Los viernes almuerzo solo. En rigor de verdad, casi siempre almuerzo solo, pero el viernes tiene algo especial que no tienen los demás días, extensos e insulsos hasta el límite de la exasperación. Sí señor. El viernes salgo de la oficina, devoro todo lo que tengo ganas de devorar y me tomo un vinito chico para festejar el arribo del fin de semana. Con hielo y bastante soda, por supuesto. ¿Qué se piensan? Y además, para la tarde me dejo solo el trabajo administrativo, que lo único que me demanda es la repetición constante y uniforme de una conducta con una participación meramente testimonial del cerebro.
Y basta de justificaciones. A lo nuestro, que si no me voy a dispersar.
El viernes pasado, justo al mediodía, las circunstancias me obligaron a ir a poner la cara para la firma de una escritura y la celebración de otros dos actos derivados de ese (los escribanos son personas horrendas), y entre una cosa y otra se me hicieron las tres y media de la tarde. Sin embargo, todos tenemos nuestras propias ceremonias (esta palabrita me gusta muchísimo. Siento que es muy gráfica, y suena muy bien), así que de inmediato me dirigí al comedero en el que soy un rostro habitual y tolerado.
“Hoy viene tarde”, me dijo la moza que me atiende siempre (suelo llegar antes de la una). Y yo le respondí que las cosas pasan por algo, frase azarosa que minutos después halló una corroboración inapelable haciéndome quedar como una suerte de Rasputín de los tiempos modernos.
Antes de que me fuera servido el bife de chorizo con fritas a caballo que había pedido (sí, estoy a dieta), ingresó al establecimiento un anciano que debía tener unos novecientos catorce años. Y la palabra “ingresó” la estoy utilizando como una alternativa piadosa, ya que en realidad tuve que levantarme y ayudarlo a vencer la resistencia –ínfima por cierto- de la puerta, la del escalón y la de su propia decrepitud, que era la más terca de las tres.
Finalmente el anciano se ubicó en una mesa pegada a la ventana que da sobre la calle Santiago del Estero, justo al lado de un señor bastante entrado en kilos que casi siempre almuerza las mismas porquerías que yo, pero con una botella de tres cuartos de Vasco Viejo tinto (y a esa gente hay que respetarla, porque demuestra un valor y una tolerancia que no se ven en cualquier parte).
Y gordo de por medio con el viejo quedé yo, con mi vino chiquito y mis abstracciones gigantes, intuyendo una jornada distinta, esperando que pasara ese algo que flotaba en el aire desde la mañana. Cualquier cosa.
Y el señor cualquier cosa entró en el preciso instante en que la moza me preguntaba, entre inocente y maliciosa, si deseaba uno o dos huevos para acompañar. Era un joven japonés de sonrisa amplia y castellano precario que tomó asiento en la mesa de adelante del viejo, de modo tal que para hablar con él (y ya veremos que hablaron) tenía que girar el torso ciento ochenta grados.
La comida me distrajo y me perdí el inicio de la charla. No hablo de las primeras palabras, sino del método que utilizó el anciano para el abordaje. Minutos antes había sido testigo de su fracaso con el gordo, que se lo sacó de encima con una media sonrisa y un par de monosílabos, y sin embargo no fui capaz de anticipar que iba a intentarlo de nuevo con el pobre japonés.
Y lo hizo nomás. A grito pelado, porque encima no escuchaba nada, y la gente que no escucha grita, no sé si para escucharse a sí misma o por un simple extravío de la perspectiva.
Comenzó preguntándole de dónde era, pero luego le ofreció unos tragos de su vino (que inexplicablemente el otro aceptó con el torso girado ciento ochenta grados).
¿Y qué estás haciendo acá?
Vengo a clase de castellano.
Claro, hay que aprender castellano. Estamos en Argentina, así que también hay que tomar vino. Tomá un poco más de vino (Y el otro volvió a tomar. Inexplicablemente)
¿Te gusta el tango?
Y acá les juro que se cantó un par de tangos. A los gritos. Y el gordo se atragantó con un huesito del bife de costilla y se la pasó tosiendo durante cinco minutos. Y un señor que estaba al fondo del restaurante con un sombrero muy parecido al de Indiana Jones (Les juro. Ustedes van a pensar que les estoy mintiendo, pero esto es la verdad, toda la verdad y nada más que la verdad) empezó a aplaudir y a corregirle algunas letras de Gardel, agregando luego que en vez de hablar de Piazzolla tenía que hablarle de Troilo. Y la moza que pasaba caminando despacio, entre incrédula y divertida, buscando un cómplice imparcial para descargar su risita contenida. Y en el medio el japonés, que le daba lo mismo todo pero que se reía y participaba con entusiasmo de la tertulia. Inexplicablemente.
