Síntesis del post: Grupo religioso. Pronóstico. Genuina admiración. Vaticinio propio.
Resulta que en Estados Unidos hay un grupo de tipos, muy religiosos ellos, que ha arrojado sobre la mesa un escalofriante pronóstico. Si quiere yo se lo cuento, pero usted debe prometer que logrará mantener la calma, o al menos hará gala de una elegante continencia para no desmadrar al resto del rebaño.
¿Lo promete?
Bueno, está bien; si así no lo hiciere caerá sobre usted el rayo justiciero.
Según la información que manejo, estos muchachos proclaman a viva voz que hoy, sábado veintiuno de mayo de dos mil once, será el fin del mundo. O mejor dicho, el principio del fin del mundo.
Sí, ya sé, es horrible. Yo también estoy consternado, pero antes de comenzar a agarrarnos de las mechas o salir a cometer atrocidades en la vía pública, permítame pronunciar unas humildes palabras que si bien no cambiarán ese destino de tragedia que nos aguarda a la vuelta de la esquina, al menos servirán para moderarnos hasta que, efectivamente, ocurra algo que justifique esas conductas.
A lo nuestro sin más, que en vista de las circunstancias el tiempo es un bien escaso.
Lo único que deseo confesar es mi más profunda y genuina admiración hacia estos simpáticos religiosos. No descarto la posibilidad de que al final de la jornada acaben pasando por locos, claro está, pero reconozco que hay que tener lo necesario y en su sitio para arriesgar el prestigio y la credibilidad a favor de un hecho futuro, incierto y de una magnitud ajena a todos los parámetros conocidos.
Vea mi amigo… estos muchachos no han dicho que hoy va a estar nublado en Londres, que va a haber violencia en Medio Oriente o que el mar va a estar picado en Mar del Plata. No. Hablan del principio del fin. Ni más ni menos.
Póngase por un minuto en el lugar de ellos. Si usted abre el juego diciendo que hoy es el principio del fin del mundo, entonces tiene que ocurrir algo que avale su teoría con un mínimo de contundencia. Qué se yo… un terremoto que borre del mapa alguna ciudad europea, un tsunami con decenas de miles de muertos, que la luna explote en pedazos muy chiquititos o que la tierra deje de rotar sobre sí misma. En síntesis, un acontecimiento de una potencia probatoria incontestable. Entienda que después no me puede salir con que la caída de una avioneta en Tel Aviv con dos muertos y un herido grave es un indicio suficiente, porque nadie lo va a tomar en serio. Podrá ser el fin del mundo para dos personas, y el principio del fin para una tercera, pero va a chocar con alguna que otra dificultad cuando intente convencer a los seis mil millones restantes. No va. No le busque el pelo al huevo.
¿Entiende mi punto?
¿Cómo sigue esa gente a partir de las cero horas del día domingo?
Es cierto, le concedo eso. Vivimos en un mundo impredecible y violento, y siempre podrá pasar flotando alguna tragedia a la cual aferrarse. Pero aquí estamos hablando de un tamaño colosal. Tiene que ser algo que le arranque a usted frases tales como ‘ahora sí nos tocó el ocho’, ‘tuve sexo salvaje con mi tortuga’ o ‘me parece que se nos vino la noche’. Dicho sea de paso, esto último adquiriría ribetes muy literales si la tierra dejara de rotar sobre sí misma y usted quedara del lado que apuntara hacia los planetas exteriores.
Pero no nos desviemos (ya suficiente tenemos con lo de su tortuguita). Lo que yo deseo establecer es que las posibilidades de éxito de estos religiosos son como mínimo vagas. No son chantas, son fanáticos. Un chanta se refugiaría en una ambigüedad inatacable, y ellos no lo hicieron. De hecho, en este preciso instante se encuentran reunidos en alguna ciudad norteamericana, acampando frente a las cámaras de uno o dos canales sensacionalistas al estilo Crónica, a la espera de que sea usted y no ellos el que quede apuntando hacia los planetas exteriores.
En fin… era eso nomás. Quería dejar asentado (por lo que putas pudiera) que respeto mucho ese orgulloso transitar entre el fanatismo y la estupidez. Si es que el fanatismo y la estupidez fueran cosas distintas.
Solo me resta regar el paño con mis propios pronósticos para que, juntos, comparemos los resultados el día lunes, si el Cosmos tuviera la deferencia de otorgarnos esa posibilidad.
Aquí van:
Este sábado voy a almorzar milanesas con papas fritas y huevos fritos en casa de mi madre, porque los sábados yo almuerzo milanesas con papas fritas y huevos fritos en casa de mi madre. En compañía de mis hermanos. Y me tomo un vinito grande sin soda y sin hielo. Y postre. Y café, si dan.
Tengan ustedes un descocado fin de semana.