Síntesis del post: Anciana abusadora. Encendida defensa de derechos propios y ajenos. Anuncio de solución del enigma planteado el jueves último.
Una anciana ingresa a una conocida fiambrería de Caballito justo en el instante en que uno de los empleados canta mi número a viva voz.
Cuarenta y ocho.
El local está repleto de gente que libra una disputa rabiosa por un espacio ínfimo junto al mostrador, suplicando entre dientes que el individuo de turno no se alce –por puro capricho- con la última cucharada de paté casero, la última pieza de salame de Tandil o el último trozo de parmesano. Todos se miran de reojo, ocultando el jadeo de sus respiraciones e intentando burdas y vanas maniobras para tapar con el cuerpo el objeto de su deseo.
Agito mi papelito por encima de varias cabezas torturadas por la envidia y me dispongo a realizar el pedido.
“Disculpe señor, yo tengo el veintidós.”
La sentencia de la anciana nos sume a todos en un silencio contemplativo.
Una señorita –muy bonita ella- la examina con el rostro transfigurado mientras una pareja de mediana edad se entrega a una queja íntima, inaudible para el resto de los presentes. Otro señor resopla y de inmediato comienza a farfullar. Al gordo que está a mi derecha se le escapa una risita nerviosa, y la señora que acaba de pedir se escabulle hacia la caja con un gesto de incredulidad, feliz de que el incidente en puerta ya no podrá tenerla como protagonista.
En menos de diez segundos aflora un amplísimo catálogo de reacciones que sin embargo no se traducen al acto. En cambio todos, absolutamente todos, me miran a mí, que parezco ser el principal afectado por la solapada tentativa de la anciana.
“Mire señora, yo estoy haciendo la cola desde hace veinte minutos, y en ese lapso solo cantaron cinco números… ¿dónde estaba usted?”, le digo en tono respetuoso aunque no ausente de firmeza.
En un arrebato de coraje los demás asienten, pero siempre amparados por lo colectivo del murmullo.
“Ay querido, lo que pasa es que como había mucha gente me fui a la verdulería a comprar la lechuga”, responde la vieja en plan de lamentación.
Y me lo dice justo a mí, que la comida de color verde me produce fobia. A mí, que no como nada que no tenga madre. A mí, que cuando se acerca la hora de la cena caigo presa de furtivas alucinaciones.
“Señora, se tendría que haber quedado a esperar, esto es una falta de respeto a todos los que estamos acá. Encima su número es de color rojo, y la serie que está ahora es de color azul. Ese papelito lo sacó hace más de dos horas.”
Los otros repiten mis palabras en masa, e incluso alcanzan a oírse dos o tres argumentos de corte individual.
La vieja le echa una mirada llorosa al empleado con la artera intención de erigirlo en juez del asunto, pero yo, ni lerdo ni perezoso, le clavo dos ojos furiosos que lo hacen temer por su integridad física.
“Está el muchacho”, concluye acorralado.
La vieja simula indignación, pero ya es víctima del repudio general.
“Señora, yo voy a hacer mi pedido porque creo que usted se quiso pasar de viva, y si alguno de los que viene atrás le quiere ceder su lugar, será una cosa entre ustedes dos.”
Frente a mi repentina declaración de independencia, una auténtica lluvia de semblantes amenazadores cae sobre el gordo que está a mi derecha, que tiene el número cuarenta y nueve. Entonces la anciana se da cuenta de que ha sido derrotada y abandona el establecimiento con la cabeza gacha.
“Así estamos”, desliza la muy caradura.
Sí, así estamos. Con hambre, y cansados de las viejas abusadoras.
Hoy me comí una picadita con varias clases de fiambres, parmesano, gruyere, pan de campo y vino tinto. Y me supo a victoria. Una victoria monumental.
En otro orden de cosas, apenas me ponga de acuerdo con los dos individuos que han participado del delito plural del día jueves (PEQUEÑO DETALLE) voy a revelar la solución. Eso será en el transcurso del día de hoy, y lo haré como una actualización de este artículo, porque si no me la paso metiendo entradas nuevas.
Actualización inmediata: El Señor Bugman acaba de hacer lo que yo no me animé porque me sentía culpable de haberlo hecho responsable por el jueguito ese de mandarlos en un tour obligado por los tres blogs. E hizo muy bien. Me ganó de mano.
La solución es la siguiente: El Señor Bugman hasta la frase "Si no hubiera sido por un pequeño detalle". Luego el que suscribe hasta la frase "... y echó mano a su catalejo". De allí hasta el final, el Señor Briks.
Como verán les ha ido muy bien con sus apuestas. Fueron todas balas que picaron cerca, excepto por la del Señor Pablo, que dio en el blanco con precisión quirúrgica. Creo que hay alguno más, pero en este instante no tengo ganas de revisar.
Tengan ustedes muy buenas noches.