en mi mente yo había concebido como un reproche sólido se precipitaba hacia su nueva condición de escombro.
- Antes del partido usted insistió en que visitáramos el monumento a la carreta- recordó extrañado de mi sorpresa-, y yo tuve que explicarle que el mismo no llegará a Montevideo hasta dentro de cuatro años. Luego me preguntó si conocía la historia de esa obra, y la charla continuó por otros carriles, sin darme la oportunidad de responder. Así que lo hago ahora: No conozco la historia.
- ¿Y quiere que se la cuente?
- Si no es mucha molestia.
- ¿Y por eso traía esa cara?
- ¿Qué cara?
- Deje, no importa.
El monumento a la carreta es una obra del escultor José Belloni, y se encuentra emplazado en el Parque José Batlle y Ordóñez, sobre la avenida Lorenzo Mérola. Fue realizado en Florencia, y luego de cosechar el aplauso de la crítica llegó a la ciudad de Montevideo por partes para ser finalmente inaugurado el 14 de octubre de 1934.
Es una escultura hecha íntegramente en bronce, y su basamento es de granito rosado. Evoca el esfuerzo de los pioneros, la dura conquista, el éxodo, el ganado abriéndose paso con dificultad y el carretero, gaucho pastor y guerrero.
Todo eso fue lo que le conté, además de una curiosidad que descubrí gracias a una charla fortuita con el cuidador actual (hablo del año 2009) del monumento: La postura de los bueyes y la carreta se encuentra diseñada de una forma tal que, una vez emplazado el monumento entero respetando una orientación específica, el brillo del sol lo toma siempre en forma pareja. Es decir que jamás brilla un lado más que el otro o una figura más que la otra. En ningún momento del día, y en ninguna época del año. Fantástico.
Gunter Klose escuchó la historia con aire reconcentrado, sin perder un solo detalle de mis palabras o mis gestos; y una vez que estuvo seguro de que había terminado mi exposición se decidió a formular la pregunta que mantenía guardada:
- Todo lo que me cuenta es muy bonito Señor Bigud… ¿pero por qué le interesa tanto esa escultura?
- Vea…
- Antes de responder –interrumpió apuntándome con el dedo índice- asegúrese de no estar omitiendo nada.
La amenaza tuvo un efecto devastador sobre mi intención primitiva de ocultamiento. Creo que ese fue el momento preciso en que comencé a mirarlo como un socio.
- No es el monumento lo que me interesa- confesé sin alzar la mirada-. Es el autor. Los autores. Ese grupo de arquitectos y escultores italianos que en estos años (ahora hablo de las décadas de los veinte y los treinta) inundaron las capitales del Río de la Plata con sus obras. Belloni y su monumento a la carreta. Palanti y sus palacios gemelos Barolo y Salvo. Y otros que por ahora no vienen al caso.
Klose esbozó una leve sonrisa.
- Ya le decía yo a Santipolio que usted es un ser olfativo- reflexionó al igual que antes de salir del Palacio Salvo-. No cabe duda de que haremos grandes progresos con su ayuda. Grandes progresos.
- Si usted lo dice…
- Claro que lo digo. Ahora no perdamos más tiempo.
Volvimos al Palacio Salvo, y luego de combinar algunos ascensos y descensos por el ascensor de carga avanzamos cuatro años en el tiempo.
Ahora me despido, no sin antes dejarles algunas fotografías que tomé en el monumento a la carreta (escultura que se me antoja muy bonita) cuatro años más tarde del día en que comencé a imaginar este post:



Tengan ustedes muy buenas tardes.