¿Quién te banca acá?
No entiendo.
Claro, yo hablo lunfardo. ¿Quién te sostiene acá? ¿Quién te paga?
A esa altura ya parecía un interrogatorio de la CIA, pero el japonés se esforzaba por cooperar. Inexplicablemente.
No, primero debo castellano y luego aprendo ese idioma suyo.
El viejo largó un par de carcajadas, y así siguió la cosa como por media hora, hasta que el japonés se fue a la bendita clase de castellano (asumo yo que borracho) y automáticamente todos los demás clavamos la vista en el plato, no fuera cosa que el viejo extrañara demasiado y eligiera a alguien del banco de suplentes.
La pelea por ser el primero en pagar la cuenta y salir corriendo la gané yo, porque la moza me conoce y nunca le dejo menos del diez por ciento de propina. Indiana y el gordo se quedaron inmóviles, con la vista clavada en un punto indefinido del horizonte, pensando (otra vez asumo yo) que a veces la generosidad económica tiene su rédito, y que cada individuo que nos sirve un plato de comida merece su diez por ciento.
“Las cosas pasan por algo ¿no?”, me dijo la moza con una sonrisa, sabiendo que por fin había encontrado a su cómplice.
Me suena el teléfono, y luego de una breve charla termino abandonando el establecimiento junto con el gordo, que ahora también se ríe (cambio el tiempo verbal adrede, porque me quiero situar en ese memento una vez más, para fijarlo bien y así poder hacerlo a un lado).
Y acá termino con el post, pero con un poema de Ricardo Jaimes Freyre** que de alguna forma un poco vaga y un poco secreta grafica ese último instante entre el anciano, el gordo y yo:
LA MUERTE DEL HÉROE
Aún se estremece y se yergue y amenaza con su espada
cubre el pecho destrozado su rojo y mellado escudo
hunde en la sombra infinita su mirada
y en sus labios expirantes cesa el canto heroico y rudo.
Los dos Cuervos silenciosos ven de lejos su agonía
y al guerrero las sombras alas tienden
y la noche de sus alas, a los ojos del guerrero, resplandece como el día
y hacia el pálido horizonte reposado vuelo emprenden.
* Esto que han leído se titula "Otro medio bife" porque existe una primera parte titulada "Medio bife de chorizo" escrita hace unos tres años, y que también trata de algunas reflexiones ocurridas en un restaurante de la zona de mi oficina.
** Ricardo Jaimes Freyre. Poeta boliviano (1868-1933).
Tengan ustedes muy buenas tardes.
25 comentarios:
Pues me he entretenido mucho con la historia del medio bife de chorizo (¿¿con papasfritas y DOS huevos fritos??). La ciudad tiene esas cosas cosas: siempre hay historias que van y que vienen.
el post?
EXCELENTE (como nos tiene acostumbrados)
es que sopmos animales de costumbres, vio?
quiero destacar dos cositas que me llamaron la atención
1) "Hoy viene tarde”, me dijo la moza que me atiende siempre(...)Y yo le respondí que "las cosas pasan por algo"
le juro que pensé que a renglón siguiente venía un:
"ella me respondió sin emitir sonido alguno mas sus ojos lujuriosos me anticiparon el final, eso y el hecho de que comenzara a abrirse la blusa desnudando sus senos"
me parece que hace muhco calor en Bahia...
2)"al lado de un señor bastante entrado en kilos que casi siempre almuerza las mismas porquerías que yo"
no le sugiere eso (que coman lo mismo) que quizá ud deba cambiar de menú o resignarse a ser ese señor dentro de un tiempito?
NOTA: EL hambre que me dieron esas papitas fritas siendo las 13:04 hs no tiene nombre !!!
NOTA 2: Indiana ocupa el segundo lugar en mi lista de personajes favoritos
Por supuesto que "las cosas pasan por algo". Por ejemplo, a usted le pasan estas cosas por asesinar el vino y, encima, alardear sin pudor de ello. ¿Vino con hielo y soda?
Usted se merece ser fotografiado durante la eternidad por infinitas excursiones de japoneses...Amén...
