Cuestión previa: Mr. Verbal Kint, que es un hombre ducho en cuestiones de pluma y tinta, ha tomado la inexplicable decisión de otorgarme un nuevo galardón. Sin embargo, yo no pienso cuestionar sus motivaciones. Simplemente agradezco la atención, insto a la concurrencia a que lo visite en su casa y me dispongo a exhibir el trofeo debajo de estas breves líneas.
Como es costumbre, me arrodillo con los puños apretados en el círculo central y repaso mentalmente la lista de mis enemigos para elegir alguien a quien enrostrárselo. Luego me apersono en su casa virtual, me apropio de la estatuilla y salgo corriendo a mi cueva antes de que se arrepienta, en la inteligencia de que un galardón exhibido implica, no solo una transacción terminada, sino también el derecho soberano a rechazar su devolución.

¡MUCHAS GRACIAS MR. VERBAL KINT!
Ahora a lo nuestro.
Anoche, justo cuando me iba a dormir se me apareció un duende. En rigor de verdad no sé si era un duende. Tenía la clásica cara de viejito maligno, ojos claros y tristes, dientes afilados, nariz aguileña, uñas largas y todos los demás estereotipos de cualquier duende que se precie. Pero le faltaban las orejas puntiagudas, y todos sabemos muy bien que sin orejas puntiagudas no hay duende. Así que supongo que más bien calificaba como ‘persona chiquita con cara medio extraña’.
Ahora bien, esta persona chiquita con cara medio extraña tenía la cara medio extraña pintada de azul y blanco. O mejor dicho, de azul con una raya blanca horizontal y otra vertical. Y tenía el pelo largo y revuelto. Y vestía con una pollerita escocesa muy varonil y una suerte de casaca gastada. Y portaba una espadita que mantenía bien en alto con su mano derecha. Y gruñía. Y montaba un caballito negro que no era un pony. Era un caballito chiquito, con forma de caballo grande, pero chiquito. Robusto, musculoso y de largas crines. Pero chiquito.
Y esta persona chiquita con cara medio extraña se paseaba de lado a lado de la habitación, montada sobre su caballito negro que no era un pony, con forma de caballo grande pero chiquito, con su pollerita y su casaca gastada, con su espadita en alto y con sus gruñidos.
CATACLAP CATAPLAC CATAPLAC CATAPLAC…
‘¡I am William Wallace!’, exclamó de repente.
Quedé estupefacto. Quería decir algo, pero las palabras se me atragantaban; así que tomé aire y me dispuse a ordenar mentalmente el aluvión de preguntas que se agolpaban en mi pecho. Sin embargo, cuando por fin estuve listo, esta persona chiquita con cara medio extraña me interrumpió.
‘¡They may take our lives, but they’ll never take our… FREEEEEEEEEED…
¡PUM!
Ahí nomás le revoleé un zapatazo que lo bajó del caballito negro que no era un pony, con forma de caballo grande pero chiquito. Es que pensé que con esos alaridos iba a despertar a la señora Bigud y a pequeña Yoni.
—¡La puta que te parió! —soltó en buen cristiano.
Me sentí un poco culpable, pero se me pasó rapidísimo.
—Esto es una casa de familia, no se puede andar pegando esos alaridos —le dije.
—Pero traigo un mensaje del mundo onírico —replicó.
—Ya me lo imaginaba —contesté mientras me sentaba en la cama.
Lo cierto es que yo no soy bueno para interpretar los mensajes del mundo onírico, y así se lo hice saber. La mitad de las veces no entiendo nada de lo que me quieren transmitir, y la otra mitad pienso que entiendo y obro con catastróficos resultados.
De más está decir que se puso de un pésimo humor, y para colmo uno de sus ojitos claros y tristes comenzó a inflamarse a causa del zapatazo. Me rogó, me suplicó, imploró que analizara el contenido del mensaje, pero no hubo caso. Ni mi vida corre peligro, ni siento la falta de libertad. Nada. Entonces le expliqué que en estos tiempos me acosan las visitas oníricas y que a todas las corro a patadas, pero no se asustó.
Discutimos por más de una hora, hasta que por fin se dio por vencido. Se retiró caminando por el pasillo con la cabeza gacha, con su carita medio extraña pintada de azul y blanco, con su ojito claro y triste en compota, arrastrando de la rienda a su caballito negro que no era un pony, con forma de caballo grande pero chiquito, con su pollerita y su casaca gastada, con su espadita apuntando al piso y haciendo un ruidito molesto con el filo en las baldosas, con sus pelos largos y con sus gruñidos.
Y eso es todo.
Últimamente vengo teniendo sueños de lo más extraños. Me despierto a medianoche y me pasan estas cosas. Debe ser porque estoy a dieta, aunque en ese caso debería soñar con comida. Qué sé yo… chanchos que hablan, vacas que vuelan, patos paracaidistas… no sé. Y sin embargo no hay rastros de nada comestible. Solo personajes irritantes y gritones.
En fin… es altamente probable que esté necesitando vacaciones.
Me voy. Nos leemos un día de estos.
Tengan ustedes un esplendoroso mes de febrero.