Pero qué bien escribe usted, ¿eh? Todo hay que reconocerlo,
Srta. R.
Como odio que alguien me hable cuando estoy comiendo.
Si yo hubiera sido el ponja me paro y me voy automáticamente y con evidentes muestras de indignación.
Y mucho menos te tomo del vaso de un desconocido.
Ese japones estaba para cualquier cosa.
Los viejos tienen ese desparpajo. Pierden el pudor, se ponen a charlar con cualquiera y no les da verguenza nada. Están de vuelta de la vida!
Los hay en todos lados. En restaurantes, es las colas del banco, en las plazas...
Cuando yo sea vieja, tengo la sospecha de que voy a ser así también.
Dentro de muchíiiiisimos años, si ven una viejita parloteando con desconocidos y cantando en un idioma extraño, acuérdense de mi y dediquenlé una sonrisa! Pero de lejos nomás, no sea cosa que se les pegue y no los largue mas!
ajajaja
Besoss
Coincido con briks en la excelencia del relato,usted narra muy bien.
No coincido en el tinte erótico que toman todas las cosas existentes en la realidad virtual o no para biks( es broma, briks)
Que escena grotesca, y desternillante, aguafuertes porteñas en el siglo XXI.
Según tengo entendido, los japoneses respetan a los viejos.
Acá no tanto, por eso el pobre muchacho, concedió todo lo que hacía el viejo, por ser viejo, nomás.
Me alegró que su generosidad obtuviera sus frutos.
Y no podía esperar menos de usted que un bife a caballo con fritas. Es todo un Tauro.
Besos.
MMnnn... con ese bife con fritas delante no entiendo cómo pudo Ud. prestar atención a lo que ocurría a su alrededor..!! Menos mal, porque si así hubiese sido, nos habría privado de este excelente relato.
Un saludo.
PD: yo también soy tigre y tauro... es muy malo eso ¿¿??
Estrella: Mire... yo el viernes me echo todo encima. Y eso que no hablé del postre.
Señor Briks: Muchas gracias.
Cosita número uno: No esperaba menos de usted. Por eso aclaré rápido. Para que no se me dispersara.
Cosita número dos: Lo sé. Usted tiene razón. Se aproxima un momento de mi vida en el que voy a tener que tomar una decisión. Se viene el pantalón holgado.
Nota: Supongo que habrá obrado en consecuencia.
Nota dos: Un groso.
Srta R.: Hay vinos que no merecen tomarse puros. No me reprenda.
Muchas gracias a usted.
Renegado: Insisto, usted tiene muchos rasgos muy similares a los míos.
Indis Creta: Supongo que cuando uno maneja tiempos distintos a los de la mayoría, puede permitirse ciertos lujos. Tiene usté razón en lo que dice.
Cerriwden: Muchas gracias. El señor Briks es así nomás... no lo va a cambiar ahora.
¡Qué libro aguafuertes porteñas!
Es factible que usted tenga razón con lo de los japoneses y los ancianos. No lo había pensado desde esa óptica.
Ya intuía yo que mi incontinencia con la comida venía por ese lado. La culpa es de los astros.
Thegorila: Muchas gracias. Ahora que lo pienso, casi le diría que yo vivo en una frontera imaginaria entre la atención, la abstracción y el delirio. Llamémosle la triple frontera.
En cuanto al toro y el tigre, no sé si es bueno o malo. A mí me va como por la mitad de la tabla, y se supone -por lo que dicen los entendidos- que mis rasgos son muy marcados.
Un saludo a todos.
Epa!... que coincidencia, vengo de lo de Bugman, estaba leyendo este post y me apareció su comment. Lo que es la ciencia...
Realmente almuerzo curioso.
Saludos
Excelente post!
Observador meticuloso de nuestra jungla, - aunque con el desparpajo de los actores de esa producción, nadie podía hacerse el distraido-
Vermú -asi- , fritas y gud you!!!
Saludos
Victor: Cosa e mandinga. Esto nos pasa por deambular de noche.
TV: Muchas gracias. Que las fritas sean a caballo.
Un saludo.
me encantó la anécdota, el japonés se debe haber vuelto loco para explicar lo que le pasó en castellano, en su bendita clase. Cuando estoy de excelente humor, me encanta cuando pasan esas cosas en los bares, las colas, en fin, cuando la gente se pone a interactuar así, espontáneamente, como si el resto del tiempo no fuéramos unos asquerosos sectarios y paranoicos.
Cuando no estoy de excelente humor, que ni me hablen. ja.
En fin, excelente también la foto del bife y las papas, ya estoy como los perros de pavlov, meta saliva.
uy, llegué tarde!
Bueno...uno pasado los 70 se convierte en inimputable, y puede hacer los papelones que quiera.
Y como Turista, también es inimputable...claro que no sé si al nivel de tomar del vaso de otro...( yo no comparto ni siquiera mate, quiajjjco! me puede decir amarga si quiere)
Oiga! qué lindos cubiertos en ese lugar y qué presentación!!
( Eso no es en el restorancito de la esquina de Sgo del Estero y av.de Mayo, donde me dijeron que se come muy bien, sin embargo) no?
Otra vez caí en 13??
Recórcholis!!
lo tendré que tomar como un mensaje del destino? Justo que vengo de Narrador!
No me da por el determinismo, pero esta vez me parece que las cosas sí pasaron por algo. Al menos para que pudieras escribir este relato que me encantó.
Me fascina sentarme sola en un barcito a ver qué hace la gente, pero la última vez que pasó algo digno de contar no encontré ningún viejo tanguero e indiscreto si no que casi me come un perro.
Lo leí cuando publicó y me quedé sin palabras. Ahora con un poco más de distancia pienso si una escena tan dantesca no será un efecto secundario del taponamiento aórtico fruto de su dieta.
Pero no se amedrente, en un mundo donde la gente light va invadiendo espacios, usted es un faro de esperanza.
m.: La gente es rara. Se pone a interactuar y se ignora casi por igual, y creo que todo depende de ese humor que usté menciona.
Mona: Yo siento que los inimputables son los turistas y los mayores de 75. No tengo un fundamento; lo mío es arbitrario, como todas las sensaciones.
Usté sí que está en todo. Es un bife cualquiera de un restaurante bien paquete (eso se ve, porque yo nunca estuve. La imagen la saqué de por ái).
Mona: Por suerte cayó usté, que ya ha incorporado el asunto del comentario supletorio. Muchas gracias.
NTI: Muchas gracias. Recuerdo que leí ese asunto suyo con el perro, y me dio cierta indignación. Qué barbaridad... la gente no para hasta que uno la amenaza.
Pablo: Gracias. Muchas gracias. Uno da la batalla todos los días, y es bueno que alguien lo note. La gente light nos está empujando al abismo.
Un saludo.
COMENTARIO SUPLETORIO DEL AUTOR PARA DEJAR EL ASUNTO EN 18.
REPITO: SOY SUPERSTICIOSO. MUCHO.
Uy, no sabe usted lo que me molesta que se metan conmigo sin invitación. En el lugar del japonés al viejo lo fulminaba con un kamikaze. O un ikebana. O un harakiri. No se, lo que sea más dañino.
¿Pero qué le pasa con el 17?
Señor Bugman: Yo hubiera reaccionado de modo similar. Lo más dañino es el sushi.
El 13 y el 17 son números que prefiero evitar.
Bueno... el 17 lo jugué alguna vez en la ruleta. Pero perdí, así que con más razón.
Un saludo.
Excelente post, definitivamente un caso excepcional para estudiar la clara naturaleza de los viejos, la de intentar buscar alguien con quien compartir lo que sea, algunos lo hacen con las palomas, otros con japoneses.
Ah y tenga cuidado Yoni, ser supersticioso es de mala suerte.
Saludos!
Algunos viejos son fascinantes y flasheros. Cuando iba mucho a los bares tenía mis amigos ancianos. Al gerente vociferador de este post me gustaría conocerlo.
Quise poner "geronte".
Pato: Las palomas son seres casi tan misteriosos como los japoneses.
Claude: Un tipo interesante le diría... pero para ver de lejos. Y mire que a mí también me fascina ese mundo.
Un saludo.
Oiga! que falto yo...
Muy buena la anécdota, los viejitos tienen ese toque de frescura que los hace decir/hacer lo que quieren amparados en su derecho de piso pagado cuando nosotros teníamos como único objeto de deseo el chupete..
(sonó freudiano eso, lo admito, que inconveniencia..)
Siga deleitándonos con sus almuerzos de viernes mi querido Yoni! (asumo que el viernes es su día preferido, no sólo almuerza a lo grande, sino que se le ocurren grandes ideas como el potente gen entre otras)
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